El sol caía sobre los edificios universitarios, y en una esquina del campus, Nico Del Monte reía rodeado de un grupo de chicos con chaquetas negras, gorras hacia atrás y ese aire de “vivimos al límite” que tanto lo atraía últimamente.
—¿Entonces hiciste la curva a 120? —preguntó uno de ellos, con los ojos brillando.
—Con el asfalto mojado, bro —respondió otro, orgulloso—. La adrenalina fue brutal. Tienes que venir, Del Monte.
Nico se mordió el labio inferior, tentado.
—No sé, tíos. Con la camioneta que me regaló mi viejo, ni de coña corro. Eso parece una ballena sobre ruedas —bromeó, arrancando una risa colectiva.
—¿Y qué esperas? —saltó uno—. Pídele un coche de verdad. Tienes apellido de sobra para eso, ¿no?
Nico sonrió con picardía.
—Quizá lo haga hoy.
⸻
Una hora más tarde, Nico
