Lucía. ¡Vaya si conocía ese nombre! Era un nombre que había crecido mencionando y que ahora ya no nombraba, pero que extrañaba demasiado. Sofía cerró los ojos. Al fin lo conocía a él, ahora incluso su rostro y voz, y entendía toda la angustia en que había vivido su hermana luego de que ella la rescatara del violento novio que la había tenido encerrada por sabrá el cielo cuánto tiempo. El maltrato que Lucía había vivido había dejado una huella tan profunda en ella que despertaba gritando por las noches, en medio de lágrimas y terror, además, no estaba tranquila ni un solo minuto, y tomaba tantos medicamentos para los nervios que difícilmente era funcional durante el día. Lucía vivía tan aterrada que un día, en un momento de desesperación, se tomó todos los somníferos que quedaban en

