DUKE
Miro las cámaras por cuarta vez hoy. Ella apenas ha salido de su habitación. Por cómo se fue anoche, supongo que está enfadada.
¿De verdad piensa que ir a tomar algo con Carolina es buena idea? Carolina no parece una amenaza directa, pero en este mundo no puedes fiarte ni de su sombra.
Sebas suelta un pequeño ruido a mi lado; alzo la vista y lo pillo conteniendo la risa.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Fratello —me llama así solo cuando estamos a solas—. No paras de mirar las cámaras. ¿Te preocupa algo?
—No. Solo compruebo que todo esté en orden en casa —le respondo, seco.
Él deja escapar un suspiro y me mira con esa mezcla de paciencia y fastidio que tiene cuando intenta suavizarme las cosas.
—Deberías dejar que llame a su familia, fratello.
—No quiero tener que castigarla otra vez…
—No creo que haga falta… sabe lo que está en juego.
Se queda mirándome un segundo más, como midiendo si debe insistirr o contenerse. No dice nada; su silencio pesa. Entonces el coche frena suavemente y abro la puerta para bajar.
El Boston Paradise apesta a alcohol rancio, dr0gas y s3xo. Me repugna ese tugurio, pero es el único lugar donde se reúnen los serbios.
Y los serbios son famosos por su red de información.
No llevo ni dos minutos sentado cuando se me acerca una mujer de piernas interminables y falda cortísima: su gesto sugiere que quiere sentarse en mi regazo. La rechazo con la mano, seco. Aun así se sienta a mi lado y me sirve una copa, mirándome con la profesionalidad de quien hace de su cuerpo una herramienta. La ignoro, pero dejo que se quede; si la alejo vendrá otra.
En la mafia es costumbre pasar por clubes para mezclar negocios con mujeres, alcohol y dr0gas, pero para mí es una distracción que no puedo ni quiero permitirme.
Ella me acaricia el antebrazo, intenta provocarme; cuando intenta restregar su pecho contra mí, la ignoro.
—Me siento honrado de que venga el mismísimo Ejecutor de la mafia italiana a mi humilde guarida…dice Sorek con su dentadura llena de oro.
—Ya sabes por qué he venido, ¿no es así?—digo con la mirada intimidatoria fija en él.
—Por supuesto.
La chica intenta acercarse a mi cuello, pero le lanzo una mirada de advertencia que la hace retroceder.
El serbio primero mira a la chica y después a mí y me dirige una mirada de diversión y dice:
—Me han contado un pajarito que te has casado…Felicidades.
—Que yo sepa, no he venido a hablar de mi vida personal.
La risa del serbio rasga la habitación como una hoja de metal.
—Sorek ¿qué sabes del cargamento especial de los rusos?
Hablamos en clave; él sabe perfectamente a qué me refiero: los camiones que traen mujeres—para la trata— desde Rusia.
—Sabes que esta información… —empiezo, pero me interrumpen.
Sebas deja el maletín sobre la mesa con un ruido seco. Un lacayo abre el maletín y la luz se refleja en los fajos de billetes: ciento cincuenta mil dólares alineados como un tablero de ajedrez.
—Duke —musita el serbio con una sonrisa que no llega a los ojos—. Siempre tan generoso. Esta vez, además, te voy a pedir un favorcito…
—No. —Mi respuesta cae en un golpe seco.
Algunos de sus hombres rozan las culatas de sus armas; preparados para lo que pueda pasar. Las miradas de los hombres de los dos bandos se cruzan, tensas, calculadoras.
Saben que conmigo no se juega.
—Mira que lo intento… —suelta un suspiro—. Aceptaré el dinero.
Hace bien. Sabe que no voy a caer en su juego, aunque él siempre lo intenta. Si se arriesga a desafiarme, saldrá perdiendo: tengo más poder y mi gente es más letal y están entrenados, Los serbios carecen de verdadero poder, pero Sorek ha tejido una vasta tela de información; por eso la mafia no lo ataca: lo mantiene vivo para usarlo.
—Ese camión llegará a Boston dentro de una semana. En cuanto pase por la aduana mis hombres te avisaran y te daré la ubicación exacta para interceptarlos.
—Perfecto.
***
La casa está en silencio; es muy tarde y la oscuridad lo cubre todo. No enciendo las luces. Camino directo a la cocina y, con la luz de la luna filtrándose por los ventanales y bañando el mármol en un brillo frío, me sirvo un whisky. Me quito la chaqueta, suelto algunos botones de la camisa y me remango los puños hasta prácticamente los codos.
Estoy apoyado en el mostrador parcialmente y mirando hacía el gran jardín desde el ventanal.
Al poco tiempo, escucho unos sonidos que si no me equivoco son unos pies descalzos contra el suelo que se van acercando hacía la cocina. Esa persona tampoco enciende las luces y cuando entra se asusta cuando ve mi figura en la oscuridad.
—Soy yo…
Se pone enfrente y dice:
—Qué susto…—apoya una mano en el pecho—.¿Qué haces aquí? Es muy tarde.
—Podría decirte lo mismo…
Silencio.
Ella se sirve un vaso de agua sin siquiera mirarme. Está a la defensiva. La sigo con la mirada, y cuando está a punto de irse, la llamo:
—Isabel…
Se detiene y se da la vuelta. Puedo ver cómo su cuerpo se tensa, como si esperara que la amenazara o le prohibiera algo.
Esa reacción no me gusta, pero no lo dejo ver.
—Mañana, si quieres, podrás llamar a tu familia…
Su expresión cambia de golpe; los rasgos se le suavizan. Se acerca, y en sus ojos —incluso en la penumbra— brilla una luz distinta.
—¿En serio? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
Sin pensarlo, da un pequeño salto hacia mí, como si fuera a abrazarme… pero se detiene a medio camino. No llega a hacerlo, aunque queda tan cerca que sus manos se apoyan sobre mi pecho.
Está tan cerca que puedo oler su fragancia...
Me gusta esa sensación, pero dura apenas unos segundos porque retira sus manos de inmediato.
Se queda mirándome un instante, fuerza una risa ligera, quizá para romper la tensión… o para disimular la vergüenza.
Yo carraspeo y doy un trago a mi whisky, dejándole ese espacio para que se aleje.
—Te daré un teléfono nuevo. Solo podrá llamar a tu padre y a los números que yo decida, incluido el mío. No tendrá acceso a internet y, por supuesto, estará monitorizado.
—Sí…
—Espero que no hagas nada de lo que puedas arrepentirte…
—No, por supuesto que no.