El chirrido elegante del portón al cerrarse marcó la entrada de Isabella Del Monte a la majestuosa mansión familiar. El sol de la mañana rebotaba contra los ventanales del hall, y las paredes blancas parecían más brillantes de lo habitual. Llevaba el mismo vestido n***o ajustado de la noche anterior, oculto bajo un abrigo largo de satén, y las gafas oscuras cubriéndole el rostro aún marcado por una noche que no había incluido mucho sueño… pero sí mucho más. Atravesó el recibidor con paso firme, buscando subir directo a su habitación, pero no llegó muy lejos. —Llegas tarde —dijo Renata desde el salón principal, sin necesidad de alzar la voz. Isabella suspiró sin detenerse. —Buenos días, mamá. Renata estaba sentada junto al gran ventanal, impecable como siempre en un conjunto beige y co

