Pasaron los años, ciento ochenta para ser exactos, en los que nada ocurrió, incluso hubo veces en las que dudé de las razones que nos había dado Marcos para convertirnos. Marina no había sido destruida y tampoco ella nos había buscado para acabar con nosotros. Mi madre, mediante un hechizo, se mantenía joven, al igual que nosotros. Por tal razón, cada cierto tiempo, debíamos huir, fue así como en mil quinientos cinco llegamos a España y allí nos instalamos en una pequeña casa en medio del bosque, no queríamos más vecinos intrusos, ya bastante mala experiencia habíamos tenido con ellos en aquellos años.
Una tarde, algunos años después, vi a un intruso en el bosque, quería saber quién era, pero huía de mí, parecía burlarse de mí. Lo seguí, pero lo perdí de vista a la vez que escuché unos gritos. Me apresuré a llegar al lugar de donde provenían. No logré llegar a tiempo, llegué en el momento exacto en el que una chica iba cayendo por el acantilado. A medio camino, alguien le lanzó una llama que la abrasó por completo. Corrí para auxiliarla. La imagen de Galiana muerta se aparecía en mi cabeza todo el tiempo, pero en ese momento más. Tomé a la chica en mis brazos para meterla al agua y apagar el fuego que aún quedaba en sus desgarradas ropas y convertirla.
―No, por favor , ya basta ―me suplicó con voz angustiada.
―Tranquila, no te voy a lastimar, te voy a ayudar ―le aseguré.
Le iba a inocular mi veneno cuando su corazón dejó de latir.
Su aura me acarició con suavidad. Recordé con más fuerza a Galiana, no su muerte, más bien su vida. Esos años en los que jugábamos, en los que ella simplemente corría por el prado disfrutando de la naturaleza que tanto le gustaba, sus risas, sus enojos, sus dulzura.
Abrí los ojos y me encontré de frente con la realidad. La joven que sostenía en mis brazos también había sido abusada por salvajes, sus huesos quebrados y su piel quemada. ¿Marina estaba de vuelta para acabar con el trabajo que no terminó hacía casi dos siglos ya? Lloré como hacía mucho tiempo no podía hacerlo.
Otra vez nada por varios años, hasta que un día vi a Marina Alabrú, en pleno centro de la ciudad caminando como si nada. Iba sonriendo feliz tomada del brazo de un hombre, ¿sería Ricardo, o Licurgo como lo conocían en el tiempo que mataron a mi hermana, el secuaz de esa bruja y a quien todavía yo no tenía el gusto de conocer?
Ella clavó sus pupilas en mí, su mirada era dulce, por un momento me descolocó, no tenía en ella la maldad que había visto en esa mujer siglos antes. Quise ir a encararla, sin embargo, algo me detuvo.
―Joseph ―habló a quien estaba a su lado―, ¿vamos a casa? Estoy un poco cansada.
―Claro, princesa, suficiente paseo por hoy.
El hombre se veía feliz a su lado, más que eso, radiante.
Ella volvió a posar sobre mí su mirada y sonrió levemente, no fue una sonrisa de burla, al contrario, más me pareció una sonrisa de agradecimiento. No lo entendí sino hasta varios siglos después.
Regresé a casa y narré lo sucedido a mi familia.
―Debemos irnos ―sugirió Franco.
―No ―replicó mi mamá―. No es momento de huir.
―¡Pero esa mujer ya vio a Leo! ―protestó Julius.
―Hemos vivido casi dos siglos intentando encontrar a esa mujer y a su cómplice para vengar la muerte de Galiana y no vamos a huir ahora que la encontramos ―reprochó mi mamá.
―¿Y si no es ella? Tú dijiste que parecía diferente, Leo ―comentó mi papá.
―Quizás solo quiera engañarnos ―intervino Franco.
―¿Y para qué necesita engañarnos? Yo creo que no es ella. Sí, al principio pensé que podía ser Marina, pero ahora... Ahora no sé. Además, sabemos que tiene que reencarnarse; ella, aunque no muere y siempre está vagando en busca de un cuerpo, no puede quedarse en uno por siempre y la última vez que la vimos con ese cuerpo fue hace casi doscientos años. Es imposible que sea ella.
―Entonces, ¿qué quieres que hagamos? ―interrogó Julius―. ¿Esperar aquí a que esa mujer deje de jugar y nos mate?
―No creo que quiera jugar.
―No sé, Leo, si no quieres que la ataquemos, ¿por qué vienes y nos cuentas todo esto? ―cuestionó Julius.
―Quería que lo supieran, nada más.
―¿Y para qué? ¿De qué nos sirve que lo sepamos?
―¿Qué te pasa, Julius?
―Cálmense los dos ―habló papá―. Cuando saliste, Leo, nosotros estuvimos hablando, hemos vivido dos siglos tranquilos sin la presencia de Marina, tenemos la eternidad por delante, ¿por qué morir por nada?
―¡Ella mató a Galiana! ―protesté.
―Sí, y matando a esa mujer no la vas a traer de nuevo a la vida.
―La vengaríamos ―intervino mi mamá con frustración.
―Mira, Carla, tu hija se expuso sin necesidad al salir tan tarde por ahí, si eso no hubiese sido así...
―¡Esa mujer la hubiese matado igual, papá! ―grité.
―¡No podemos estar seguros!
―Papá, poco después te atacó a ti, y si no hubiera sido por Marcos, estaríamos todos muertos. Y tú no andabas de noche ni por ahí, como dices tú, esa mujer quería matar a Galiana porque ella era especial, ¿quién era mi hermana? No lo sé, pero estoy seguro de que algún día lo sabré y, mientras tanto, yo no la olvidaré. Piénsalo, de no ser por ella, estaríamos todos muertos ahora mismo.
―Pero no lo estamos; debemos agradecerlo y no exponernos, ¿qué sacamos con matarla si sabemos que no podremos destruirla?
―Todavía, pero va a llegar el momento ―afirmó mamá.
―¡No, Carla, no! Esa mujer es muy difícil de destruir, si no lo fuera, ¿estaríamos aquí discutiendo esto? No. Ella estaría fuera de nuestras vidas, pero nunca lo estará porque esa mujer disfruta de vernos así, como estamos ahora.
―¿Y crees que huyendo nos dejará en paz? ―cuestioné.
―Nos ha dejado en paz todos estos años.
Tocaron a la puerta. El ánimo no estaba de lo mejor, sin embargo, fui yo mismo a abrir y encontrar a Marcos en la puerta me dejó confundido.
―Hola, Leo, necesito hablar con ustedes ―me saludó.
―Estamos en medio de una discusión familiar, pero pasa, tal vez tú nos puedas ayudar.
―Si es por Marina, no sacan nada con escapar, si ella los quiere eliminar, lo hará sin dificultad y no hay lugar en el mundo en el que puedan esconderse ―dijo mientras entraba a nuestra casa.
―Es precisamente el tema ―respondí.
―Lo sé. Marina no está en este mundo, al menos no ha tomado otro cuerpo, vaga por las esferas espirituales, buscando, esperando...
―Esperando... ¿qué? ―replicó mi papá
―Esperando a tomar un cuerpo material otra vez y hacer lo que mejor sabe hacer... Matar.
―¿A quién? ¿A nosotros?
―No. No anda detrás de ustedes por el momento.
―¿Entonces? Esa mujer ya se olvidó de nosotros y lo mejor será que nos vamos lo más lejos posible de aquí.
―No pueden irse, para destruirla, ustedes son necesarios y será mejor que se preparen a ampliar su clan.
―¿Te vendrás con nosotros? ―consulté.
―No, sabes que yo no tengo clan. No, sus nuevos amigos son humanos todavía, pero en un tiempo más deberán ser convertidos.
―¿Cuándo? ―atiné a preguntar.
―Lo sabrán en su momento, créanme que lo sabrán.
―Eso quiere decir que tendremos que enfrentarnos a esa mujer ―replicó mi papá.
―Su lucha con ella no ha terminado, si creen que ella olvida, les aseguro que están muy equivocados, ella jamás olvida, puede que espere, es como el gato jugando con el ratón, cuando se cansa, lo caza.
―Lo que es yo, estoy dispuesto a seguirla adonde vaya, no me quedaré con los brazos cruzados, no me convertí en vampiro para tener vida eterna; si lo hice fue por Galiana y no la olvido, mucho menos después de lo que ocurrió hace un tiempo con esa otra chica.
Marcos me miró unos segundos y asintió con la cabeza.
―No pueden olvidarla ―sentenció.
―Yo no la olvido ―afirmé―, era mi hermana pequeña y no merecía morir así. Tampoco mi papá tendría que haber sufrido lo que sufrió cuando fue atacado por ese tal Ricardo, tampoco Raymond... No. Yo no olvido, Marcos. Y no olvidaré nunca y no descansaré hasta que esos dos paguen todo lo que han hecho. Todo ―decreté―. Esa mujer sufrirá por todo lo que ha hecho, lo mismo que hizo, lo sentirá en propia piel.
―No la olvides... ―Marcos bajó la cabeza, puso su mano en mi hombro unos segundos y se marchó sin despedirse.