El barrio se estremeció con el rugido de los motores. Una camioneta negra de lujo, blindada y con cristales polarizados, avanzaba lentamente por las calles deterioradas, seguida de un segundo vehículo de escolta. Los vecinos se asomaban con cautela. Algunos salían a sus puertas; otros simplemente observaban desde las ventanas agrietadas, murmurando entre ellos. Sabían que no era cualquier visita.
La puerta trasera de la primera camioneta se abrió con suavidad. Isabella Del Monte bajó con elegancia calculada. Lucía un conjunto crema de lino y gafas oscuras, su cabello castaño recogido en una coleta alta. A su lado, como siempre, bajó Luciana, su asistente personal y amiga de toda la vida, impecablemente vestida con traje beige, tablet en mano y actitud alerta.
—¿Estás segura de que quiere
