Las luces cálidas de la habitación apenas iluminaban sus cuerpos entre sombras. Afuera, la noche seguía su curso. Pero dentro de esas cuatro paredes, el tiempo se detenía. Ya no existía el mundo. Solo ellas.
La maleta seguía abierta, como testigo silente de una decisión aplazada. Camila e Isabella se miraban desde el borde de la cama, las respiraciones agitadas, los ojos oscuros de deseo y ternura.
—Quítame esto —susurró Isabella, tomando la mano de Camila y guiándola al tirante de su blusa.
Camila obedeció en silencio, dejando que la tela resbalara por sus hombros como un suspiro. Su piel quedó expuesta, cálida, vibrante, y la mirada de Camila la recorrió como si estuviera viendo el cielo por primera vez.
—Eres perfecta —murmuró, antes de besarla.
El beso fue lento, profundo, lleno d
