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1880 Words
Habilidad de Glen Su poder comenzó a envolverla a ella y a Kaelion, como un resplandor dorado que parecía ser tanto una bendición como una condena. Cada centella de esa energía vibraba con la fuerza de la desesperación de Leocadia, una desesperación tan inmensa que su habilidad de sanación no solo se desató, sino que se amplificó hasta límites que ni ella misma podría haber imaginado. - No... ¡No puedes irte! - susurró, con la voz rota por el miedo mientras su mano tocaba el pecho de Kaelion, guiando su poder hacia él. Sus ojos, llenos de lágrimas, brillaban con la luz de su habilidad mientras las sombras del veneno en su cuerpo comenzaban a desvanecerse, pero era una lucha constante. El veneno resistía, se aferraba a él con ferocidad, pero el miedo que Leocadia sentía por perderlo estaba forzando su poder a extremos que su cuerpo nunca había experimentado. Cada segundo que pasaba, su energía parecía agotarse más rápidamente. Las manos de Kaelion palidecieron, su respiración aún débil, pero sentía cómo la vida volvía lentamente a su cuerpo. Fue un esfuerzo sobrehumano. Su respiración se volvía más agitada, su cuerpo temblaba por el agotamiento mientras el resplandor de su magia comenzaba a desvanecerse, como una vela consumida por el viento. Cada golpe de energía que liberaba la dejaba más débil, más vulnerable, pero no podía detenerse. No podía permitir que Kaelion muriera ante ella. Finalmente, el veneno cedió. La piel de Kaelion dejó de estar fría y pálida, su pulso volvió a una regularidad más estable y su respiración se hizo más profunda. Leocadia, con la última reserva de su energía, se desplomó, su cuerpo colapsando junto a él. Kaelion, aunque débil, la miró con una mezcla de sorpresa y asombro. La sanación que había experimentado no solo había restaurado su vida, sino que había dejado una marca en él. Una marca que reconoció no como un acto de magia, sino como una conexión más profunda. Se sentó en la carreta con algo de esfuerzo, mirando a su esposa inconsciente a su lado y la suavidad de su respiración era un alivio para él. Pero algo más lo inquietó: la forma en que el poder de Leocadia lo había sanado, cómo ella había desbordado esa energía como si estuviera conectada a algo más grande que él. Era el poder de la sangre D’Aurial de Glen. Sus manos se movieron hacia ella, acunándola con cuidado. La voz que le quedaba, rasposa y cansada, emergió, fuerte a pesar de su estado. - No... quiero que nadie hable de esto. Nadie debe saber lo que acaba de ocurrir. Los soldados, que habían presenciado la escena en silencio, comprendieron que la orden era clara. Nadie debía hablar de lo que habían visto esa noche. La magia de Leocadia, su conexión con el dios Nerias, no era algo que los mortales pudieran comprender sin consecuencias. El silencio se instaló, pesado e incómodo, mientras Kaelion continuaba sosteniendo a Leocadia en sus brazos. La herida que lo había debilitado ya no era más que una sombra, pero la imagen de ella, tan vulnerable, tan dispuesta a arriesgarlo todo por él, permanecería grabada en su memoria. - Avancen…Me quedaré con ella. Cuando estemos cerca del palacio montaremos - ordenó Kaelion con voz firme. No iba a permitir que los nobles lo vieran débil. La súplica no estaba en sus palabras, pero el cuidado con el que trató a la princesa demostró lo que realmente sentía. - Si, majestad. Los soldados obedecieron rápidamente, colocando la capa del emperador sobre Leocadia, mientras Kaelion, aún recuperándose de la experiencia, se mantenía firme a su lado. La comitiva reanudó el viaje, pero la atmósfera había cambiado irrevocablemente. Lo que había ocurrido esa noche iría mucho más allá de un simple acto de curación. Algo ha Cambiado Cuando al fin vieron a lo lejos, las luces de la ciudad, el emperador detuvo el convoy y bajó llevando a Leocadia en sus brazos, aún inconsciente para entregársela a Rovik un momento para subir a su caballo. Con cautela, los hombres comenzaron a reacomodar a Leocadia sobre el caballo, mientras Kaelion, con su mano temblorosa, sujetaba las riendas. Aunque él mismo se sentía débil, no podía apartar la vista de la mujer que había salvado su vida, como si la magia que había desbordado de ella también hubiera tocado algo en su interior. El silencio que siguió fue pesado. El viaje continuó, pero había un cambio en la atmósfera. Nadie sabía cómo explicarlo, pero Kaelion sí: algo había cambiado. No solo en él, sino también en Leocadia. - Avancemos - ordenó el emperador liderando al grupo - Al palacio. - ¿Como explicaremos que estás a salvo? - preguntó Rovik a su lado. - Lo pensaré mientras llegamos. Habla con los demás. Nadie debe mencionar lo que pasó esta noche. - Si, majestad...- le dijo deteniendo la marcha de su caballo para hablar con su gente. Lo que había comenzado como un acto desesperado por salvarlo, ahora había sembrado una semilla entre ellos, algo mucho más profundo que la simple magia. Algo que ni ellos ni los demás comprenderían aún. Bendición o maldición Leocadia despertó con dolor de cabeza, como si una niebla densa hubiera envuelto su mente. El suave vaivén del caballo bajo ella la trajo de vuelta a la realidad, pero aún sentía la confusión en su pecho, como si algo importante estuviera a punto de desvanecerse de su memoria. Abrió los ojos y lo primero que vio fueron las sombras de árboles moviéndose, acompañadas por el sonido de los cascos de los caballos. El aire fresco y el movimiento del viaje la despertaron por completo, pero lo que más la sorprendió fue la sensación de estar acurrucada contra algo cálido, fuerte. Estaba rodeada por los brazos de Kaelion, su pecho pegado a ella, su respiración casi en su oído. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, pero no por miedo. La cercanía, la tensión entre los dos, era innegable. Sus piernas estaban casi enrolladas alrededor de él y la capa de Kaelion la envolvía con una suavidad que contrastaba con la dureza de su agarre. Su primer impulso fue apartarse, pero el mareo la detuvo y se dio cuenta de que estaba atada a él por más que su cuerpo. Él la estaba sosteniendo, su brazo bajo sus hombros, la otra mano aferrándose a las riendas del caballo mientras avanzaban a través del bosque en las afueras de la ciudad. - Kaelion...- murmuró, confundida, tocándose la cabeza como si intentara recordar. El mareo seguía en su cuerpo, el dolor, pero no lograba entender por qué todo parecía tan surrealista. - Tranquila, Leo - respondió su voz, grave y serena, como una roca en medio de una tormenta - Estás a salvo. La joven intentó enderezarse, pero su cuerpo no respondió de inmediato y fue él quien la sujetó con firmeza para evitar que cayera. Cuando la miró, algo en su expresión cambió, como si él también estuviera asimilando lo que había sucedido. - Tu habilidad ha despertado, Leo - dijo Kaelion en un susurro bajo, casi imperceptible por el viento que azotaba sus rostros. La forma en que lo dijo, sin sorpresa, sino con una calma que casi era aterradora, hizo que el corazón de Leocadia se acelerara. - ¿Qué...? - Su mente aún luchaba por poner las piezas juntas, por entender lo que estaba ocurriendo. La última imagen clara que tuvo fue de su desesperación al ver su rostro desvanecerse, de su miedo a perderlo, pero había algo más, algo dentro de ella que había estallado con fuerza. ¿Había sido ella quien lo había sanado? ¿Cómo? Kaelion la observó con intensidad, sus ojos oscuros recorriendo su rostro como si buscara algo, una señal de que lo comprendiera. - Lo hiciste, Leocadia. No recuerdas, pero lo hiciste.- Su voz tenía una dureza ahora, un tono que le hablaba de algo que él ya sabía, pero que no quería explicarle del todo - Tu poder... Es algo raro y muy antiguo. Algo que lleva tiempo descubrir y dominar. - Pero no lo recuerdo. Yo...- Leocadia luchó por articular sus pensamientos. Sus manos temblaban ligeramente y la niebla en su mente persistía. La intensidad del poder que había usado, la luz de su energía, el miedo de que Kaelion dejara de respirar, lo único que su mente podía procesar era la desesperación. - Lo activaste sin querer. Estabas asustada...- murmuró Kaelion, como si no solo le hablara a ella, sino también a sí mismo - Tu poder es de la familia real de Glen, otorgado por Nerias, el dios de la curación, pero no es algo que puedas usar sin consecuencias. Leocadia lo miró, confundida, aún sin comprender del todo. - Consecuencias...? - Sí, - dijo Kaelion, su tono volviéndose más grave. - Tienes un poder extraordinario, pero no es algo que puedas controlar de inmediato. Debemos tener cuidado. Lo que hiciste hoy... podría lastimar tu cuerpo más de lo que imaginas. Leocadia trató de procesar sus palabras, pero la sensación de que algo se había despertado dentro de ella la asustó más que cualquier otra cosa. Ella no había elegido hacerlo. No había tenido control sobre lo que ocurrió. No podía recordar, no sabía cómo había sucedido, pero algo profundo dentro de ella la hacía sentir vulnerable. Y su esposo, Kaelion, parecía estar completamente tranquilo a pesar de todo. - ¿Qué pasa si no puedo controlarlo? - preguntó ella en un susurro, mirando al frente, sin querer ver la expresión en su rostro. El viento le acariciaba la piel, pero no podía apartar el miedo de sus palabras. Kaelion respiró hondo, controlando su mirada y luego la apretó suavemente entre sus brazos, acercándola un poco más a su pecho. - Lo aprenderás. Si hay algo que te he enseñado es que siempre hay que aprender a controlar lo que parece fuera de nuestro alcance, pero también tienes que estar preparada para las consecuencias. La magia como la tuya puede desgastar el cuerpo, hacer que pierdas el control si no sabes cuándo parar. Cómo mi aura... Leocadia asintió lentamente, reconociendo el peso de sus palabras. El miedo que había sentido por su vida, por la vida de él, le había permitido liberar algo dentro de sí, algo que nunca había imaginado poseer. Pero ahora que la verdad estaba frente a ella, comprendió que este poder no solo podría salvarla, sino también destruirla. Y Kaelion... su presencia aquí, su cercanía, su constante calma, eran todo lo que necesitaba para mantener la esperanza viva, pero también sentía algo más: una conexión tan intensa con él que parecía que su destino ya no estaba solo en sus manos. No podía dejar de preguntarse qué significaría eso para su futuro, para el futuro de los dos. - Debemos tener cuidado - le dijo Kaelion, sus palabras un recordatorio sutil de que la vida no era tan simple, incluso cuando el amor y el poder se entrelazaban. Y, a pesar del dolor en su pecho, Leocadia comprendió que su vida, su destino, había cambiado para siempre. Y que ahora, Kaelion, el hombre que había estado al borde de la muerte, la tenía en sus brazos con la promesa de guiarla a través de lo desconocido.
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