La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por la luz azulada de los monitores médicos. El sonido regular del oxímetro marcaba los latidos estables de Alberto Del Monte, que reposaba en la cama, con el pecho aún agitado, pero consciente. Isabella estaba sentada a su lado, sujetándole la mano con fuerza. Camila, de pie junto al otro costado, tenía los ojos fijos en el rostro pálido de su padre, esperando que abriera los ojos. Y entonces, lo hizo. —Hijas… —murmuró, apenas audible. —Shh… tranquilo, papá —susurró Camila, inclinándose hacia él—. Solo fue un susto. Alberto intentó incorporarse, pero Isabella lo detuvo con cuidado. —No te esfuerces. Los médicos dijeron que debes descansar. Alberto cerró los ojos un segundo, y luego los volvió a abrir. —¿Nicolás? Camila tragó saliva

