Sofía se encontraba sentada en la cama de una habitación de lujo en el mejor hospital de la ciudad, con una manta cubriendo sus piernas y la vista perdida en la ventana que le permitía disfrutar de la torrencial tormenta que azotaba la ciudad. La sala estaba en total silencio, la computadora mostraba luz, pero no había nada en la pantalla. La joven que la había encendido, con sabrá el cielo qué propósito, no había iniciado nada antes de perderse en sus pensamientos. Alan abrió la puerta despacio, creyendo que el silencio en la sala era porque Sofía dormía, pero al verla sentada dejó de tener cuidado y la puerta hizo un ruido que sorprendió a la joven que, por solo unos instantes, se quedó sin respirar tras poner los ojos en el hombre que entraba a su habitación. —No pretendía asustar

