El sol se filtraba tibio por las enormes cortinas de lino de la cocina de la mansión. Isabella, vestida con una bata de satén color marfil, estaba sentada en la gran isla de mármol, con una taza de café humeante en una mano y una pastilla blanca en la otra. —Maldita resaca… —murmuró antes de llevarse el medicamento a la boca y tomar un sorbo amargo del café. Luciana entró con su andar elegante y una coleta alta, aún con el maquillaje de la noche anterior ligeramente marcado. Se dejó caer en la banqueta de al lado y la miró en silencio. —¿Cómo estás? —preguntó con suavidad. —Como si un camión me hubiera pasado por encima y después me hubiera dado marcha atrás —dijo Isabella sin rodeos, masajeándose las sienes—. ¿Y tú? Luciana suspiró con una sonrisa torcida. —Con remordimientos. Aunqu

