LA ESPOSA DEL PAKHAN DE LA BRATVA
NARRA SKYLAR GREY
Prácticamente, a punta de empujones me llevaron hasta uno de los automóviles que tenían aparcados en el estacionamiento del hospital y me metieron en él. Conmigo iba el tipo del parche en el ojo, quien conducía el coche. Nadie más vino con nosotros. El diablo se subió a otro coche, en compañía de los otros hombres y se fueron en dirección contraria a la nuestra.
Por lo muy poco que pude escuchar y entenderles —porque mayormente hablan en su idioma—, él se llama Nikolay.
Nikolay me mira con su único y muy oscuro ojo, a través del retrovisor. Su mirada ya no es hostil, ni dura. Más bien, me mira con curiosidad. De repente, le da por hablarme.
—¿Su muñeca está bien, Skylar Rhyzova?
—¿Skylar Rhyzova? —murmuré, confundida.
Mi ceño se frunce y estrecho la mirada. Todo de lo que ha dicho me llama la atención. Desde el hecho de que me haya cambiado el apellido, hasta el formalismo y la forma tan respetuosa y poco convencional que emplea para hacerlo.
—Sí. Ahora es la esposa del Pakhan y debo dirigirme a usted como tal —explica, abriendo nuevas dudas en mi cabeza.
—¿Pakhan?
—Alexei Rhyzov es el Pakhan de la Bratva.
Quizá yo soy medio idiota o ignorante, pero en mi vida había escuchado aquellas palabras.
—No sé qué significa Pakhan o Bratva —manifiesto.
—Significa que Alexei Rhyzov es el jefe de la mafia rusa.
Mis ojos se abren por la impresión. No es como si no hubiera imaginado que ese hombre estaba involucrado en algo turbio, pero, jamás me hubiera imaginado que es el jefe de la mafia rusa. Eso únicamente hace que todo sea mucho peor de lo que imaginé. Gracias a los noticieros, he escuchado mucho sobre las cosas atroces que la mafia rusa hace en la ciudad y en el país... Que digo, en el mundo entero. La mafia rusa es una de las más temidas del mundo y yo he caído en manos de, nada más y nada menos que, el jefe de esa organización delictiva.
Mi vida no puede estar más arruinada. Estoy bastante segura de que ese hombre terminará matándome en cualquier momento y ni quiero imaginarme lo que sucederá cuando quiera consumar el matrimonio. «¿Será posible que va a forzarme a tener sexo con él?».
Mi garganta aprieta por las ganas de llorar. Mis ojos se inundan de lágrimas y miro hacia otro lado, a la ventanilla, escondiendo mi mirada de ese hombre que no deja de verme.
¿Por qué quiso casarse conmigo? Yo estoy muy consiente de que no soy una de esas mujeres que poseen una despampanante belleza y que ese tipo de hombres quieren tener a su lado para ostentar como un trofeo. Si tanto me odiaba y quería hacerme pagar, ¿porque no dejó que me llevaran a prisión? O, mejor aun, ¿por qué razón no me mató y ya, como los mafiosos hacen con sus enemigos?
No vuelvo a hablar y aquel hombre tampoco lo hace. Pienso que va a ir con rumbo a Brighton Beach, el barrio donde viven la mayor parte de rusos de la ciudad, pero, en su lugar, toma la autopista y conduce hacia las afueras. Hacia una parte bastante alejada de la ciudad. Al área de los ricos en Southhampton.
Sé muy bien que una casa en el área de los Hamptons es sinónimo de opulencia y lujo, pero, lo que Alexei Rhyzov tiene no es una casa, es una maldita fortaleza. Está rodeada por arbustos perfectamente podados y un muro perimetral de hormigón, de al menos unos tres metros de altura para que nadie vea lo que hay o lo que sucede allá adentro. Calculo que al menos son unos tres acres los que componen la propiedad. Aunque no lo sé a ciencia cierta, quizá son más.
Hay guardias frente a la entrada, tan temibles como Nikolay o los otros hombres que acompañaban al Pakhan. Nos dan acceso y el coche cruza un enorme portón automático. Me quedo boquiabierta al ver el paraíso que se esconde allí adentro. En mi vida había puesto un pie en un lugar con tanto lujo. Hay una cancha de tenis, una enorme piscina rodeada de pisos de mármol, tiene acceso al mar y cuenta con extensos jardines con un césped tan verde y arbustos perfectamente cuidados. En el centro, se eleva imponente una casa de al menos dos pisos, en color blanco y de estilo bastante moderno, con grandes ventanas que ofrecen vista del océano o los jardines.
Hay más hombres corpulentos montando guardia dentro de la propiedad y algunos lanzan miradas furtivas en mi dirección y le hacen señas con la cabeza a Nikolay, cuando nos bajamos del coche.
Subimos tres escalones de piedra y llegamos a la entrada de la casa. Nikolay la abre y me conduce por una enorme y muy lujosa sala principal.
—Espere aquí, Skylar Rhyzova —me pide, cuando llegamos al comedor.
Me detengo y lo observo alejarse, hasta que se pierde en otra estancia. Mientras espero, me dedico a observar mi alrededor. Hay una enorme mesa como para unas veinte personas. Me pregunto si comerán tantas personas ahí, si comerán todos los días o si solamente se utiliza para reuniones especiales. Pensando como una profesional de la limpieza, calculo el tiempo que me tomaría limpiar aquella casa y estoy segura de que me llevaría, al menos, un par de días.
«¿Habrá servidumbre? Eso es seguro. ¿Cuántas personas trabajarán en esa casa? Muchas», imagino.
Nikolay regresa y lo compaña una señora que viste un traje n***o, de blusa y falda. Tendrá algunos sesenta años, es grande y su cabello es oscuro con muchos reflejos plateados.
—Agata, ella es la señora Rhyzova —le indica Nikolay—. La esposa de Pakhan.
La mujer me inspecciona de pies a cabeza, con curiosidad, y asiente.
—Skylar Rhyzova, ella es Agata, el ama de llaves y encargada de la casa —me dice Nikolay.
No sé cuál será el trato que debería emplear, pero opto por ser yo y usar el trato amable, ya que la mujer, hasta ese momento, se ve tranquila.
—Mucho gusto, Agata. Puedes llamarme Skylar —digo, porque no me gustan los formalismos y eso de señora Rhyzova como que todavía no lo termino de asimilar.
—Oh, no. No —dice ella, moviendo las manos frente a mí—. Señora Rhyzova, o Pakhan estará muy molesto.
«Vaya, parece que no soy la única que le teme a ese diablo».
Agata voltea a ver a Nikolay, un poco confundida, y le pregunta:
—¿Qué ha dicho Pakhan? ¿Qué hacemos con ella?
Comienzan una conversación en ruso y la mujer termina sonriéndome, nerviosa.
—¿Tiene hambre, Skylar Rhyzova? ¿Quiere algo?
Niego, moviendo la cabeza, porque, francamente, no tengo hambre. Mi cabeza está vuelta un lío.
—Skylar Rhyzova, lo mejor será que espere a Pakhan en su habitación —dice Nikolay.
Acto seguido, me agarra por el codo y me conduce hacia la segunda planta de la casa. Luego, caminamos por un largo pasillo hacia el lado este de la casa, se detiene frente a una puerta, la abre y con su mano señala hacia adentro, invitándome a pasar. Lo hago y cuando estoy casi en el centro, me habla y me giro.
—Si necesita algo, Skylar Rhyzova, estaré aquí afuera.
—¿Parado en la puerta?
—Sí. Vigilando.
«Claro. Que yo no escape».
Asiento en silencio y Nikolay cierra la puerta tras de sí, dejándome sola en aquella enorme habitación, tan blanca como toda la casa. De aspecto demasiado limpio e impecable.
No sé qué hacer, así que decido sentarme en el borde de la cama a esperar. Como no estoy acostumbrada a estar tanto tiempo sin hacer nada, rápidamente me aburro y me quedo dormida, perdiendo la noción del tiempo.
[...]
Me despierta el sonido de la puerta abriéndose. Me incorporo y me asusto al verlo entrar en la habitación. Me pongo rígida y comienzo a rezarle a todos los santos que conozco, imaginando todo lo que va a pasar a continuación. Si quiere consumar el dichoso matrimonio, de nada me va a servir resistirme o luchar contra él, cuando tiene a esos amenazantes perros a su servicio, dispuestos a despedazar a cualquiera que él ordene. Además, aunque todos esos hombres no estuvieran allá afuera, no tendría ni una sola oportunidad de ganar en una lucha cuerpo a cuerpo contra Alexei Rhyzov.
¡Vamos, que no soy ni una tonta!
El Pakhan es un hombre enorme, al menos serán uno noventa metros de estatura. A pesar de vestir ese traje, claramente puedo notar que su cuerpo es puro músculo muy bien tonificado: espalda ancha, cintura pequeña, caderas estrechas y...
Alexei Rhyzov camina por enfrente de mí y en un principio parece que me ignora. No me ve ni de soslayo, como si yo fuera otro de los muebles de la habitación. Comienza a quitarse la chaqueta del traje, el corbatín, el cinturón... Y yo me pregunto si se va a desnudar por completo, estando yo aquí, ¡viéndole!
Comienza a desabotonarse la camisa y la saca de su cuerpo. Contengo el aliento y la garganta se me reseca.
A pesar de todo... A pesar de estar viviendo aquella pesadilla, de estar paniqueada, y de saber que ese hombre no es más que un ser infernal del cual debo mantenerme lo más alejada posible si no quiero morir pronto, no voy a negar lo innegable. Alexei Rhyzov, el Gran Pakhan de la Bratva, es un deleite a la vista. Su piel tiene un cierto bronceado que le luce espectacular. Cada músculo de su cuerpo, parece trazado por las manos de un escultor de la época renacentista, En sus fuertes brazos tiene varios tatuajes de formas extrañas.
Se quita los pantalones y mi corazón está al punto del colapso. Estoy segura de que en cualquier momento me exigirá que haga lo mismo, que me desnude para él y me acueste en la cama, con las piernas abiertas, para darle lo que quiere.
Se gira en mi dirección, me mira y yo tengo la respiración a mil, pero, aún así, le echo un vistazo a todo su monumental cuerpo, porque es algo que es imposible de no querer ver.
Dios...
Evito a toda costa ver el enorme bulto que los bóxer marcan y regreso la vista a su rostro. Me ha pillado viéndolo y esboza una casi imperceptible sonrisa.
—¿Sucede algo? —murmura, con su voz profunda, pero con un sutil dejo de diversión.
Me atraganto con mi propia saliva e intento calmar mi respiración desenfrenada y mis malditos nervios.
—Vamos a... Vamos a...
No sé cómo decirlo y no tengo idea de por qué lo estoy preguntando, como una idiota, cuando es tan evidente que eso es lo que va a pasar.
—¿Tener sexo? —Termina mi frase.
No respondo y me quedo rígida y en silencio.
—¿Por qué? ¿Es lo que quieres?
Bato las pestañas para despejar el desconcierto de mi mente. No sé si estoy entendiendo bien.
—¿No es lo que tú... usted, quiere?
En su infernal rostro se dibuja una sonrisa de lado y comienza a caminar hacia mí. Se para justo enfrente, a tan escasos centímetros de mi cuerpo, que puedo sentir el calor que se desprende de él. Se inclina un poco, poniendo su rostro a mi altura, y me cohíbe, descontrola mucho más mis nervios y embota mis sentidos.
—¿Piensas que voy a forzarte a tener sexo conmigo?
Quiero escupirle en la cara: «Es lo obvio, ¿no?». Pero no puedo gesticular palabra alguna.
El diablo se ríe; perverso, maquiavélico, demoníaco.
—Yo no soy el tipo de hombre que fuerza a una mujer a tener sexo con él —manifiesta, petulante—. Ellas solitas vienen a mí y me abren las piernas. Así que, si lo quieres, pídelo y con gusto te lo doy. Aunque no seas el tipo de mujer que se me antoja, te puedo hacer el favor.
Trago saliva gruesa y como por arte de magia, los nervios se esfuman y se transforman en rabia, en indignación y en estupidez de mi parte. No entiendo por qué tiene que tratarme de ese modo, con el más que claro propósito de menospreciarme. Mi temor hacia ese demonio se disipa y en su lugar aparece mi insolente espíritu de rebeldía que no le teme a la muerte.
—¿Disculpa? —espeto—. ¿Acaso piensas que yo quiero eso contigo?
También comienzo a tutearlo. «Vaya, sí que busco la muerte inminente».
—Todas lo quieren.
Me rio, irónica, y niego.
—Pues yo no soy todas. Yo jamás querría estar con un tipo tan nefasto como tú, ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra.
—Te recuerdo que eres mi esposa.
—Porque tú me has obligado a serlo
—¿Yo te obligué? —se señala—. Yo recuerdo que te di opciones y tú decidiste. Obviamente, estabas desesperada por estar conmigo.
En serio, qué le pasa a este tipo. Es un completo arrogante y presumido, que cree que las mujeres se mueren por él. ¿En dónde había quedado el hombre endemoniado del hospital, dispuesto a matarme?
—¿Por qué te casaste conmigo? —pregunto—. No soy tu tipo y tampoco es que quieres forzarme a cumplir con deberes...
—Porque necesito una esposa —responde con simpleza, encogiendo los hombros—. Una esposa que me dé un heredero y que sea un adorno. Esa es tu tarea.
—¿Un heredero? Entonces sí vas a forzarme a estar contigo?
—Ya he dejado bien en claro que no.
—Entonces no tendrás ese heredero.
Se ríe y cruza los brazos sobre el pecho.
—Te lo voy a poner de esta manera clara: tengo muchas putas. Cualquiera de ellas me puede dar un hijo y lo puedo hacer pasar por hijo tuyo.
Hago rechinar mis dientes.
—¿Y por qué no te casaste con una de esas... mujeres, entonces?
—Es lo que iba a hacer, pero tú arruinaste mis planes.
Abrí la boca y traté de hablar, pero no tenía nada que objetar contra eso. Maldita sea la hora en que se me ocurrió meter a mi padre en mi coche. A esta hora estaría en el restaurante, haciendo las primeras propinas del día.
—Hubiera sido fácil casarme con una de mis otras putas —prosiguió, hablando con tranquilidad.
—¿Y por qué no lo hiciste? ¿Por qué decidiste casarte con una mujer que no quiere estar contigo y que no está dispuesta a darte un heredero?
—Pues, porque ninguna de ellas me jodió los planes y tú no te ibas a librar fácilmente de mí.
—Iba a ir a la cárcel. Iba a ser castigada.
—Eso no es un castigo. Eso sería la gloria para ti.
—¿Piensas matarme? Si es así, hazlo de una vez y no pierdas más el tiempo.
Su boca se curva hacia la derecha.
—Conque muchas agallas, pelirrojita. Pues no te será tan fácil. Primero, cumple con tu papel de esposa conmigo.
—¡No te voy a dar un hijo! —replico, exasperada—. ¡Jamás voy a estar contigo!
—Bien. Como quieras. Solamente recuerda que puedo tener un hijo con otra y hacerlo pasar por tuyo. Una vez que lo tenga, no voy a necesitarte más... y no vas a ir a la cárcel. Yo que tú, analizo mejor la situación, porque siendo madre de un hijo mío, tienes más posibilidades de vivir por largo tiempo.
Se da la vuelta y comienza a alejarse, dejándome con esa idea de que mi esposo es un hombre bastante extraño. Fuerza a una mujer a casarse con él, pero no a tener sexo.
Algo me dice que detrás de esta idea de casarse y de necesitar una esposa con tanta urgencia, hay algo más.