ISABEL
Mi padre no sospecha que su hija es, en realidad, una maldita rehén. Y lo prefiero así. Me habla de su trabajo y del abuelo. Viven juntos, aunque no son padre e hijo. Desde que mi madre murió —apenas dos años después de mi nacimiento— siempre se han llevado bien, y esa pérdida los unió todavía más. Se ha creído la historia que estoy de vacaciones debido al shock y que me espera otro trabajo espléndido dentro de unas semanas.
Una mentira como un templo.
Los pagos de la deuda se van a seguir haciendo por lo menos hasta dentro de un par de meses más, mientras siga teniendo dinero en la cuenta. Cuando no sea así, mi padre me preguntará y tendría que mentirle otra vez, y para mí es difícil sostener tanta mentira.
Cuando cuelgo con Papá, un pensamiento me golpea: cuando me acerqué a Duke, olía a perfume de mujer. Supongo que anoche se acostó con alguien y que, al pillarlo de buen humor, me dejó hablar con Papá.
Quizá debería agradecerle a esa mujer… pero, en el fondo, me molesta un poco. Seguro que se lo pasaron muy bien… mientras yo estaba encerrada en mi habitación, leyendo un libro.
Ese hombre es atractivo, y en su mundo de delincuencia es poderoso —o al menos eso dijeron las chicas en el baño—, así que no me sorprende que pase las noches con mujeres atractivas de cuerpos perfectos.
Me levanto y me miró de arriba a abajo en el espejo. Solo veo a una chica normal. No soy fea, pero tampoco espectacular… y, desde luego, no tengo el prototipo que le gusta a los hombres como él. O a los hombres, en general.
Intento apartar esos pensamientos, porque empiezo a sospechar que lo que siento es… celos. O quizá sea envidia. Envidia de esas mujeres que saben que son deseadas.
La verdad es que mi trabajo terminó por destrozar mi autoestima…
Suspiro cuando empiezo a notar que estoy siendo negativa y que debo por lo menos mantener buena actitud a pesar de mi situación de mierda.
La parte buena es que últimamente voy bastante al gimnasio y duermo al menos 6 horas.
Eso es imprescindible para mejorar la salud.
Sí… voy a centrarme en eso. En mí.
Al nuevo soldado que han ordenado ser nuestro guardián—Carlos, un chico joven de aproximadamente 20 años que sustituye a un Sebastián que seguramente tendrá muchas cosas mejores que hacer como la mano derecha de Duke—se ha ofrecido a acompañarme al gimnasio.
Como siempre, Carlos me acompaña a todos lados, incluso al gimnasio y cuando termino de entrenar, lo busco por los alrededores para decirle a qué hora voy a estar lista para recoger a Enzo en la academia, pero no lo encuentro. Voy entonces a los vestuarios masculinos y, en la puerta, pregunto a un par de soldados si lo han visto, pero niegan con la cabeza.
Al pasar por la sala de abdominales, escucho música, pero no veo a nadie. Abro la puerta con cuidado para asomarme y, pensando que no tiene sentido que la música suene si no hay nadie y las luces están apagadas, me acerco a apagarla.
Entonces me detengo en seco al oír ruidos extraños.
Miro hacia un lateral y, junto a una columna, veo a Carlos sudando y moviéndose de forma… demasiado inusual. Mi curiosidad me empuja a acercarme sin que me vea y entonces lo entiendo: hay una mujer recostada con las piernas levantadas que están siendo empujadas por mi joven guardián hacía abajo mientras que la taladra con todas su fuerzas.
Siento cómo el calor se extiende por mi rostro.
Lo primero que pienso es: vaya, se lo deben estar pasando muy bien. Luego pienso en irme, pero, sin saber por qué, me quedo un momento más, atrapada por los gemidos de la chica que aumentan de intensidad.
De repente me doy cuenta de que es un momento privado y que no me quiero convertir en una mirona. Me giro y me voy, cerrando la puerta lentamente para no hacer ruido. Me siento en un banco cercano y espero a que Carlos salga. Cuando me ve ahí, se pone rígido. La mujer del servicio, que reconozco, también sale, y él se queda congelado de vergüenza. Intento que mi cara no delate nada y me aclaro la garganta.
—Carlos —digo finalmente—, a las cinco p.m. estate listo, que hay que recoger a Enzo en la academia.
El chico asiente avergonzado.