Estábamos en completo silencio, a nuestro alrededor se podía escuchar la música resonando. Pero ninguno nos movíamos. Empecé a pensar que él también estaba esperando el camión para que me arroyara, pero eso no tendría sentido. ¿Cómo iba el Precioso a saber lo que pensaba?
Con valor aparté mi mirada de sus labios y la subí a sus ojos. Estaba tan cerca que podía apreciar sus ojos color miel, me incliné ligeramente y me sorprendí al encontrar una mota azul en el ojo izquierdo. Era hermoso, eso debía admitirlo.
—¿Qué pasa? ¿Te has quedado mudo por mi belleza? —pregunté en un susurro sugerente.
Su rostro se cubrió de una sonrisa escalofriante, la sangre se escurría por la comisura de sus labios de tal forma que no pude evitar pensar que parecía un vampiro. Un sensual, y atrayente vampiro, hay que admitir. Entonces avanzó unos pasos más, retrocedí por inercia hasta que quedé atrapada entre la sexy pared y su duro cuerpo.
Comencé a pensar en un plan para no acabar manchando el limpio suelo de la discoteca con el líquido carmesí que él generaba en su interior. No me parecía ético romper algún hueso al supuesto socio de mis socios.
—Si tienes algún problema conmigo, dímelo a la cara —me burlé sin pensarlo. Su puño se alzó, directo a devolverme el golpe que claramente me merecía—. No te lo recomiendo, precioso, piensa en que estamos en mi territorio... —amenacé por lo bajo, señalando mi alrededor con un simple movimiento de cabeza.
Los ojos del chico recorrieron la inmensidad de la sala hasta encontrar a lo que me refería, unas seis personas se encontraban completamente sobrias y con armas a sus costados, preparados para cualquier amenaza. Y un par de ellos nos miraban fijo, casi sin parpadear.
Su boca se torció en un suave gesto de desprecio.
—Pero, ¿qué clase de grafitteros sois? —cuestionó en tono de mandato. Pero no me importó su impertinencia, en esos momentos la que tenía el control era yo.
—Amigo, si crees que estos lujos se pagan solo con raterías en la calle vas muy mal encaminado.
Sus ojos, antes teñidos por la niebla del deseo, se encontraban oportunamente nublados por el rencor. Por unos instantes tuve miedo, temía que su impulsividad nos llevara a una pequeña batalla campal. Como la mía nos había llevado a nosotros más veces de las que me gustaría admitir.
Cuando su mirada volvió a pasearse por mis compañeros armados no pude evitar imaginarme lo que estaba pensando, algo así como: Oh, dioses de todo el olimpo, si me digáis vivir os rezaré todas las noches. ¡Pero no me dejéis morir hoy! ¡Soy demasiado genial para morir!
Se me escapó una pequeña risa. Precioso se me encaró.
—¿Nerviosa? —preguntó acercándose más a mí. Nuestras respiraciones se entremezclaban, entre nosotros era un reto con un poco de tensión, si sabes a lo que me refiero, pero desde fuera debíamos parecer una especie de dos amantes reencontrados en una vieja fábrica en medio de un pequeño bosque muy a las afueras de Nueva York.
—¿Yo? Antes muerta que nerviosa por...—le regalé una de las mejores miradas despectivas de mi arsenal—ti.
Lo pronuncié con tanto asco que parecía que acabara de nombrar a la rata que transmitió la peste. Tuve ganas de reírme de mi gran habilidad para mentir, mira que decir eso cuando por dentro aún residía el miedo de que acabaríamos a tiros. Pero eso jamás se muestra, ¿o acaso mientras juegas al póker se te ocurre mostrar tus cartas a todos tus adversarios?
—Oh querida, deberías-—declaró con una mirada de suficiencia tan descarada que mi puño deseaba volver a golpearle. Pero me serené, mantuve el contacto con fiereza.
Una idea voló por mi mente, ¿qué puede distraer mejor que dos adolescentes calientes? Me moví, rozando con suavidad sus partes, y volví a mi posición, como si esos centímetros jamás hubieran sido separados.
Él sonrió de lado, aceptando mi clara provocación, sus brazos se colocaron a cada lado de mi cabeza. Bloqueando cualquier salida, me pareció incluso tierno. Yo no quería huir, en lo más mínimo.
Rozó sus labios sobre los míos, algo tan débil y con poca sustancia que me hacía tener ganas de más. Me controlé.
—¿Seguro que no estás nerviosa? —preguntó sonriendo hipócrita. No respondí, coloqué mis manos sobre su pecho, y lo acerqué aún más. Casi no había espacio entre nosotros. Su mirada era tan intensa, y su cuerpo estaba tan tenso que por un momento creí que me iba a soltar algo como: Bonito cráneo, ¿esos dientes van a juego?
—¿Seguro que no estás nervioso? —contraataqué, él negó con suavidad. Nuestros labios volvieron a rozarse. En esos momentos no podría decirte quién estaba a merced el otro, y ahora, viéndolo de perspectiva, creo que ninguno jamás lo estuvo.
Decidí, por el bien de mi cordura, que debíamos dejarlo allí.
—Será mejor que me vaya, precioso.
Intenté apartarlo de mi cuerpo, no se movió. Durante un segundo pensé que quería seguir jugando, hasta que habló:
—Me llamo Edric —impuso, su voz ronca me dio mil años de vida extra para restregarle lo que mi cuerpo podía provocar sobre el suyo. Si es que volvía a verlo alguna vez.
—¿Y tú quien mierda te crees que soy? ¿Tengo pinta de que me importe?
Sus ojos se alzaron, miraron un momento el techo. Su mandíbula se tensó y me espetó:
—¡Pues el tío a quien le acabas de meter un puñetazo por que sí!
—En mi defensa, no fue porque sí, tu presencia me irrita.
No había distancia entre nosotros, entonces él usó eso a su favor. Su boca se posó sobre la mía tan abruptamente que necesité un segundo para procesar, nada más lo hice él se apartó. Mis labios quedaron entre abiertos, con la sensación de que necesitaban más, que yo necesitaba más.
—¿Esto es irritación? —se burló abiertamente, entonces presionó ligero contra mí—. Creo que yo también estoy irritado.
En momentos como esos... En momentos como esos es en los que pienso: ¡A la mierda, hoy es noche de sexo!
Pero no podía perder así, no podía darle la razón tan fácilmente.
—Cállate, realmente eres molesto de cualquier manera, ¿eh? Bueno, tú te lo pierdes. —Aparté su cuerpo, decidida a marcharme y dejarlo así. Inconcluso, deseoso de más. Pero él no lo permitió, una parte de mí no quería que lo permitiera.
—Hay muchas formas de terminar una conversación, pero la tuya no es una de ellas.
No esperé lo que pasó a continuación, lo deseaba pero no lo esperé. Sus labios chocaron contra los míos, no en un beso sugerente como el de antes, este era diferente. Era poderoso, activo, demandante... Embriagador en todos los sentidos. No dudé en seguir su ritmo hasta acabar superándolo, ahora yo tenía el control. Él se movió, mi cuerpo sintió su dureza a la vez que la dureza de la pared, pero las sensación que una me daba era muy distinta a la otra.
Ambos odiábamos perder, pero cuando el fuego en nuestros cuerpos hacía contacto tan solo podíamos pensar en ganar.
Si pudiera definir en una palabra el sabor y la sensación que su cuerpo transmitía sería adictivo. Adictivo como el chocolate que tomaste a escondidas de tu dieta esta mañana, adictivo como la droga que aquel adolescente se inyecta cada noche, adictivo como él. Como Edric, quise sonreír. Ya sabía como insultarlo al hablar y halagarlo en mi cabeza.
Nos alejamos, la falta de aire nos obligó a ello. Quería volver a sumergirme en el mar de tentaciones que él tan abiertamente me ofrecía. Tuve que rechazarlo, porque sino la ropa volaría. Gruñó, ligero, pero aceptó mi rechazo porque era definitivo. Sus labios se posaron sobre mi cuello y dejaron una marca sobre mi piel. No me quejé, sentaba bien de alguna manera.
—Ha sido... Interesante —acabé diciendo mientras me apartaba.
Él se quedó mudo durante unos instantes, volvió a acercarse, y escuché su voz penetrar en mi sistema:
—No creo que sea la última vez que nos besemos, ambos lo deseamos, ambos sabemos que la próxima vez no acabará aquí. Y al final tú lo acabarás deseando más que yo.
La suficiencia en que sus palabras estaban teñidas me molestaron. Muchísimo, pero no se lo hice saber. Ya veríamos quién acababa deseando al otro más. Yo jamás perdía.
—Adiós Eve —susurró como despedida.
Quise preguntarle como sabía mi nombre, pero supuse que uno de los estúpidos amigos que tenía se lo habría contado así que tan solo le sonreí arrogante mientras se alejaba a paso calmado.
Sentí como el odio que horas antes había sentido por su presencia se iba diluyendo para ser sustituido por algo más peligroso.