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895 Words
La Profecía El eco de los pasos de la Reina Isolde de Glen resonaba suavemente en los pasillos del templo. Los muros de piedra blanca, decorados con intrincados relieves de escenas divinas, parecían brillar con una luz propia bajo los rayos del sol que se filtraban a través de las ventanas de vidrios multicolores. Había algo sagrado en aquel lugar, un aire solemne que siempre lograba calmar su espíritu, aunque hoy, su corazón seguía cargado de preocupación. Al final del pasillo se encontraba la sala dedicada al dios Nerias, el protector y sanador del reino. La figura imponente del dios estaba tallada en mármol blanco, con los brazos extendidos en un gesto de misericordia, como si ofreciera su poder al mundo. Bajo su sombra, el sumo sacerdote Elior esperaba con las manos cruzadas frente a su pecho, su túnica azul y dorada resplandeciendo bajo la luz. Isolde llegó hasta él y se inclinó ligeramente en señal de respeto. - Majestad, bienvenida al templo de Nerias, - dijo Elior con una voz suave pero firme. - He preparado todo para revisar la profecía que mencionó. Por favor, acompáñeme. Isolde asintió y siguió al sacerdote hacia una sala adyacente. Las paredes estaban cubiertas de textos sagrados inscritos en oro y en el centro, sobre un pedestal de cristal, reposaba un antiguo pergamino protegido por una cúpula de cristal. Era la Profecía de Nerias, un texto que hablaba de la bendición divina que el dios había otorgado a la familia real siglos atrás, cuando el primer rey de Glen había suplicado ayuda para salvar a su pueblo de una plaga devastadora. - Es aquí donde Nerias nos recuerda su pacto, - dijo Elior, retirando con cuidado la cúpula para dejar el pergamino al descubierto. - El poder de la sanación, un don divino que ha pasado de generación en generación en su familia. “Cuando el fuego consuma al portador de la llama, y su fuerza se vuelva su cadena, una luz nacerá desde la sombra, y con manos de calma, sanará la tormenta. El fuego de su aura será su carga, y en su soledad buscará el equilibrio. Sólo la herencia de la pureza, la voz de un alma rota, podrá calmar la tempestad de su espíritu. Cuando la llama y la luz se unan, ni reyes ni dios podrán detenerles. El fuego no destruirá, la luz no cederá, y juntos escribirán el destino de los reinos.” Isolde se acercó, sus ojos recorriendo las líneas del texto, aunque ya las conocía de memoria. La profecía hablaba de un linaje bendecido, pero también advertía que el don sólo se manifestaría en aquellos dignos de llevarlo. - Desde mi esposo, el poder no ha vuelto a aparecer - dijo Isolde, su voz teñida de preocupación. - Mi hijo mayor no lo manifestó y cuando Leocadia partió al Imperio, tampoco mostró señales de que el don estuviera en ella ¿Acaso hemos perdido la bendición de Nerias? Elior estudió a la reina, su expresión serena pero reflexiva. - El don de Nerias no se pierde, Majestad, pero tampoco se entrega a cualquiera. - Señaló una línea en el pergamino, una que hablaba de la pureza de espíritu y la voluntad de sacrificio como requisitos para que el don floreciera - El poder de la sanación sólo se manifiesta cuando el elegido enfrenta una prueba que desafía su alma. Quizá... su hija aún no ha encontrado esa prueba. Isolde apretó las manos contra su pecho, como si las palabras del sacerdote confirmaran sus miedos. - Pero ahora está lejos de nosotros. Si su prueba está en el Imperio, ¿Quién estará allí para guiarla? Elior dejó escapar un suspiro leve, su mirada volviéndose hacia la estatua de Nerias. - Nerias no abandona a los suyos, Majestad. Si Leocadia es la elegida, encontrará la fuerza para superar su prueba y despertar el don. Y si el emperador del Imperio está verdaderamente protegiéndola, como dice su carta, quizá él sea parte de ese camino. La reina se quedó en silencio por un momento, meditando las palabras del sacerdote. Su mente volvió a los días de la infancia de Leocadia, cuando había mostrado un corazón puro y compasivo, siempre dispuesta a ayudar a quienes la necesitaban. Isolde había temido que ese mismo corazón la hiciera vulnerable, pero ahora, se aferraba a la esperanza de que esa cualidad fuera también su mayor fortaleza. - Elior, - dijo finalmente, volviendo la mirada al pergamino. - Si Leocadia despierta el don... ¿Podría eso cambiar su destino? El sacerdote inclinó la cabeza, sus ojos brillando con sabiduría. - El don de Nerias no sólo sana el cuerpo, sino también el alma. Si ella lo despierta, será capaz de cambiar su destino y el de quienes la rodean, pero recuerde, Majestad, ese poder viene con un precio. Siempre lo ha hecho. Isolde asintió, aunque su corazón se llenó de una mezcla de alivio y temor. Mientras seguía al sacerdote de regreso al pasillo principal, lanzó una última mirada a la estatua de Nerias. - Por favor, Nerias, cuida a mi hija - murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro. Mientras se alejaba, el eco de sus pasos resonaba en los pasillos sagrados, como un recordatorio de que el destino de Leocadia estaba ahora en manos del dios que había protegido a su familia durante siglos.
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