El hospital tenía ese silencio cargado que precede a las malas noticias. Camila e Isabella caminaron por el pasillo principal con el paso contenido, sin soltarse de la vista, pero sin tocarse. A la distancia, vieron a Alberto de pie junto a una máquina de café, con los brazos cruzados y la mirada perdida. Cuando se acercaron, ni siquiera las miró. —Buenos días —dijo Camila con cortesía seca. Alberto bebió un sorbo del café sin responder. Isabella lo miró con resignación. El frío era palpable. Antes de que alguna pudiera decir algo, una figura apareció por el pasillo. —Camila —llamó Daniela, vestida con su uniforme de quirófano, el rostro visiblemente agotado. Camila giró. Daniela se acercó sin dudar, la abrazó y luego, sin medir el contexto, le dio un beso rápido en los labios. Isabe

