La terraza del restaurante Le Jardin Étoilé estaba completamente vacía. Las luces tenues caían sobre las mesas vestidas de lino blanco, mientras el murmullo lejano de una fuente y el aroma a lavanda completaban el ambiente de una noche diseñada para impresionar. No había otro comensal a la vista: el lugar había sido alquilado en su totalidad por Alberto del Monte, uno de los empresarios más poderosos del país, y padre de Isabella. Camila llegó puntual. El nerviosismo apenas era visible en su postura, aunque por dentro, sus entrañas se retorcían. Llevaba un vestido sencillo en tono marfil, sin ostentaciones, pero perfectamente adecuado. Se alisó la falda con las manos antes de acercarse a la mesa donde Isabella ya la esperaba, sentada con una copa de vino en la mano. A su lado, de pie con

