Kaelion no dijo nada durante un largo momento. En su lugar, dio un paso más cerca, su mirada clavada en la espalda de la princesa, el lugar donde su vestido se deslizaba con la humedad. Fue un movimiento inconsciente de la princesa al girarse ligeramente, su cabello mojado cayendo hacia un lado, dejando al descubierto lo que Kaelion había comenzado a intuir.
Un rastro de marcas, líneas rojas y moradas, marcaban su piel. Golpes recientes, aún visibles, a pesar de los intentos de ella por cubrirlos. Como los que había visto ayer.
Kaelion no pudo evitar tensarse al ver las cicatrices de abuso, más allá de cualquier dolor físico que pudiera haber causado el viento o la tormenta.
- Nada. Solo tu vida
Leocadia se dio cuenta de que su intento de ocultar lo inconfesable había fracasado. Dio un paso atrás, intentando cubrir su espalda con el cabello, pero el daño ya estaba hecho.
- No debe preocuparse, majestad…Estaré bien
Kaelion la observó en silencio, sus ojos fijos en las heridas que ella intentaba esconder, sin decir una palabra con un silencio pesado envolviendo ambos. El hombre que había estado observando todo desde la distancia, que conocía las intrincadas jugadas de los políticos, ahora se encontraba ante algo mucho más personal. Algo mucho más humano. Sabía que no podía ignorar lo que veía.
- No mientas - La voz de Kaelion fue baja, pero llena de una autoridad silenciosa. -Sé lo que está pasando en esta -Sus ojos reflejaron una mezcla de comprensión y dolor. -Esto no es solo una cuestión de orgullo, Leocadia. Es tu vida.
Leocadia no respondió de inmediato. En su lugar, sus ojos se nublaron y por un segundo, su rostro vaciló. El dolor estaba a punto de desbordarse, pero se contuvo.
- No sé qué esperas de mí - La respuesta de Leocadia fue un susurro cargado de amargura, su voz casi perdida entre el ruido de la tormenta -¿Qué puedes hacer tú? Todos son iguales. Todos me ven como una pieza más. Nada cambiará.
Kaelion se acercó aún más, captando la angustia en su voz. Sintió el peso de sus palabras como una espada en el corazón, pero no cedió. Se acercó hasta quedar apenas a un paso de ella. A su lado, la tormenta rugía, como si el mundo entero hubiera conspirado contra ella.
- No soy como ellos - Kaelion habló con firmeza -No voy a ofrecerte compasión. Te ofrezco poder, princesa. La oportunidad de que tú misma decidas tu destino - Sus ojos brillaron con una intensidad nueva, una promesa - Déjame ayudarte a recuperar lo que te han robado. No te dejaré hasta que tomes el control de tu vida.
Leocadia lo miró, confundida y asustada, pero también cautivada por la sinceridad en su mirada. En ese instante, un resquicio de esperanza floreció en su pecho, el primero en tres meses. Sin embargo, aún temía la idea de confiar.
- ¿Y por qué lo harías? - preguntó, con voz entrecortada, apenas creíble en su propio desafío -¿Qué quieres de mí?
Kaelion no respondió de inmediato. En lugar de eso, extendió su mano hacia ella, un gesto simple, pero poderoso.
- No quiero nada de ti, princesa -Su tono era suave, casi imperceptible. -Solo que tomes el control. Que vengues lo que te han hecho.
Ella lo miró como si no entendiera. Como si aún estuviera atrapada en la niebla de la desesperación.
- ¿Venganza? - repitió ella, incrédula. - ¿Qué sabes tú de lo que he vivido?
Kaelion se acercó un paso más, su mirada fija en ella y sin pensarlo le soltó una de las verdades más profundas que jamás había dicho:
- Lo suficiente.
Leocadia vaciló, pero vio algo en sus ojos, algo más que promesas vacías. Era algo que nunca había experimentado antes: la posibilidad de tomar su propio destino, por fin.
Con una respiración temblorosa, dio el primer paso hacia él y Kaelion aprovechó para aferrarla y saltar por el balcón llevándola a su carruaje ante la mirada sorprendida del cochero y los caballeros que lo acompañaban.
- A la villa azul – ordenó entrando al carruaje tras ella.
- Si, majestad- dijeron al unísono en tanto el carruaje se perdía en el sendero lejos de la mansión Transa.