En su voz grave susurrándome en la escalera del museo, su sonrisa torcida. En sus dedos, rozando mi espalda, en cómo me miró anoche en el restaurante. Y las sensaciones que me hizo sentir, que despertó en mí en una sola noche. Una punzada me atraviesa el pecho. Me abrazo a mí misma intentando alejar el frío que me cala los huesos. Entonces escucho pasos apresurados. —¿Raven? Levantó el rostro con dificultad. Siento la garganta seca, los labios cortados y los ojos me arden. Y entonces lo veo. Franco. Y detrás de él, la figura de Dahlia, su madre. Pálida, temblorosa. Junto a ella, una silueta menuda. Portia. Lleva el cabello recogido y el rostro demacrado. Sus ojos buscan los míos con desesperación. Pero es Franco quien se adelanta. No camina. Arremete. —¿Qué le hiciste? —ruge, agarr

