DUKE
—Sebastián, despiértala. Que se duche y se vista. Llevala a casa.
—Sí, señor. ¿Y si se niega?
—No lo hará…
Creo que mi advertencia ha calado; de lo contrario, sufrirá las consecuencias, porque debe obedecerme —ya sea por las buenas o por las malas.
Lucciano nos observa de cerca y tengo que moverme con cautela. Ella tiene que esforzarse para que Enzo la acepte. Enzo quiere una madre aunque no lo admita, pero sé que no le gustan las mujeres de la mafia. Cuando se han acercado a él es por interés y mi hijo es demasiado inteligente para no darse cuenta. Es posible que con Isabel sea diferente.
Llamo a Pietro y, cuando aparece, le ordeno:
—Encárgate de lo de la chica. Arregla todo para que parezca que se fue de viaje el viernes. Soborna o amenaza a quien haga falta. Contrata a alguien con sus características físicas, mándala a Hawái, que saque dinero de su cuenta y haga compras para que las cámaras la graben. Después diremos que renunció porque está deprimida por la muerte de su amado jefe.
—Sí, señor.
—Y avísame en cuanto el nuevo fiscal que plantamos en la fiscalía empiece a mover nuestros asuntos. Quiero que alguien lo vigile las veinticuatro horas del día. No podemos permitir otro desastre como el de Harris.
Ese cabrón se libró del dolor que tenía preparado para él. Miles de pensamientos oscuros me atraviesan la mente, y lo único que se me ocurre para calmar esta rabia es encender otro cigarro.
Me dirijo a mi apartamento y, ya en el despacho, me arranco la chaqueta de un tirón. Me quito los gemelos y me remango la camisa hasta los codos. Cuando venga Enzo no quiero que me note ansioso; quiero parecer relajado.
Relajado… ya casi ni recuerdo cómo se siente estar relajado.
Estoy abriendo el portátil cuando alguien llama a la puerta. Al levantar la vista me encuentro con esos ojos enrojecidos de tanto llorar. Desvío la mirada y enciendo otro cigarro para controlar la tensión que me sube por la garganta.
Ella se queda de pie, mirando a Sebas en silencio, buscando con los ojos su permiso para sentarse.
Sebas le hace un leve gesto con la cabeza y ella obedece. Se sienta rígida, mirando al frente, ni siquiera se atreve a lanzarme una mirada de soslayo.
Mira al frente sin ver. No habla.
‘J**… No tengo ni idea de qué va a hacer cuando llegue mi hijo.’
Entonces la puerta se abre de golpe, sin esperar mi permiso —y Enzo entra.
Lleva puesto el uniforme del colegio al que suelen ir los hijos de los capos. Para el resto del mundo, ese colegio solo ofrece una educación italo-estadounidense de prestigio. Lo que nadie imagina es que, en realidad, es una escuela para la próxima generación de la famiglia.
Enzo clava sus ojos en mí y me saluda con su habitual cortesía. Ese niño de ocho años es tan serio que me preocupa… No me sorprende al criarme desde bebe en la organización.
No puedo evitar pensar que al menos yo tuve una infancia… hasta que mi padre vino a por mí.
—Padre.
El niño enseguida se da cuenta de la presencia de Isabel, sentada como una estatua en el sofá. Me vuelve a mirar y la señala, inquisitivo.
—Enzo, ella es Isabel. A partir de ahora se encargará de tí.
Mi hijo no dice nada pero la mira de nuevo. Isabel se frota las manos nerviosa, creo que está bloqueada.
Enzo se acerca para observarla más detenidamente.
—Hola.—dice por fin el niño.
Que no la haya ignorado quiere decir que le gusta. Quizás esta mujer no solo sea un contratiempo.
—Ho-la—murmura con voz temblorosa.
Isabel lo mira y noto que su cuerpo se relaja a pesar de la discusión anterior. Ella no se mueve y Enzo me pregunta:
—Padre, ¿ella será mi madre?
Definitivamente al niño le ha gustado la chica. Si no fuera así, ya la habría insultado o hecho algo peor.
Noto como ella se endereza en un signo de alerta y su cuerpo se tensa involuntariamente.
—Por supuesto, Enzo.
Enzo la observa detenidamente de nuevo. Pongo la mano en el fuego de que mi hijo habrá averiguado que no somos una pareja de enamorados.
Aunque en el mundo de la organización criminal no sé si existe tal cosa.
—Quindi, lei è nostra.
—Ovviamente, Caro.
Sebas se acerca a Isabel y le da el horario del niño y sus rutinas. Ella mira las hojas de papel que tiene delante y le dedica una sonrisa falsa que no le llega a los ojos.
Mi hijo se limpia la garganta y dice:
—Soy Enzo Bellini.
Ella no le contesta, pero se toca el lóbulo de la oreja en gesto claro de nerviosismo.
Mi hijo espera una respuesta que nunca llega. Así que decide acercarse a ella, rodeando la mesa baja que hay frente al sofá donde está sentada Isabel.
Me fijo en la cara de Isabel cuando Enzo se aproxima, pero entonces escucho un golpe seco.
Enzo se da de lleno con el pico de la mesa y termina en el suelo, sujetándose la rodilla con gesto de dolor. Sebastián se lanza hacia él lo más rápido que puede, pero me sorprende ver que Isabel se ha levantado de inmediato y se arrodilla junto a mi hijo.
Todo mi cuerpo se pone en tensión, hasta que noto la expresión de Enzo: está fingiendo.
Se ha dado el golpe a propósito.
—¿Estás bien? ¡Oh vaya!, te ha salido sangre. Hay que desinfectarla y poner una tirita. ¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?
Mi hijo es muy listo, seguramente lo ha hecho para conseguir que ella se acercara a él por sí sola. Enzo pone una cara de dolor fingida.
Observo su reacción de la chica y puedo ver que está preocupada por él de verdad.
—¿Te duele mucho? —pregunta ella. Va a acariciarlo, pero a mitad de camino detiene la mano, insegura.
Ambos se marchan del despacho, y aprovecho para encender otro cigarro y recostarme en la silla.
—Parece que a Enzo le gusta la chica —comenta Sebas.
—Sí… —respondo, con un deje de resignación.
—¿Será un problema si se encariña demasiado con ella?
—Lo será.
Está vez, no tengo más opción que seguirle el juego a Luciano para que no se involucre en mis asuntos con la bratva.
Y si esa chica le gusta a mi hijo mejor…mientras que no me dé problemas, no tendré que amenazarla de nuevo.