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ELLOS SON MÍOS... Y TÚ TAMBIÉN

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Blurb

Ella no pensó que lo volvería a ver, mucho menos de esa manera, parado junto a sus tres hijos, a los que él no conocía y quienes le sonreían emocionados mientras su corazón se volvía loco, no sabía si por emoción o por temor.

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CAPÍTULO 1
El papel en sus manos tembló, y es que no podía contener el sin fin de emociones que la estaban embargando, de las cuáles el principal era, definitivamente, la confusión. La palabra positivo, en mayúsculas y negritas, seguía apareciendo y desapareciendo frente a sus acuosos ojos, y seguía sin querer creer que era verdad lo que esos análisis de sangre, que se había realizado apenas unas horas atrás, hubiesen dado semejante resultado. Y es que eso lo llegaba a cambiar todo, llegaba a desbaratar todos esos planes y sueños que recién había tenido y por los que comenzaba a trabajar arduamente. ¿Qué pasaría con su futuro de mujer independiente y profesional ahora que debía ser mamá? Ni siquiera lo imaginaba. Puso su mano en la frente, sin saber qué era lo que pretendía con ello, pero cuando entendió que las cosas no cambiarían por mucho que lo pensara, se preocupara o se lamentara, respiró profundo y se puso en pie para continuar con la vida, aunque estuviera sin ningún plan medianamente funcional. Lo bueno era que no tendría que ocuparse de todo ella sola, y que posiblemente tendría tiempo para acostumbrarse a todo, para planear cosas nuevas y para aceptar su situación, que era justo lo que más necesitaba. Se limpió las lágrimas, respiró profundo de nuevo y se puso en pie para ir hacia el lugar donde se encontraba el corresponsable de su actual desconcierto, porque no podía decir que era una desdicha, a pesar de que no lograba sentirse feliz con la noticia. ¿Sería diferente cuando él mostrara una reacción positiva a semejante noticia? Esperaba que sí, porque de verdad quería sentirse feliz por lo que con ella ocurría. Todo el camino la mataron las náuseas, y estaba segura de que nada tenían que ver con el embarazo. Eran muchas cosas las que le preocupaban en ese momento, pues Antuán no era tan diferente a ella, así que posiblemente el desconcierto sería también su primera reacción, pero luego de la resignación llegaría la felicidad, o eso es lo que esperaba, lo que de verdad deseaba. Bajó del taxi y miró la enorme y pulcra entrada a esas oficinas donde su amado, y heredero de semejante negocio familiar, estaba, y sintió que algo se agolpó en su garganta, dificultándole respirar y provocándole nuevas ganas de llorar. Estaba nerviosa, demasiado, pero era normal, o al menos eso suponía, así que se armó de valor y cruzó una puerta que odiaba cruzar por todo lo que le recordaba. Esas oficinas habían sido su anterior trabajo, el lugar donde conoció al amor de su vida y en el que pasó sin fin de tragos amargos por no ser, a los ojos de la mayoría, incluyendo los padres de Antuán, la mujer adecuada para el joven hijo de los dueños de ese lugar, y de muchos otros en la misma rama. Sin embargo, ella lo amaba a él, y él la amaba a ella, así que soportó demasiado hasta que sintió que lo más prudente era alejarse un poco de todos, excepto del hombre que quería. No saludó a nadie, a pesar de que todo el mundo se sorprendió de verla en ese lugar, pero nadie le detuvo el paso, así que caminó sin miedo hasta el lugar en que necesitaba estar, y llegó ahí, entre dedos que la señalaban e inentendibles murmullos, para encontrar algo que jamás hubiera esperado encontrarse. Berenice abrió la puerta y se quedó helada al ver a su amado novio, que al parecer no la amaba como ella había creído, besando a la joven rubia que se colgaba a su cuello. El sonido de la puerta distrajo a los que se besaban, haciendo que separaran sus labios, pero no sus cuerpos, lo que provocó un enorme nudo en el estómago de quien los veía, nudo que se agrandó cuando la rubia le sonrió. —Hola, secretarita —dijo la rubia, de nombre Roberta, que se aferraba al hombre que le estaba rompiendo el corazón a Berenice—, ¿te enteraste de nuestra boda y corriste a felicitarnos? Las palabras de la sonriente rubia, que bien sabía el tipo de relación que Antuán y Berenice tenían, sonaban contundentemente en la cabeza de Berenice, quien en realidad no sabía cómo actuar ante lo que veía y escuchaba. —¿Boda? —preguntó la mencionada más por inercia que por interés, y la rubia extendió una mano al frente mostrando un bellísimo anillo. —Nos comprometeremos oficialmente mañana por la noche, pero esta ya es prueba de nuestra unión, acabamos de comprarlo. Berenice no dijo nada, no sabía qué decir, solo miró al joven, de cabello tan oscuro como el de ella y de ojos azules tan claros y profundos como el mar, que no decía nada. La morena también sonrió, y apartó sus cafés ojos de la vista de ese hombre que la estaba despedazando completamente. Pero no dijo nada, no reclamó, no lloró frente a él ni tampoco se molestó, simplemente entendió que ahí no había nada más para sí, pues el hombre que tanto tiempo creyó que la amaba, al parecer, tan solo había jugado con ella. Berenice caminó a la salida confundida, eran demasiadas cosas las que habían pasado, y todas eran dolorosas, así que solo quería salir corriendo hasta algún lugar donde lo que le dolía no la pudiera alcanzar y así pudiera respirar un poco, pues le estaba costando mucho poder hacerlo. La morena caminó a toda prisa, con la cabeza gacha y con decenas de preguntas agolpándose en ella: ¿por qué las cosas habían terminado así? ¿Por qué era ella la única que sufriera? ¿por qué todo el dolor de una situación, que les correspondía a ambos, debía cargarlo ella sola? Entonces sí que enfureció, y decidió no cargar con todo sola, decidió repartir el dolor en partes iguales, aunque no la responsabilidad. A mitad de una sala, donde varias secretarias, que bien la conocían, estaban, caminó a la que menos mal le caía y le pidió un bolígrafo prestado, entonces escribió algo en ese papel que sacó del sobre que tomó de su bolsa y regresó sus pasos a esa oficina que no se había atrevido a pisar antes. » ¿Se te olvidó algo, secretarita? —preguntó a rubia, aún con esa enorme y radiante sonrisa que con gusto Berenice le arrancaría del rostro. Pero la culpable no era ella, ni sus intrigas, mentiras o interminables intentos de meterse en esa relación que Berenice había creído proteger bien. El culpable era él, ese hombre que solo la veía medio asustado pero que no se atrevía ni siquiera a excusar sus patéticas y crueles acciones. —Sí —respondió Berenice, llegando hasta el escritorio en que ahora ambos estaban sentados—, me di cuenta que no los felicité, y de que no quiero ser la única idiota en esta relación y, aunque en realidad no sé si esto te afectará, importará o dolerá, de todo corazón espero que al menos les incomode. Entonces golpeó el escritorio del hombre al que le sostenía una rabiosa mirada, y le odió con toda el alma al ver que ni así reaccionaba, lo odió al grado de no poder evitar derramar un par de lágrimas. » Deseo que seas tan infeliz como se pueda —dijo en medio de un gruñido la joven de cabello y ojos oscuros—, y espero no volver a verte jamás. Dicho eso, Berenice se retiró a paso firme y veloz, sin dar tiempo al otro de que la alcanzara, aunque mucha parte de sí le decía que eso era algo que no sucedería. El ascensor cerró las puertas en sus ojos sin que el otro apareciera, y solo entonces sintió que respiró de nuevo, y también perdió su batalla contra el llanto que comenzó a escapar de ella permitiéndole desahogar solo un poco de su dolor. Al mismo tiempo, en la oficina de la cual había salido Berenice segundos atrás, Antuán miraba aterrado la prueba de embarazo que le había entregado la chica, pero no, no le aterraba que ella estuviera embarazada, lo que le aterraba era lo que decía en la temblorosa caligrafía de su amada. “Felicidades, ya NO serás papá” rezaba en tinta roja debajo del oscuro positivo que daba el resultado a la prueba. Antuán no podía creerlo, tanto era así que ni siquiera se atrevía a concluir a qué se refería con eso, aunque, cualquiera con dos dedos de frente se podría percatar del resultado, así que, en cuanto pudo concluir algo, el hombre se levantó con rapidez, provocando que la rubia en esa oficina se alertara y se pusiera de pie, también, y, adivinando las intenciones del otro, se atravesó en su camino. —Me hiciste una promesa —le recordó Roberta casi llorando al hombre que pretendía salir corriendo detrás de la secretarita, como ella la llamaba—. No puedes romper tu promesa, no puedes —repitió ella apoyando ambos puños en el pecho del fornido joven que la veía con indecisión. Pero, tras respirar profundo, Antuán supo que lo que no podía hacer era dejar ir a Berenice de esa forma, pues tal vez aún había tiempo para evitar una desgracia. Él había accedido a comprometerse con Roberta, eso era verdad, pero era algo que no planeaba ocultarle a Berenice. El compromiso era algo de lo que hablaría con ella esa noche que se encontraran de nuevo, pues tenía una singular razón que debía explicar bien y que estaba seguro Berenice apoyaría. Entonces, cuando accedió, la rubia, emocionada por la respuesta positiva a su petición, se tiró a besarlo; y justo en ese momento entró el amor de su vida a la oficina como si todo fuera cosa de un destino justiciero que se quejara por las idiotas decisiones que ese hombre estaba tomando. Sin embargo, Antuán creyó que podría arreglarlo con Berenice cuando a ella se le pasara el enojo, él creyó que podría explicarle con calma a esa mujer que se había comprometido con Roberta para darle tranquilidad al señor Roberto, padre de la rubia, quien tenía apenas un par de meses más de vida; así que no se movió la primera vez que la vio dejar la oficina. Pero ahora no podía darle espacio para que respirara y se calmara, al menos no si quería detenerla de hacer una locura. Ahora no podía esperar a que fueran las ocho de la noche, que era el momento en que dejaba la oficina, pues, para ese momento, seguro Berenice habría hecho realidad la sentencia que le escribió en esa prueba de embarazo que, de no ser por semejante situación, habría sido la noticia más feliz de su vida. Sí, Antuán estaba consciente de todos los planes que Berenice tenía para el futuro próximo, y la apoyaba completamente porque la amaba y deseaba lo mejor para ella, aun cuando lo que él más deseaba era casarse con ella y hacer una familia. Pero eso era algo que podía esperar a que los sueños de Berenice se cumplieran, porque la amaba a tal grado y de tal manera. El hombre la conocía bien, por eso había pensado que le permitiría fingir ser el prometido de Roberta por la felicidad de ese moribundo hombre, porque Berenice confiaba en él al grado de que no le molestaba para nada que se relacionara con otras mujeres, pues Berenice sabía que solo a ella la amaba y la respetaba demasiado. Pero él había roto su confianza, pues hizo cosas a sus espaldas, además no fue capaz de evitar que la otra le besara y, luego de eso, al ser descubierto, como un idiota se congeló con la rubia entre los brazos cuya única intención de tocarla fue separarla de él. Y ahora estaba ahí, como loco, intentando encontrar a la chica que, en su coraje por haber sido traicionada, se desharía de su hijo solo para lastimarlo como él la había lastimado a ella. —Por favor, Blanca —pidió el joven, al borde de las lágrimas—, habla con ella por mí, pídele que me escuche, dile que tengo una muy buena razón para lo que hice, pero que jamás fue con la intensión de lastimarla... por favor... por favor. Blanca le miró contrariada, a pesar de que al inicio lo único que sintió por él fue furia, ahora sentía un poco de lástima pues, a decir verdad, se veía bastante herido. —Lo lamento —dijo Blanca haciendo que las esperanzas del joven se desvanecieran por completo—. Ella fue muy clara, no quiere saber nada de ti y no hay poder humano que me haga elegirte sobre ella cuando fuiste tú quien la engañó. —¡Es que tenía una razón! —alegó Antuán, desesperado. —No, no hay razón que valga para un engaño. La traición es la traición y, ahora que ya no merece pena de muerte, al menos apeguémonos a que no tiene perdón. Tú lo hiciste mal, ahora hazte cargo de las consecuencias.

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