La oficina principal de Isabella Del Monte era tan imponente como su reputación. Las enormes cristaleras dejaban entrar la luz de la tarde, que se deslizaba por el mármol blanco, las estanterías de roble oscuro y los cuadros abstractos cuidadosamente seleccionados. El aroma a jazmín suave del difusor flotaba en el aire, mezclado con el leve sonido del hielo chocando en su vaso de whisky.
Estaba sentada en su amplio escritorio revisando unos informes cuando escuchó los pasos seguros y decididos de alguien acercándose. No necesitó levantar la vista para saber quién era. Ese perfume, esa elegancia… era inconfundible.
—Vaya, vaya… —dijo Carmen con una media sonrisa mientras se adentraba en el despacho sin esperar invitación—. Me sorprende que tu secretaria me haya dejado pasar sin cita.
—Sa
