DUKE
Estas alimañas no paran de mirarnos. Sobre todo a ella.
Esa mujer acapara todas las miradas con ese vestido rojo…
Es imposible no fijarse en la forma de sus caderas, en ese trasero redondo…es como una manzana de caramelo.
Y, de pronto, me descubro deseando probar un bocado.
A pesar de eso, sé cómo son las mujeres que están aquí. Intentarán humillarla e insultarla por no encajar en su ideal de “princesita de la mafia”.
Sin embargo, no me preocupa cómo reaccionará Isabel, sino cómo lo afrontará mi hijo.
Mi hijo es territorial. Y con ella está siéndolo mucho más.
Me giro hacia un camarero, tomo una copa de champán y se la ofrezco a Isabel, ella la agarra sin decir nada y hace como que bebe. Yo le pido al camarero un whisky y agua para Enzo.
Alguien me da un golpe por detrás y sé de quién se trata sin necesidad de que diga nada.
—¿No puedes saludarme como las personas normales?
—¿Desde cuándo soy una persona normal?
Mi amigo Miguel me da un abrazo y me saluda en italiano mientras revuelve el pelo a Enzo en modo de saludo.
Cuando se fija en Isabel, la observa de arriba a abajo como si fuera el más delicioso de los manjares y se queda mirándola más de la cuenta.
‘¿Puede dejar de mirarla ya?, estoy empezando a pensar que la prefiero con el traje n***o espantoso.’
—Encantado de conocerte, soy Miguel, el mejor amigo de Duke.
Isabel escanea a Miguel, de la misma manera que ha hecho mi amigo y eso me molesta.
Me molesta mucho.
Quizás demasiado.
—¿Mejor amigo? Creo que decir eso es demasiado optimista ¿no crees?
—Hieres mis sentimientos Duke.
Después de lanzarme una fingida mirada de incredulidad —bastante poco convincente, por cierto—, toma la mano de Isabel y la besa, sin apartar los ojos de los suyos.
¿Y ella sonríe? ¿Por qué le sonríe?
—Soy Isabel. Soy…
—Mi mujer.—la interrumpo.
Isabel parpadea, desconcertada, como si no hubiera escuchado bien. Sus ojos se clavan en mí, y su expresión es una mezcla entre sorpresa y confusión.
El rostro de mi amigo pasa del escepticismo a la diversión en cuestión de segundos.
No va a perder la oportunidad de molestarme.
—No sabía que Duke tuviera una pareja…¿fue amor a primera vista?—dice Miguel con intención.
Mi amigo sabe que esto es puro teatro. Me conoce demasiado.
Isabel finge una risita y apura lo que queda de su copa de champán.
—Sí, algo así—ella se toca el collar—¿Miguel eres de Boston?
Ha cambiado de tema, chica lista.
—No, soy de Nueva York. La organización se reúne una vez al año para Acción de Gracias, o al menos las familias más importantes de la organización. He venido por este hombre de aquí, lo echaba mucho de menos…—dice señalándome.
—No exageres.
Isabel se disculpa y se levanta para acompañar a Enzo al baño. Ambos nos quedamos observando cómo se alejan, cuando Miguel me pregunta directo:
—¿Te obligaron a tomarla, no?
—Algo así —respondo, esquivando la mirada.
Él suelta una carcajada sonora y me pone un brazo sobre el hombro, inclinándose para susurrarme al oído:
—Esto se va a poner interesante…
—Ella es solo un contratiempo —respondo.
Levanta una ceja y esboza una pequeña sonrisa ladina.
—¿Un contratiempo? Curioso… hace un rato dijiste que era tu mujer.
—Cierra la boca, Miguel.
—Mmmm, si no la quieres...podrías darmela. Me haré cargo de ella...
Le lanzo una mirada fulminante.
—Ni lo intentes.
Él sonríe, encantado de provocarme.
—Vaya, eso sonó posesivo.
—No lo digo por mí... Esa mujer se ha ganado a Enzo. ¿De verdad crees que podrías arrebatársela a mi hijo?
—Tu hijo tiene buen gusto...por lo que veo.
—Solo es una mujer normal.
—¿Una mujer normal? No lo creo...
Justo cuando estoy a punto de replicar, alguien lo llama y se disculpa guiñandome un ojo.
Cuando me quedo solo, me doy cuenta que Marcus no le quita ojo a Isabel desde la distancia. La sigue con los ojos hasta que deja la copa que sostiene y va tras ella.
Ese hijo de p*** no para de tocarse el paquete. ¿Qué estará pensando?
Los sigo.
Me exaspera tener razón, las mujeres solo dan problemas.
Enzo se mete al baño de los hombres y ella al de mujeres. Marcus mira en su dirección y se muerde el labio con una mueca lasciva.
Justo antes de que traspase el marco de la puerta le digo:
—Yo que tú no entraría...
Él se queda congelado por un segundo, luego sonríe nervioso y señala el cartel con fingida inocencia.
—Uy… no me había dado cuenta. Creo que he bebido de más —balbucea, dando un paso atrás para irse por donde a venido.
No llega lejos.
Mi mano firme lo sujeta por la corbata y lo atrae con fuerza hasta que nuestros rostros quedan muy cerca.
Clavo mis ojos en él, penetrantes, como si quisiera atravesar su alma.
La tela de la corbata le aprieta el cuello con una fuerza inesperada, cortándole la respiración de forma abrupta. Marcus tose varias veces, intentando recuperar el aire, mientras su rostro se torna rojo, primero leve y luego intensamente, como si la presión subiera por todo su cuerpo.
—Escúchame bien —susurro, sin apartar mis ojos de los suyos, clavándolos con una intensidad que parece querer traspasarlo—. La próxima vez que te acerques a quien no debes, no voy a advertirte... voy a partirte el cuello.
Mi advertencia no deja lugar a dudas.
Con un movimiento brusco, lo suelto, dejándolo caer como si fuera un objeto inútil, un desecho.
—No puedes amenazarme. Soy...
—Ahora lárgate, antes de que me arrepienta —le interrumpo, con la voz baja pero firme, una orden que no admite réplica.
Marcus no se mueve, sus ojos parpadean nerviosos, pero sabe que es mejor no desafiarme esta vez.