Capítulo 1: El castigo
Luego de dos semanas lejos de casa, David Taylor, el magnate del transporte y distribución de vestuario, regresa de su viaje de negocios con una sonrisa que no cabe en su rostro. A su lado, su esposa comparte la misma expresión de victoria contenida, mientras que su asistente revisa una y otra vez los documentos que confirman el éxito de su última conquista empresarial. A pesar de que no fue sencillo abrirse camino con la competencia respirando sobre su nuca, logró obtener ventaja ante un nuevo cliente que le asegurará prosperidad.
Sin embargo, no es eso lo que más feliz lo tiene.
El avión privado aterriza con sin mayores inconvenientes sobre el asfalto, y mientras descienden por la escalerilla, David no puede evitar pensar en Luke, su hijo de veintitrés años. El joven Taylor es conocido por sus escándalos más que por sus logros, y cada vez que David se ausenta, las probabilidades de encontrar su apellido en las portadas de los tabloides aumentan exponencialmente, por supuesto que para nada bueno.
A pesar de eso, esta vez es diferente. No ha habido llamadas urgentes, ni correos electrónicos alarmantes. Nada. Y eso solo puede significar una cosa: Luke ha madurado… o tal vez se tomó en serio esta vez la amenaza de su padre acerca de dejarlo en la calle si se metía en algún problema.
Con el corazón henchido de orgullo paternal, David decide que es hora de premiar a su hijo con algo más que un simple abrazo. Un puesto en la empresa, tal vez como asistente de uno de los jefes de departamento para que aprenda el manejo de lo que un día será suyo. Sí, eso sería perfecto.
—Que bien se siente llegar a casa sin la prensa acosándonos —le dice su esposa con una enorme sonrisa.
—Sí… creo que llegó el momento que tanto hemos esperado, el de darle un lugar a Luke en la empresa, ¿qué opinas?
—Sería perfecto, de esa manera puede comenzar a ejercer lo que estudió y tal vez podríamos descansar en un tiempo más.
Los dos se sonríen satisfechos y se suben al auto que espera por ellos, por supuesto ordenando a su asistente que lleve los documentos a la empresa. El trayecto lo hacen relajados, planeando salir a cenar con su hijo para darle la noticia de su incorporación a la empresa, sin saber lo que en realidad les espera.
Cuando llegan a la enorme verja de hierro fundido, el guardia lo ve con expresión de nerviosismo, los saluda con un tono bajo y comienza a llamar a la casa, pero nadie le responde.
David y Celia están que no caben de la emoción, pero aquella sonrisa se les borra cuando se dan cuenta de la cantidad de autos que están fuera de la casa, algunos incluso sobre las flores que Celia tanto ha cuidado.
Ambos quieren creer que no es nada… Pero al entrar finalmente a la casa, lo que encuentran es todo menos un hijo reformado.
La mansión Taylor parece haber sido el epicentro de lo que solo puede describirse como la fiesta del siglo. Botellas vacías adornan cada superficie plana, confeti y serpentinas cuelgan del techo como lianas en una selva urbana y…
—David, querido ¡¿es esa una cabra con gafas de sol en el salón comiéndose mis cojines?! —dice la mujer espantada y es justo en ese momento en que el hombre entra en un colapso nervioso.
David siente cómo la vena de su frente amenaza con hacerle compañía a las serpentinas, está rojo y se afloja la perfecta corbata de la rabia que siente en ese momento. Su esposa palidece al ver el desastre y el chofer que ha entrado a dejar su equipaje decide discretamente hacerse el desentendido y camina con cuidado en reversa para salir de allí lo antes posible, porque lo último que quiere es ver la guerra que se armará en esa casa.
De pronto, Luke aparece en escena, deslizándose entre los restos de lo que parecen ser disfraces de gladiador romano y pelucas afro, rodeando a dos hermosas mujeres que le sonríen con sus perfectos dientes blancos. Sin embargo, su sonrisa desaparece tan pronto como ve la expresión en el rostro de su padre y tratando de quitar un poco la tensión, recurre a la diversión.
—¿Qué? ¿No se alegran de verme? —dice Luke con una inocencia fingida, los brazos extendidos y caminando hacia sus padres.
Pero justo ahora, David no está para juegos. Lo único que quiere es darle un par de nalgadas a su hijo, las que jamás le hicieron falta, pero que ahora parecen bastante necesarias.
—¡¿Cómo se supone que me alegre verte en estas condiciones?! —ante el bramido del verdadero dueño de casa, todo se pausa en la casa y los ojos se posan en la familia.
—¿Acaso no extrañaste a tu hijo menor? —dice con un puchero acercándose a su madre, pero ella lo aparta con un gesto de asco.
—¡Luke, apestas a alcohol y algo… raro!
—Perfume de cinco mujeres diferentes —se ríe una de las mujeres a su lado y en ese momento a Celia le salta un ojo, pero quien habla es David.
—Limpiarás todo esto —ordena con voz firme, pero Luke se cruza de brazos.
—No pienso hacerlo —responde desafiante—. Para eso tenemos servicio en la casa.
—Sí, es muy cierto, pero no los contraté para que limpien los desastres de mi hijo descarriado —mira a todos los demás, camina hacia la mesa del comedor y quita el paño de color verde en donde un grupo apuesta descaradamente—. ¡¡TODOS FUERA!! ¡¡AAAHOOORAAAA!!
Nadie se lo hace repetir, todos los invitados de Luke corren fuera de la casa como si sus vidas corrieran peligro, incluso el mismo Luke intenta hacerlo, pero David lo detiene tomándolo por el cuello de la playera, lo sienta en uno de los sofás de la sala y le dice.
—Quiero tus tarjetas.
—Papá, no las tengo conmigo…
—Bien… —saca su teléfono y una a una comienza a bloquearlas—. Ya no tienes tarjetas, ahora quiero las llaves del Bugatti.
—¡¿Qué?! ¡No puedes quitarme mi auto!
—¡Claro que puedo, porque está a mi nombre y es mejor que me des las llaves ahora o un oficial de policía te detendrá por robo si llegas a salir en él!
—No puedo creer que me hagas esto… —le dice enfurruñado como si tuviera diez años.
—Y eso no es todo —David se para frente a su hijo en todo su porte y le dice con seriedad—. Mañana te presentarás en la empresa para empezar desde abajo.
—¿Qué tan abajo? —pregunta Luke con un hilo de voz mientras pasa saliva con dificultad.
—Lo más abajo que se pueda.
Luke intenta ponerle ojos de cachorro a su madre, pero ambos le devuelven miradas inflexibles.
—¿Y si no quiero hacerlo? —pregunta con un último resquicio de soberbia y desafío.
—Es eso o abandonas la comodidad de ser un Taylor, sin un centavo a tu nombre. Y esta vez es en serio, Luke. O lo tomas o lo dejas.
Y con esa amenaza colgando sobre su cabeza, Luke no tiene más remedio que aceptar su destino.
Y así es cómo termina el primer día del resto de su vida.