Igor Morozova era un hombre que aun con su cabello blanco y las arrugas surcando su piel, tenía un porte cargado de autoridad, a diferencia de muchos mafiosos, de Igor lo que más se temía era su palabra, pues si las mujeres Morozova eran todas unas damas, los hombres eran caballeros que cumplían con cada cosa que prometían, aunque la vida se les fuera en ello, todos, menos Sergei por supuesto.
— Hola abuelito. — los ojos marrones se movieron con pereza desde el pecho de Lukyan, lugar donde el anciano estaba apuntando, hasta el rostro pálido de su nieta, al oír su voz, luego de 10 años de ausencia.
— Dasha. — dijo con sequedad y la pelinegra tembló en los brazos de Dima. — ¿Qué haces en brazos de un hombre? — fue lo siguiente que salió de los arrugados labios del mayor y fue lo que causo
