CAPÍTULO 7

1174 Words
ISABEL Después de varios días recluida en mi habitación —no por imposición ajena, sino porque el el peso de esta situación me supera. No todos los días te amenazan con aniquilar a toda tu familia y a la única amiga que tienes. Después de pensar mucho estos días, decido levantarme de la cama para algo más que ir al baño o recoger en la puerta la comida. Alguien llama a la puerta y me sorprendo por la reacción de alerta que ha desatado en mi. La persona fuera, a pesar de no recibir respuesta entra sin pedir permiso. Cuando lo veo, no digo ni una palabra. El simplemente me mira y se apoya en el marco de la puerta. ‘Mis ojos me gritan: ¿Qué coño haces aquí?’ —Tengo que decirte un par de cosas. —Sal de… No me deja terminar la frase. —Esta es mi casa. Iré donde me plazca y cuando me plazca. ¿Te ha quedado claro? Me doy media vuelta y actuo como si yo no estuviera allí, ignorándolo. Suelto un suspiro bien audible, solo para que sepa que me estoy empezando a impacientar. —Mírame. Me giro y le sostengo la mirada. El se remueve en el sitio porque no se esperaba que lo retara con la mirada. Noto que se fija en las marcas en mi rostro, cuando baja la mirada noto que su mirada se detiene un instante más de la cuenta en mi pecho. —De ahora en adelante, seguirás las rutinas de Enzo. Harás todo lo posible para agradarle y adaptarte a la vida de madre. No contesto. Tras nuestra conversación de ayer, comprendo que no tengo más opción que acatar sus órdenes. De momento…hasta que encuentre la manera de salir de este problema… —Y otra cosa… No hables ni confíes en nadie aquí. Solo habla con Sebas y Pietro… Es mejor que te mantengas al margen de nuestros asuntos…—dice serio. —Si necesitas algo más… pídeselo a los chicos. —Prefiero no tener que volver a verte… —Eso no será posible. Se da media vuelta y se marcha. Cuando se marcha y la puerta se cierra tras él, un escalofrío me recorre: confirmo con horror que no llevaba sujetador. Lo que me faltaba. Creía que me estaba poniendo en mi sitio pero lo único que hacía es avergonzarme a mí misma. Y ahora caigo en la cuenta: ni siquiera sé cómo se llama. Los chicos se refieren a él como Esecutore o señor… Al no tener móvil no puedo saber la hora que me he levantado, así que salgo al pasillo, justo cuando doblo la esquina me doy con un pecho fornido. Sebas me mira de arriba a abajo y dice: —Buenos días, señorita. —Hola. ¿Qué hora es? —Son las doce del mediodía. —¿Qué? ¿Tan tarde? No he dormido tanto en ocho años, me digo a mí misma. —Sí, no quisimos molestar y es domingo. A pesar de que me está tratando bien, estoy a la defensiva. Porque bueno, soy una rehén al fin y al cabo. Si no les sirvo me matarán. —El jefe ha dicho que, hasta que no se curen tus heridas, no puedes salir. Bueno… no puedes salir a menos que él lo autorice, ya sabes… por tu seguridad. —Claro… por mi seguridad.—repito. Seguro que temen que pueda escaparme. Una idea fugaz se me cruza por la cabeza: ¿y si hay cámaras en mi dormitorio? He visto varias por los pasillos, pero no recuerdo haber visto ninguna dentro. Tendré que revisar la habitación para comprobarlo y hacer algo al respecto. *** En mi dormitorio empiezo a buscar cámaras, pero no veo ninguna a simple vista. Reviso cada rincón, mueble por mueble, pero no encuentro nada. Miro a mi alrededor, intentando recordar si se me pasa algo por alto. Alzo la vista y entonces me fijo en la lámpara del techo. A simple vista no parece tener nada raro, pero decido asegurarme. Me estiro todo lo que puedo para alcanzarla, pero el techo es demasiado alto. Cojo una silla, la coloco justo debajo y me subo. Con los dedos exploro cada recoveco de la lámpara y, justo cuando estoy a punto de rendirme, toco algo: un aparatito diminuto, encajado en un hueco. Lo arranco sin pensarlo dos veces. ‘¿Esto es una cámara?.’ La agarro con fuerza y bajo de la silla con cuidado. Ya en el suelo, la observo un segundo, le dedico una peineta—para el que observa— y la tiro al piso. El pisotón que le meto la revienta en mil pedazos, soltando toda la furia que llevaba contenida. He pensado mucho estos días, pasé por todas las fases —chulería, rabia, miedo, terror, tristeza… y, al final, curiosidad. Esa curiosidad apareció cuando vi al niño...Parece muy inteligente. —En los últimos años, la maternidad me había parecido un lujo inalcanzable entre mis deudas, un trabajo asfixiante y la falta de pareja estable. —Con treinta recién cumplidos y sin perspectivas de cambio, tener un hijo ni siquiera entraba en mis planes. Pero… debo admitir que me sentí nerviosa ante la presencia de ese niño… En fin, soy patética. Es imposible que me guste un niño que me han obligado a cuidar…Jamás seré su madre. Además, esto ni siquiera es una familia. Con todos estos pensamientos dando vueltas en mi cabeza, me quedo dormida. *** El niño estaba tomando su merienda en el comedor cuando me ve entrar. Sus ojos se detienen un momento en mi ropa: sigo vestida con la camiseta ancha y los pantalones cómodos con los que he dormido. Si lo observo bien, tiene la misma mirada que ese tipo...pero no se parece en nada a él. Me llama la atención que no tenga rasgos orientales como su padre… —Buenas tardes. —murmuro, intentando sonar tranquila. —Hola. —responde él, con una calma que me desarma, y me hace un gesto con la mano para que me siente a su lado. Sin perder tiempo, vuelve a agarrar el tenedor y el cuchillo, y continúa comiendo como si nada. Luego, sin mirarme siquiera, le ordena a Sebas: —Sebastián, trae todas las cosas de su casa. —Sí, Enzo. Me sorprende la naturalidad con la que le da instrucciones, sin pestañear, y cómo Sebas obedece sin hacer preguntas. Noto cómo el niño me observa de reojo mientras mastica. Yo, incómoda, me obligo a esbozar una sonrisa. Él toma una manzana con cierta torpeza y comienza a pelarla. Me adelanto, ofreciéndome con suavidad: —Si quieres, puedo hacerlo por ti. —Sí —responde, entregándome la fruta. Apenas empuño el cuchillo y deslizo la hoja sobre la piel, la puerta se abre. Su padre, apodado “El Sin Nombre”, entra en la cocina con un paso sereno... o al menos eso aparenta. —Ven conmigo. Instintivamente, todo mi cuerpo se encoje de tensión, como de costumbre.
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