ISABEL
PRESENTE
El trayecto en metro hasta el sitio de las citas a ciegas se me está haciendo eterno.
En ese tiempo, te da para replantearte la vida, revivir traumas de la infancia y escuchar tu playlist entera… tres veces.
En mi caso, no he parado de escuchar en bucle "Erotika" de Nathy Peluso.
Y no sé si ha sido la letra, el ritmo o el hecho de que estaba apretujada entre un señor que olía a sobaco y la puerta del metro, pero esa canción me ha hecho pensar. Mucho. Demasiado.
¿Hay algo más en mi vida además de trabajar? Sí, claro… quejarme de lo mucho que trabajo.
No quiero sonar dramática, pero ¿cuando ver ‘Crónicas vampíricas’ se ha convertido en lo más excitante de mi vida? Y eso, sin entrar en detalles sobre mi vida s****l.
No se si he tenido mala suerte con los hombres, pero mis experiencias han sido de todo, menos buenas. Me he acostado con algunos pero últimamente ni siquiera tengo citas porque el trabajo en la fiscalía me está absorbiendo como el ataque de un dementor en Harry Potter.
Es la misma sensación.
Y es por eso que mi mejor amiga y compañera Betty logró convencerme para participar en una de esas citas rápidas—típicas de las películas románticas americanas— donde vas rotando de mesa en mesa, conociendo a fabulosos—o no tanto—candidatos, y cuando suena una campana, tienes que levantarte y conocer al siguiente.
***
Cuando llego al punto de encuentro con Betty, apenas me ve, me escanea de arriba abajo y se pellizca la nariz, intentando —sin demasiado éxito— tragarse un comentario mordaz al notar que todavía llevo puesta la ropa del trabajo.
—Vamos, entremos. A ver si por fin conocemos a algún chico guapo e interesante esta noche—digo.
—Por lo menos, quítate un par de botones de la camisa, pareces una monja…
‘Amén, hermana’.
Han pasado solo treinta minutos y ya empiezo a preguntarme en qué momento perdí el juicio para venir aquí. El primero era un niño de mamá, literal. No había frase que no incluyera un "mi madre dice que...".
El segundo sudaba como si estuviera en una sauna y apenas abrió la boca de la vergüenza que tenía.
Y el tercero... uf, el tercero fue el peor. Se pasó toda la cita hablando de su ex. Spoiler: no la ha superado. Ni de lejos.
Y así, un candidato tras otro. Un desfile de desastres con nombre propio.
Busco a mi amiga con la mirada y la veo riéndose con uno de los candidatos.
Bien por ella.
Solo queda un candidato. Uno más… y por fin termino con esta agonía.
Escucho la campana y me acerco a la siguiente mesa, pero está vacía. Quizás han cambiado el orden.
Miro a un lado, luego al otro. Nada.
Hasta que, más apartado del resto, distingo una figura: un hombre de espaldas, vestido de n***o, sentado solo.
Debe de ser él. El último candidato.
Me voy acercando por detrás y no me pasa desapercibida lo ancha y fornida que es su espalda. Trago saliva, anticipando el encuentro.
Cuando llego a su lado, él no inmuta. El silencio se estira unos segundos, cargado de incomodidad. Carraspeo con suavidad y rodeo la mesa hasta situarme frente a él.
En un movimiento lento, el hombre levanta la vista y en el instante en que sus ojos conectan con los míos, un escalofrío me recorre la espalda como si me hubiera dado la corriente.
‘Santo cielo.’
Para romper el contacto y calmar mis nervios, le hago una señal al camarero, indicándole con un gesto que traiga lo mismo.
Al girarme de nuevo hacia mi cita, me siento en la silla libre y le extiendo la mano con una sonrisa:
—Vaya… parece que somos los últimos. Me llamo Isabel. ¿Y tú?
Respiro hondo, me aliso la falda de mi traje por debajo de la mesa.
—¿A qué te dedicas?
El no contesta, se limita a observarme con esa mirada intensa que hace que me remueva en mi asiento.
Su móvil suena y rompe el contacto visual para revisarlo. Ese instante me basta para observarlo mejor.
Tiene un rostro marcado, ojos rasgados y una mandíbula que le da un aire salvaje. No parece americano.
El traje le queda demasiado bien, como hecho a medida. Cuando mueve los brazos, los músculos de sus antebrazos tensan la tela, y mis ojos se detienen—más de lo que deberían—en sus tatuajes de sus manos, que se funden con su piel como si hubieran nacido ahí.
En el dedo índice descansa un anillo grueso con un sello. Parece muy antiguo.
Cuando finalmente deja el móvil sobre la mesa, alza la mirada y nuestras miradas se cruzan de nuevo.
—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?—lo intento de nuevo.
Silencio.
—La verdad, es que no tengo mucho tiempo libre —contesto a mi propia pregunta, con voz tranquila—, pero me gusta leer, ir al gimnasio…—me toco la barbilla con el dedo pulgar—Lo normal…
Silencio otra vez.
El hombre le da un trago lento a su copa —probablemente whisky— sin apartar la vista de mí. Es extraño. No parece que le desagrade este encuentro… pero su mirada tiene algo que se me escapa, algo que no logro descifrar.
Me remuevo en mi sitio, sintiendo el peso de su mirada y justo cuando arrastro la silla hacía atrás preparada para levantarme e irme, el hombre dice:
—Yo tampoco tengo mucho tiempo libre.—confiesa con voz grave y un acento extraño.
No tengo ni idea a qué se dedica este hombre, pero su voz… su voz podría fácilmente pertenecer a un actor de doblaje. O mejor aún, a la narración de un audiolibro…uno muy picante.
—Vaya… —lanzo una mirada de reojo hacia las otras mesas del ‘speed dating’— contigo tengo más en común que con las otras citas. Porque, déjame decirte, mi noche no ha sido precisamente un éxito.
Cuando vuelvo la vista, me doy cuenta de que él ha seguido la dirección de mi mirada, como si intentará descifrar lo que acabo de decir.
—¿Cita? —repite, sus ojos vuelven a los míos.
Confirmado: me he equivocado de mesa.
Me llevo una mano a la frente y dejo escapar una risa nerviosa. Clavo los ojos en la mesa intentando recomponerme, y cuando al fin levanto la mirada, una leve sonrisa se dibuja en su rostro —apenas perceptible, aunque suficiente para que se me corte el aliento.
—Bueno, sí… —balbuceo—. Pensé que esto era una cita a ciegas.
—Nena, yo no voy a citas.—sentencia, sin apartar los ojos de mí.