CAPÍTO 29: Insomnio

1042 Words
DUKE Entro en la cocina acompañado de algunos hombres y, para mi sorpresa, allí está ella de nuevo, con un tarro de mermelada de arándanos entre las manos, relamiendo la cuchara como si en ello le fuera la vida. Carraspeo y, al instante, todos mis hombres bajan la mirada. Ella termina el gesto justo a tiempo, porque de lo contrario acabaría deseando ser esa maldita cuchara. Da un respingo al notar mi presencia; claramente no esperaba encontrarme allí. La incomodidad la delata y se pone un poco nerviosa, aunque en cuanto repara en el hombre que me acompaña, su rostro se ilumina de inmediato. —¡Carlos! —exclama Isabel delante de todos al verlo. Se queda mirándole el rostro una y otra vez, incrédula ante la cantidad de marcas y moretones. Luego me lanza una mirada seria, para después volver a mirarlo como si fuera un niño pequeño. El muchacho, nervioso pero decidido, inclina un poco el torso y dice: —Lo siento, señora. Descuidé mi trabajo por una chica… no volverá a repetirse. —¿Señora…? —murmura entre dientes, mientras él sigue justificándose.—No lo vuelvas a hacer, ¿de acuerdo? —le responde ella, con tono más maternal que de reproche. —Sí, tranquila, señora. Te protegeré con mi vida. Ni siquiera cincuenta mujeres desnudas me va… ¡Pum! Sebas le suelta un golpe en la nuca que le hace agachar la cabeza de golpe. Si no lo hubiera hecho él, lo habría hecho yo. Isabel suelta una risa y eso hace que la tensión de mi rostro se disuelva, aunque al notar mi mirada se apresura a ponerse seria de nuevo, con ese gesto temeroso de quien espera una bronca. *** Tras un día extenuante, me doy una ducha y me dirijo a mi despacho para continuar con el trabajo pendiente. Sin embargo, unos sonidos que provienen del dormitorio de mi hijo llaman mi atención, y cambio de rumbo. Sé que Enzo no duerme bien —aunque no sé la razón—; más de una vez lo he encontrado despierto a altas horas de la noche, y en ocasiones me quedo con él hasta que logra conciliar el sueño. Total, yo tampoco duermo. Empujo con cuidado la puerta entreabierta. —¿Ocurre algo? —pregunto con tensión contenida. Pero mi cuerpo se relaja en cuanto contemplo la escena. Isabel está sentada junto a Enzo, murmurando palabras tan bajas que no alcanzo a distinguirlas. Con una mano acaricia suavemente su cabello, y el niño se aferra a ella con total confianza, como si nada malo pudiera pasarle a su lado. Sus párpados empiezan a rendirse al sueño, aunque al oír mi voz levanta la cabeza y me mira. —Padre… —murmura el niño, algo avergonzado. —¿Ocurre algo, Enzo? ¿Te sientes mal? —No, padre… solo que no puedo dormir. Desvía la mirada y enseguida la fija en Isabel. —¿Quieres que me vaya? —le pregunta ella con suavidad. —¡No! —responde de golpe mi hijo, demasiado alto, y luego, arrepentido, repite en un susurro—: No… —No pasa nada —añade Isabel con una sonrisa—. Me quedaré hasta que te duermas. Mi hijo suspira, relajándose de inmediato. —Padre, mi madre tiene un superpoder… ¿o era una técnica secreta? Puede hacer que cualquiera se duerma tranquilo. —¿Ah, sí? —comento arqueando una ceja. —Padre, deberías probarlo. ¿Por qué no te quedas tú también? Isabel se incomoda, se mueve en el sitio, pero guarda silencio. Estoy seguro de que no le agrada la idea de que me quede. Debe de odiarme. No puedo culparla. —No... Yo me voy. —¿Por qué? Si tú tampoco puedes dormir… —Hijo, soy un adulto… —Madre, ¿puede quedarse?—pregunta de pronto Enzo con una cara suplicante para convencerla. Jamás había visto mi hijo así. Manda cojones… ¿por qué demonios Isabel tiene que darme permiso? Al fin y al cabo, esta es mi casa, Enzo es mi hijo… y ella, mi rehén. En esta casa se hace lo que yo digo. Isabel, pese a sus nervios, le dedica una mirada llena de ternura al niño y responde: —Si él quiere…—se pasa un mechón de pelo por la oreja varias veces. No debería quedarme. No debería acercarme a ella, y mucho menos en circunstancias como estas… Y aun así, como si una fuerza invisible tirara de mí con la misma inevitabilidad que la gravedad, termino aceptandolo sin decir nada. Camino hasta la cama y me dejo caer en una esquina. Ambos me miran con cara de incredulidad porque me quedo muy lejos y con una postura incómoda. —Acércate más, padre. Estás incomodando a Mamá—dice mi hijo molesto. Tócate los c*jones, ahora soy el que molesta. Me acerco a ella y, por el rabillo del ojo, noto cómo Isabel se esfuerza en contener una sonrisa. Lo sabe. Sabe que, en este instante, tiene el poder. Me quito las zapatillas con calma y me acomodo a su lado en la cama, procurando que cada movimiento parezca natural, cuidando incluso de no rozarla. —Ahora ya estamos todos—Enzo se acurruca contra ella aún más y cierra los ojos para que lo acaricie —Madre enséñale tu técnica, seguro que Papá lo agradece… Noto a Isabel vacilar, como si luchara consigo misma. Lo que me parece una eternidad después, estira el brazo y su mano se posa en mi cabeza. Sus dedos se deslizan con suavidad, acariciándome lentamente, con una delicadeza que me resulta extraña. Al principio mi cuerpo se tensa; hacía demasiado tiempo que no sentía un toque así, tan cuidadoso. Pero poco a poco cierro los ojos y me relajo… Me permito solo eso, porque estoy seguro de que no voy a dormirme. Al fin y al cabo, esto es lo que quiere mi hijo, ¿no? Solo le estoy dando el gusto, para que no esté molesto conmigo. Nada más. Sin embargo, los minutos se alargan y los párpados me pesan. Mi cuerpo se rinde, tan relajado que aunque lo intentara no podría levantarme y marcharme. Y, contra todo pronóstico, termino quedándome dormido.
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