Mi cerebro al fin regresó al mundo real, observé a mi alrededor. Sentí mi corazón partirse en dos, y mi alma salir volando de mi cuerpo.
Regresé a la fiesta y casi me da un infarto al ver el lío que habían armado.
—¡Por Dioniso! —exclamé sorprendida. La sala se encontraba decorada por un camino de latas de cerveza, botellas de distintos tipos de alcohol y de adolescentes tan borrachos que... ¿Dios? ¿Ese es Yeims?—. ¡Yeims deja ahora mismo ese plato! ¡No se come! ¡¿Pero ahora y qué haces?!
El chico se había sentado sobre el plato y había comenzado a girar como si fuera una especie de atracción. Me pasé una mano por el pelo, confundida. Me acerqué a paso acelerado hacía los que supuestamente deberían estar vigilando la fiesta.
Un objeto no identificado cayó como peso muerto sobre mi cabeza, gruñí molesta mientras me acariciaba la zona y recogía el zapato del suelo. Lo observé casi sin palabras.
—¿Cómo mierda has llegado allí arriba?
Un montón de ideas alocadas pasaron por mi mente, todas ellas relacionadas con el zapato volador. Deseché esa idea dándome un golpe en la cabeza, pero con tanta mala suerte que me di con la mano que sujetaba el zapato. Quise llorar, a veces parecía una completa imbécil. Es que, ¿a quién se le ocurre pegarse en la cabeza con un zapato? Obviamente tales disparates solo se me ocurren a mí.
Me volví decidida a encabronarme con el primer guardián de pacotilla que encontrase, pero había perdido de vista a todos y la gente no ayudaba con sus estúpidos bailes. Entonces pensé en ir hasta el DJ y pedirle que bajara la música pero cuando llegué allí la escena no era la esperada.
—¡Milo! —reclamé con la ternura deslizándose venenosa por mi cuerpo. La escena era demasiado adorable, se encontraba abrazando a otro chico, ambos en cuchara. Milo tenía su pierna sobre la del otro provocando que todo se rozara de forma muy vivida. Parecían dormidos, no pude atreverme a levantarlo aunque él era una de las personas que tenían prohibido beber y las botellas que le rodeaban dejaban muy claro que lo había hecho. Decidí dejarlo en paz, ya luego me ocuparía de echarle la bronca, cuando tuviera resaca y solo deseara silencio.
Bufé con rabia volviendo a ver el desastre, una cosa está más que clara, no limpiaré ni con un arma apuntándome. En todo caso yo les apuntaré con un arma. Los que la lían la limpian. Política de... de... bueno es mi política así que la seguirán porque sino desayunarán balas.
Entonces pude ver a Alexis, que se tambaleaba un poco, coqueteando a una chica que parecía la torre de pisa de lo que se inclinaba.
—¡Keller! —grité acercándome a paso firme, vi al chico abrir la boca de par en par y comienza a esconderse tras la chica. Que acabó cayéndose al suelo junto a él. Comenzaron a reírse de forma tan potente que quise darme de golpes contra la pared. Era vergonzoso, gracias a dios que solo estaba yo para presenciar tal humillación.
Me posé, cruzada de brazos, observando desde arriba su patético culo. La chica huyó deslizándose entre la marea de personas, me dio igual.
—¿Q-que pasa Eve? —dijo tartamudeando y con las mejillas encendidas. Su cabello n***o y piel blanca hacían que fuera mucho más fácil identificar su rojez.
—¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?! ¡¿En serio me lo estás preguntando?! Primero me decís completamente serios que deje en paz al estúpido del Precioso, luego ese mismo estúpido aparece en la fiesta, ¿me pregunto cómo habrá encontrado este sitio sin invitación? —fingí que me lo cuestionaba, entonces murmuré un insulto al darme cuenta de que se sentía cómo hablar al suelo. Alexis estaba contando cuántos dedos tenía muy concentrado en la tarea—. Dios, dame paciencia por que como me des fuerza me pongo a dar puñetazos a lo loco...
Alargué mi mano hacia al borracho, él me sonrió y la cogió emocionado, se levantó y por unos momentos realmente creí que iba a volver a besar el suelo pero eso jamás llegó a pasar. Le cogí con fuerza y ayudé a caminar.
—Tranquila mariposita —murmuró con voz dulce, nunca me había quejado de sus apelativos cariñosos pero en esos momentos quería soltarlo para que comiera suelo. Pero sabía que él jamás haría algo así, y menos en ese estado, además también sabía que algo debía tener en mente para llegar a ese estado.
Me puse una mano a la cabeza, aquella que no estaba usando para sujetar el peso casi muerto de Alexis.
—Un día me acabará matando...—murmuré entre dientes. Alexis tropezó y se puso a insultar a la lata, la escena me hizo tanta gracia que comenzó a a doblarme en dos de la risa. Era tan extraño verlo comportarse así cuando él era el más maduro. Siempre serio, sus sonrisas a medias, jamás completas. Verlo así simplemente me superaba. De pronto una mano se colocó sobre mi hombro, sin pensarlo dos veces le hice una llave.
—¡Eve! —se quejó una voz conocida. Le solté de golpe.
—¡Oh, Michael, lo siento! —exclamé un poco avergonzada.
—Tranquila, estoy acostumbrado —me tranquilizó mientras jugueteaba nervioso con uno de sus rizos.
Me puse seria de golpe, le conocía. Siempre hacía eso cuando tenía algo importante que decir, si antes me hubiera fijado seguramente cuando me estaba contando lo de Edric junto a los demás, también lo estaría haciendo.
—Lo siento —volví a decir, un poco insegura. Observando el gesto.
—Tranquila mariposilla, —sonreí en inercia al ver que había usado el mismo apodo que Alexis—, no pasa nada —me respondió intranquilo. Quería presionarlo, saber el porqué de su nerviosismo, pero sabía que presionar a Michael nunca funcionaba—. Ehm... ¿Eve? ¿Por qué Alexis está abrazando a una botella?
Suspiré, y le conté que me lo había encontrado así, coqueteando con una chica, gracias a dios los había parado. No quería imaginarme que hubiera pasado sino lo hubiera hecho. Entonces volví a mirarle a los ojos, estos se paseaban por todas partes, sin pararse. Empecé a preocuparme.
—Bueno...—murmuró él, volvió a estirar uno de sus rizos, lo soltó y repitió el proceso—. Necesito que vengas un momentito... Tyler, bueno... Mejor te lo enseño.
—Ehm... Está bien, creo.
Michael me arrastró agarrando una de mis manos con fuerza, le paré de golpe y le recordé el estado en que Alexis. Michael abrió los ojos de par en par y retrocedió más rápido que de lo que había avanzado, esperé paciente, volvió unos segundos después medio arrastrando el casi inerte cuerpo de Alexis. Le ayudé a cargarlo mientras él nos dirigía hacia el problema con Tyler.
—¡Voy a morir! —gritó asustado el azabache—. ¡Me están secuestrando!
Deseé poder estampar su cabeza contra una pared para que se desmayara y dejara de revolverse como si fuera una serpiente con epilepsia.
Michael ignoró los gritos de ayuda de nuestro y avanzó con paso de plomo hacia donde fuera que nos llevaba.
Entonces, de lejos, pude observar una pequeña multitud. Cuando la superamos solté de golpe a Alexis, que se hubiera caído al suelo sino fuera porque Michael no le soltó.
—Por el dios de los puñetazos —murmuré sintiendo vergüenza ajena.
Llegué hasta el par de estúpidos, Tyler se encontraba sobre un chico de cabello blanco, pegándole puñetazos sin parar, uno tras otro, pude observar con temor como poco a poco el color de pelo del chico pasaba de blanco a rojo opaco.
—¡Tyler Denovan! —clamé con horror, sentía que si seguía así iba a matarle. Sentí miedo, no podíamos tener un c*****r—. ¿Estas bien de la cabeza? —chillé al borde de la histeria. Parecía tan concentrado en su cometido que sentía que mi voz no entraba en él, como si no me oyera. Entonces decidí que por el bien de la vida de ese chico debía golpearle.
Me levanté, sonreí un poco nerviosa con lo que iba a hacer, me acerqué, me agaché a su altura, levanté mi puño y se lo estampé contra su rostro. Sentí algo romperse bajo mis dedos, me di cuenta de que le había reventado el labio, salía mucha sangre. Hice una mueca, no quería hacerlo con tanta fuerza.
—¿Tyler? —pregunté.
Él se levantó, sentí el golpe con toda su furia y fuerza, pero para mi suerte él había gastado demasiada fuerza en machacar al chico. Pero su pie no se quitaba del pecho del desconocido. Me acerqué, decidida.
—Yo... —dijo, pastoso, escupió, la sangre cayó sobre el rostro del herido.
—¿En qué cojones estabas pensando? —rugí, furiosa, con ganas de meterme en una pelea. Aunque esa pelea fuera contra mi mejor amigo, realmente sentía que se lo merecía.
Parpadeó, confuso, quitó el pie del pecho del chico y este se inclinó respirando con dificultad. Se encogió de hombros y miró con asco su pie, se quitó el zapato, alegando que estaba sucio de basura.
Entonces una de mis chicas se me acercó.
—No sé decirte que le dijo exactamente, pero según he visto estaban los dos muy tensos. El chico del suelo parecía que se estaba burlando de algo entonces el jefe saltó sobre él —su voz se escuchaba un tanto entrecortada, le sonreí y le di las gracias a Lucía, así es como se llamaba. desapareció tan rápido como había aparecido, sus amigas le murmuraron algo y ella asintió. Separé mi mirada de ella y la devolví al problema real. Tyler.
—¿Qué te dijo? —cuestioné seria. Por el rabillo del ojo pude ver como Alexis y Michael se acercaban, parecía que la pelea había devuelto un poco de sentido al azabache. Ambos apartaron al desconocido del Tyler, me pareció una buena idea—. ¿Qué te dijo, Tyler? —repetí, sintiendo que se me acababa la paciencia.
—No te lo puedo decir —dijo, mirando esta vez a Alexis y Michael, vi como ambos asentían.
Secretos, habían demasiados secretos entre nosotros. Escondían cosas de mí y pensaba descubrir de que se trataban.
—Tyler, vamos a la sala.
Él sabía de que hablaba, se dirigió con demasiado orgullo hacia dicha sala.
—¿Qué mosca les habrá picado? —murmuré sorprendida, al ver como mis amigos arrastraban al chico casi con asco.