El restaurante estaba ubicado en una colina que ofrecía una vista panorámica de la ciudad iluminada. No era uno de esos sitios extravagantes a los que solía acudir Isabella en eventos sociales. Era más pequeño, discreto, con luces cálidas y mesas separadas lo suficiente para que cada pareja tuviera su propio mundo. Camila aún no salía de su asombro. —¿Cómo conoces este lugar? —preguntó, sentándose frente a Isabella en una mesa de madera rústica junto a un ventanal. —Tengo mis secretos —respondió Isabella con una sonrisa misteriosa mientras tomaba la carta de vinos. —¿Y qué tan a menudo los compartes? —Con la gente especial… a veces —dijo sin mirarla directamente, jugando con la copa de agua entre sus dedos. Camila ladeó la cabeza, divertida. Esa mujer tenía un aire de seguridad magné

