DUKE
Me siento en mi despacho después de un largo día de lidiar con los Albaneses.
Esos c*** son muy inteligentes. Dialogar con ellos es un dolor de cabeza. He intentado sacarles información sobre la Bratva y sus negocios de trata de blancas. Uno de mis muchos planes para destruir a la Bratva es destruir su negocio de trata de blancas. Me parece repugnante.
Estoy exhausto.
Sebas no tarda mucho en aparecer.
—Señor, le tengo que enseñar algo.
Sebas se sienta frente al ordenador y abre uno de los archivos de vídeo de las cámaras que tengo instaladas en el apartamento.
Adelanta la grabación hasta llegar a una parte en la que Isabel está preparando lo que, a simple vista, parece un zumo con muchas frutas.
Ella va vestida con ropa deportiva: unas mallas muy ajustadas que se ciñen a sus piernas y realzan su trasero, y una camiseta un poco ancha que apenas disimula sus abundantes y redondeadas curvas.
No puedo evitar recorrerla con la mirada de arriba abajo varias veces.
Realmente tengo que concentrarme en prestar atención Sebas.
En la imagen se ve cómo uno de los soldados se acerca y le dice:
—¿Te ayudo?
Ella se pone rígida de inmediato. Puedo notar, solo con verla, que ningún soldado le había dirigido la palabra antes. Fuerza una sonrisa incómoda y niega con la cabeza. El soldado se queda apoyado en la puerta, observándola con una expresión cargada de deseo. Ella, de espaldas, no se da cuenta.
Él no deja de mirarle el trasero, abiertamente, ajustándose el pantalón de forma descarada.
Sebas rebobina un par de minutos y ahí aparece mi hijo entrando en la cocina.
No tarda ni un segundo en percatarse de todo: de las miradas, de la forma en que el soldado se recoloca el paquete varias veces.
A mi hijo no se le escapa ni un detalle.
Lo observa en silencio, los ojos entornados, lanzándole una mirada tan fría que el soldado termina bajando la cabeza, incómodo.
Enzo se vuelve hacia Isabel y le dice que se ha dejado un libro en su dormitorio, que si puede ir a buscarlo. Ella asiente y sale de la cocina, sin sospechar nada.
En cuanto se quedan a solas, el soldado se pone rígido y endereza el cuerpo.
Mi hijo se gira lentamente hacia el soldado y le dice:
—Tú. —dice, señalando al soldado joven con el dedo—. Si vuelves a mirar a mi madre de esa forma, te meteré una bala entre los ojos.
Mientras habla, junta los dedos en forma de pistola y aprieta el gatillo imaginario, sin apartar su mirada fría. Después baja la mano con calma.
El soldado se queda petrificado, demasiado asustado para siquiera tragar saliva.
Sin decir nada más, el niño se da media vuelta y sale de la cocina, dejando tras de sí un silencio cargado de miedo.
No puedo evitar sonreir.
—¿Deberíamos preocuparnos señor?
—No lo creo. Solo es mi hijo defiendo lo que es suyo.
—Sí señor.
Sebastián se va y me deja solo. Me recuesto en mi sillón, enciendo un cigarro y me sirvo a mi mismo un whiskey.
El video sigue abierto en una de las pantallas de mi ordenador. Lo pongo de nuevo y retrocedo hasta el momento en la cocina, justo cuando Isabel está preparando un zumo. No puedo evitar que mi mirada se deslice hacia su trasero, perfectamente embutido en esos leggings de gimnasio.
‘Esos leggings van a reventar…’
Recuerdo el momento cuando dijo que si estaba la cámara en su dormitorio no podía masturbarse.
Lo dijo con malicia, quería que renunciara a instalar una nueva, sin embargo, preferiría que los soldados no la vieran, ni siquiera oculta tras las sábanas.
Recoloco mi paquete y vuelvo a mirar la pantalla.
Intento reprimir los pensamientos que me asaltan…Sacudo la cabeza varias veces y retiro la mano de mi entrepierna, tratando de concentrarme.
No puedo darme el lujo de distraerme con ella. Me recuerda al pasado que deje atrás...y eso no es bueno.
Lo mejor sería que me acueste con alguna mujer del club. Creo que ese es el problema, hace tiempo que no me acuesto con una mujer...