CAPÍTULO 10

703 Words
DUKE Anoche no pegué ojo, pero eso no es nada nuevo. Lo verdaderamente inusual fue el motivo que me mantuvo despierto. Camino por el pasillo junto a Pietro y Sebas, de camino al gimnasio de la casa, cuando nos cruzamos con Enzo. Se une a nosotros sin decir mucho, pero durante el trayecto me lanza una mirada de reojo. Algo le preocupa. Entonces, sin rodeos, suelta: —¿Cuándo vas a casarte con mamá? —Pronto. Ella no va a querer casarse conmigo, tendré que obligarla. —Padre, me gustaría que os casareis. —Enzo, tú sabes que ella… Esta vez, me mira a los ojos y dice: —Mi piace molto. No soy capaz de negarle nada a este niño. Lo único que deseo es que, a pesar de haber nacido entre códigos, sangre y poder, pueda tener algo parecido a una vida normal aunque sea en lo referente a la familia. Aunque sea solo eso: una relación sincera con una figura materna. Y si eso significa jugar a las casitas, entonces jugaré a las casitas. Mientras esa mujer no interfiera con mis planes de venganza, no veo por qué negarle a Enzo lo que quiere… aunque tenga que obligarla. Me intriga que insista tanto en que nos casemos. Casi parece que necesita una razón, algo que la ate a nosotros… O tal vez… solo quiere sentirse parte de una familia. Una de verdad. Yo no digo nada, pero asiento con la cabeza. Enzo me mira con una mirada de agradecimiento y cambia de tema: —Quiero comprar a Madre un vestido y joyas para la fiesta de Acción de Gracias con los capos. El banquete… ¡m***da sea! Ni siquiera me acordaba de la fiesta… Esto va a ser un problema. Vendrá demasiada gente y todo podría salir fatal. Si Isabel no viene a la fiesta, Lucciano pensará que no puedo controlar a la chica. Me hará parecer débil. Bajamos las escaleras y, de pronto, empiezo a escuchar la música. Está tan alta que aunque gritara, ninguno de mis hombres me oiría. ¿Quién demonios ha puesto la música a todo volumen?, pienso mientras frunzo el ceño. A medida que nos acercamos, noto que la canción es en español. Demasiado obvio: Isabel tiene que estar abajo. ‘¿Qué se supone que está haciendo esta mujer ahora? Son las 7 de la mañana.’ Ni siquiera recordaba que el gimnasio tuviera unos altavoces tan potentes. El bajo retumba en las paredes y hace vibrar hasta los aparatos. ‘¿Para hacer ejercicio necesita poner la música tan alta?’ Cuando llegamos a la puerta, la escena me deja sin palabras: Isabel está cantando, usando una mancuerna como si fuera un micrófono. Sus caderas giran al ritmo de la canción y mi vista, inevitablemente, se fija en su trasero. Esos leggings grises otra vez… Me quedo inmóvil, sin saber si entrar o largarme. Esos leggings deben ser de excelente calidad para retener… todo eso… (canción) 'Sin Maldy no hay perreo, yo la apreté, como nadie la apretó… bellakeo es lo que quiere, bellakeo es lo que exige…' De pronto, se da la vuelta y sus ojos se agrandan al vernos ahí, los cuatro, contemplándola como idiotas. La frase que cantaba se le queda a medias, se queda quieta, roja como un tomate. Baja la mirada a sus pies y, tras un par de segundos de silencio incómodo, murmura: —Estaba haciendo ejercicio y… Agarra la toalla que estaba en un banco y sale rápidamente escaleras arriba. Nos quedamos mirándonos entre nosotros, sin soltar palabra. Sebas rompe la tensión del momento con un ruido raro. Todos nos giramos hacia él al mismo tiempo y observamos como intenta aguantar la risa—sin éxito—, pero le es imposible: segundos después suelta una carcajada que resuena más que la música. Nunca había oido la risa de Sebastián. Me llevo dos dedos al puente de la nariz y dejo escapar un suspiro largo. Respiro hondo varias veces, intentando calmarme porque a mí lo que acabo de ver no me da risa… Me despierta algo muy distinto. —Vamos a entrenar de una vez —murmuro al fin, casi gruñendo—. Ya hemos perdido suficiente tiempo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD