No Quiero Perderte
La noche estaba oscura, el aire frío cortaba la piel y las estrellas brillaban lejanas, pero la cercanía de Kaelion era un calor que envolvía a Leocadia con una intensidad que la confundía. El convoy había avanzado por un largo trecho, pero Kaelion había ordenado detenerse en un claro apartado del bosque.
La razón era evidente en su rostro: la ansiedad contenida, los ojos tan oscuros como la noche misma. Leocadia aún sentía el peso de todo lo ocurrido, la habilidad que había despertado dentro de ella, el peligro de perder a Kaelion, pero también el alivio de haberlo salvado. Todo lo que había hecho, cada impulso, le había salido del corazón, pero ahora, en la intimidad de la quietud de la noche, las emociones eran demasiado intensas para procesarlas.
- Aguarden aquí - les dijo con voz ronca bajando del caballo - La emperatriz necesita descansar un momento. La acompañaré. No nos sigan.
- Majestad...- comenzó a decir Rovik, pero al ver el aura a su alrededor prefirió callar. Las emociones del emperador lo estaban desestabilizando - Como ordene, majestad.
Kaelion se detuvo frente a ella, su rostro pálido bajo la luz tenue de la luna extendiendo los brazos para tomarla por la cintura. Leocadia se bajó del caballo, pero no pudo dar un paso sin que él la sujetara con fuerza por los hombros, como si temiera que pudiera desvanecerse de entre sus dedos. La miró profundamente, con una mezcla de desesperación y algo mucho más fuerte.
- Kael... ¿A dónde? - comenzó a decir la joven confundida.
Con un gruñido de frustración, Kaelion la tomó por la cintura y la apartó sin decir palabra alguna, con una urgencia palpable. La guiaba por el bosque, alejándose del campamento, buscando la privacidad de un rincón donde pudiera liberar toda la tensión que había acumulado en su interior. Leocadia no lo comprendió de inmediato, pero no pudo evitar seguirlo.
El emperador la condujo hacia el interior del bosque, lejos del camino a una arboleda espesa y la detuvo respirando con agitación.
- Leo...- susurró, su voz rasposa, cargada de angustia - No vuelvas a arriesgarte así, por nadie. No sé qué haría si te pierdo. No sé si podría...- Sus palabras se entrecortaban y por un momento, fue como si el peso de todo lo que había soportado lo aplastara - No quiero perderte.
Leocadia lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza. Su esposo... Kaelion. Había estado tan cerca de morir y había sido ella quien lo salvó, quien despertó algo dentro de sí que nunca había imaginado. Y ahora, en ese momento, Kaelion estaba frente a ella con el miedo claro en sus ojos.
- Kaelion, - dijo ella, su voz suave, pero firme, desafiando el dolor y la tensión en el aire - Eres mi esposo. Mi familia. Lo que he hecho, lo he hecho porque eres importante para mi. Y si tengo que arriesgarme para ayudarte, lo haré. Mi lealtad está contigo, más allá de cualquier alianza. No te dejaré.
Una chispa de algo profundo se encendió en los ojos de Kaelion, algo que se podía confundir con furia o pasión. El hombre fuerte, el emperador invencible, estaba vulnerable ante ella, ante lo que sentía, ante lo que estaba dispuesto a hacer por ella. Él la necesitaba y ella sentía lo mismo por lo que la alejó un poco más del camino.
Una vez a salvo de las miradas ajenas, Kaelion la empujó contra un árbol, su respiración agitada, los músculos de su cuerpo tensos, casi como si fuera una lucha interna.
- No puedo... Cómo puedes ser tan perfecta para mi. No puedo controlarme - murmuró, casi entre dientes, mientras sus manos recorrían con desesperación el cuerpo de Leocadia, arrancándole la capa que la cubría - Te he estado deseando todo este tiempo, Leo. Desde Glen... Todo lo que soy, todo lo que he hecho, ha sido por ti. Y ahora...- Su voz se quebró mientras sus labios rozaban los de ella, buscando, reclamando algo que ambos sabían que era inevitable.
Leocadia no resistió, no intentó apartarlo. Su cuerpo reaccionó de inmediato, respondiendo a la necesidad de él, a la angustia que ambos compartían. Lo había sentido durante algún tiempo, en su corazón, que el deseo que los consumía era más fuerte que cualquier otro sentimiento. Kaelion la besó con una desesperación que la hizo sentir viva, más viva que nunca.
Sus manos se movían rápido, despojándola de la ropa, mientras él se deshacía de sus propias vestiduras, como si cada prenda fuera una barrera entre ellos, algo que los separaba. El contacto de su piel con la suya fue como un fuego desbordándose, consumiéndolos sin control. Leocadia no podía dejar de sentirlo, de buscarlo, de responder a esa pasión bruta, tan intensa como la furia que ardía en los ojos de Kaelion.
Él la tomó en sus brazos, sin cuidado, como si el tiempo no tuviera valor, como si su propio deseo lo estuviera controlando en lugar de su razón. La besó nuevamente, más feroz, más profundo, mientras la levantaba, llevándola hacia el suelo, donde la tierra fría no podía frenar el calor de su cuerpo. Se movió sobre ella con una urgencia feroz, su cuerpo empujando al suyo con una fuerza que la hizo temblar.
- Leo... - susurró entre besos, su voz ronca, casi incontrolable - Te he deseado tanto, pero no puedo... no puedo quedarme sin ti.
La joven respondió a sus palabras con la misma desesperación, sus manos aferrándose a su espalda, rozando su piel, buscando aferrarse a lo único que sentía real en ese momento. Kaelion. Él estaba con ella y todo lo demás desapareció. No importaba lo que había sucedido antes, ni la venganza que había planeado. Lo único que existía ahora era él y ella, el deseo que los unía.
Kaelion no pudo esperar más hundiéndose en ella con fuerza haciéndola aferrarse a él. Comenzó a embestirla con rudeza y, aunque estaba consciente de que era su esposa, una mujer frágil y delicada la necesidad de tenerla abrumó sus sentidos. Se entregó a ella, a su amor, a lo que había estado negando en su corazón desde que la conoció. En ese momento, no había más alianzas ni promesas. Solo había pasión, desesperación y amor en su forma más pura y cruda.
- Mierda, Leo...Me vas a volver loco...- gimió entre besos y jadeos - Debí traerte conmigo antes...
- ¿Kael?
- Shhhh....Déjame llegar dentro de ti. No tenemos mucho tiempo. Te lo recompensaré en casa.
Leocadia se rio ante la solicitud descarada, respondiendo de la manera que creyó demostraría que ella también lo deseaba. Levantó las piernas para rodear su cintura con ellas, pero el emperador gruñó saliendo de ella y girándola para que quedara de rodillas frente a él para luego penetrarla por detrás haciéndola soltar una exclamación de sorpresa.
- Había fantaseado con esta posición...- siseó excitado - Me gusta como se ve tu trasero y como entro en ti.
- Kael...
- Lo siento, cariño. Estoy muy excitado y tengo más palabrotas en la cabeza, pero quiero apurarme.
Kaelion sintió como Leocadia comenzaba a excitarse con los movimientos y embestidas de su esposo y sonrió. Se inclinó hacia adelante para apropiarse de sus senos y comenzó a estimularlos para acelerar su orgasmo.
- Buena chica, preciosa. Dámelo...
- Kael...voy a correrme - le dijo afirmando la capa bajo ella al ser embestida una y otra vez.
- Estoy cerca, llega para sentir como me aprietas...
No pasó mucho cuando los espasmos sacudieron a Leocadia y fue suficiente para llevar a Kaelion a su orgasmo también. Permaneció firmemente hundido en su canal hasta que toda su semilla se vació en ella.
Cuando pudo recuperar los sentidos, salió de ella con cuidado y la dejó sentarse sobre la capa mientras él se vestía con rapidez para después recoger la ropa de su esposa y ayudarla a vestirse. La joven sonrió cuando el joven la ayudaba aprovechando de dejar besos aquí y allá en su cuerpo con una actitud concentrada la que parecía dispar en la situación.
- Kael... ¿Me deseabas en Glen? - le preguntó de improviso lo que hizo que el hombre se detuviera. Por un momento, pensó que no iba a responder, pero Kaelion habló.
- Al principio me eras una niña molesta que me forzaba a ser su amigo - reconoció siguiendo con la tarea de vestirla y en parte, para evitar su mirada inquisitiva- Pero mientras más tiempo pasaba contigo me di cuenta de que me gustaba estar contigo, tu inteligencia y fuerza a pesar de que todos parecían ignorarla.
- ¿Fuerza?
- Tenías tus propias opiniones y eras decidida cuando creías en algo, al punto de enfrentar a tu padre o a tu hermano. Eras justa con los sirvientes y nunca abusaste de tu posición. A diferencia de lo que a mi se me había enseñado, fue interesante de ver. Cuando regresé a al imperio Celeste y me enfrenté a mi tío me di cuenta de que debía hacerme más fuerte para poder validarme ante la corte y la gente que creía que sólo era un príncipe cobarde que se escondió en otro reino mientras todos sufrían por la tiranía de mi tío. Seguía pensando en ti y, a veces me preguntaba como enfrentarías algunas situaciones, pero me justificaba con que lo que sentía era sólo amistad y agradecimiento. Me había enamorado de ti.
- ¿Me amabas? ¿Me amas?
-Si, te amo…Ahora puedo verlo con claridad.
Leocadia lo miró con atención sin interrumpirlo.
- Cuando me convertí en emperador aún eras muy joven para traerte y luego el trabajo me absorbió. Cuando me di cuenta, llegaron las noticias de que el bastardo de Edward te había desposado.
- ¿Por qué no me escribiste?
- Tengo demasiados enemigos todavía. Exponer mi interés en ti solo te habría hecho un blanco.
- ¿Blanco?
- Tu eres mi debilidad, Leo...- le dijo poniéndole la capa - El ataque fue con magia que hizo que creyera que te habían llevado. Cuando traté de seguirte, Ian y Transa me emboscaron...
- ¿Edward? - lo miró confundida - Eso es improbable...Es demasiado temeroso de su madre como para arriesgarse a humillar a la familia. Además, no es tan inteligente como para planear algo como eso...
El tono seguro de su esposa a referirse al segundo hijo de los Transa lo hizo reír.
- Él no es capaz, pero si es algo que haría mi primo. Me temo que están trabajando juntos en esto, aunque no creo que sólo sea por mi o el trono...
- Tal vez no - dijo Leocadia tomando la mano de su esposo para regresar a donde estaban los escoltas y caballos - Si conozco bien a la condesa, ella está llenándolo de odio hacia mi por haberlos humillado. El objetivo debería ser que pague por la humillación que han sufrido.
- Eso no lo permitiré - le dijo Kaelion con seguridad.
- Sé que no, pero si está recibiendo ayuda de tu primo, volverán a intentarlo.
- Estaremos preparados...
- Si...Gracias Kael. Por todo.
- Te amo, Leo...No te dejaré ir... - le dijo saliendo al camino al encuentro de los escoltas para ir al palacio.
Y aunque el futuro seguía siendo incierto, ellos dos, unidos en ese momento, sabían que nada podría separarlos.