La noche se había adueñado del cielo con un manto de estrellas brillante y un aire fresco que acariciaba la piel. La finca parecía un lugar salido de un sueño: rodeada de árboles, senderos de piedra iluminados por pequeñas lámparas solares, y el canto nocturno de la naturaleza envolviéndolo todo. Camila caminaba junto a Isabella por uno de los senderos laterales, con los brazos ligeramente rozándose, creando una corriente eléctrica constante entre ambas. El silencio era cómodo, íntimo, hasta que Isabella habló: —¿Sabes qué pensé cuando te vi salir de tu casa esta noche? Camila sonrió sin mirarla. —¿Qué pensaste? —Que estaba jodida —dijo sin rodeos—. Porque nadie debería lucir tan deslumbrante y hermosa con ese vestido. Camila se echó a reír, algo tímida, bajando la mirada. —Y tú tan

