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3144 Words
PRIMERA PARTE ÉL Describe la vida en una sola palabra. ¿Qué palabra utilizarías? … Mis manos se habían llenado de sangre, intenté acercarme al c*****r, pero los policías no me lo permitieron. Mis dedos se estaban aproximando a la sábana cuando un policía me tomo para detenerme, mis manos aterrizaron en la sangre de mi abuelito y Luis no tardó en sujetarme con sus brazos. Estaba llorando, quería maldecir y deseé con todas mis fuerzas el no haber ido a la casa de Regino. ¿Qué cosas hubiera podido evitar? ¡Tal vez esto no hubiese pasado! —¡Abuelo! —exclamé. Sentía una desesperación enorme, unas ganas intensas de llorar y me sentí muy sola de repente. Una vez más había perdido mis ganas de querer ser feliz. —Ivin. Tranquila. Él está descansando ya —me dijo el señor policía. ¿Que pasaría ahora? ¿Este era el momento para intentar ser fuerte? ¿Dónde estaba la mujer poderosa en la que tanto había deseado convertirme? *** ¡Te dije que había cosas que no te explicaría por el momento! El mundo está cambiando muy rápidamente y se que tú eres muy consiente de ello. Tanta vida que nos falta por vivir y tan poco tiempo que nos queda. Luís ha estado conmigo desde su muerte. Don Pedro quería que se le cremará cuando el falleciera y eso fue lo que hicimos. Nos entregaron sus cenizas en una cajita de madera de color nogal y volví a lo que quedaba de mi casa. Él hombre de la funeraria me miró a los ojos y sin acercarse a nosotros me dijo: —¡Lamentó tu pérdida! Y lamento más que sea en estás circunstancias. La policía nos había impedido que organizaramos una ceremonia fúnebre para Don Pedro debido a la pandemia. —¡Descuide! No se disculpe, este mundo ya está muy podrido como para darle más de nuestros lamentos. Y mientras volvíamos a casa, la sensación de soledad y de tristeza comenzaban a querer inundar mi ser. Decidimos guardar las cenizas de Don Pedro en la biblioteca de la casa, pusimos la cajita sobre un hueco en él librero. ¡Ese sería su lugar! A Don Pedro le encantaba leer y que mejor lugar para descansar sus restos que esté librero, su lugar favorito en el mundo. —¿Tienes hambre?— preguntó Luis. —No. ¿Tú tienes hambre? Mentí. La realidad era que sí. Si tenía hambre pero desde lo ocurrido no había podido alimentarme de una buena manera, como si el duelo me impidiera llevar mi vida de forma normal. ¡Yo sabía que era momento de seguir adelante! —No. Pero recuerdo que quedaron alitas en el congelador. ¿Quieres que las preparemos? ¿Y a dónde debíamos llegar ahora? ¿Eres consciente de que es lo quieres en esta vida? ¿Que cosas debíamos cambiar para tener un buen futuro? El sonido del timbre era un tormento a mi alma, ese sonido tan frío y turbio que no hacía más que anunciar su presencia. Me encontraba en mi habitación después de haber aseado la casa y de cocinar la comida para nosotras. Mamá siempre estaba fuera de casa todas las mañanas y por las tardes. La puerta se abría, escuchaba voces y risas, no salía de mi habitación. Tenía la costumbre de mirar por la ventana todas las noches antes de que la noche se convirtiera en una maldita depravación y si existía la oportunidad, prefería tomar el fresco de la noche mientras él arreglaba las cuentas con ella. La puerta de mi habitación se abría, caminaba hasta mi. Siempre imaginaba lo peor, sabía que en algún momento él querría utilizarme como a las demás; en mi pensar la escena era intensa: sus manos comenzaban a acariciarme la espalda, olía a alcohol y llevaba un cigarro en la boca. Sus manos se escurrían debajo de mi ropa y su cuerpo se acercaba más a mí. ¿Que harías ante aquella sensación? *** —¿Él no te ha llamado? —preguntó Luis. Estábamos en una mesa de la cafetería, comiendo alitas de pollo que él mismo había preparado con su receta secreta. ¡Le habían quedado bien buenas! —¡No he querido contestarle! No me dan ganas. La mirada de Luis parecía estar perdida en el ventanal. —Supongo que por eso él está justo ahí —me dijo señalando con sus cejas afuera de la cafetería. ¿Estaba aquí? Regino estaba afuera, podíamos verlo a través del enorme cristal de los ventanales de la entrada, llevaba una mascarilla en la boca y nos miraba con mucha atención. ¿De verdad me quería? —¿Que crees que quiera? —le pregunté. —A ti. ¡Obviamente! Ha venido por ti eso es lo más lógico. Atravesó la calle, y camino justo hasta quedar frente a nosotros. ¿Que sentía al verlo una vez más? Le dejé pasar. —¿Cómo estás? —me preguntó. —¡He estado peor! —¡Que sorpresa Señor! —intervino Luis. Mi respuesta había sido de lo más brusca. Luis lo invito a sentarse con nosotros. De pronto parecía como si no supiéramos que hablar, fueron segundos de mirarnos de forma incómoda. —¡Lamentó mucho lo de Don Pedro! Es una lástima que... —¡Descuide! Él ya no siente nada, está muerto. —Me enteré ayer —añadió— yo no sabía. Hubo un silencio incómodo. Habían osado varios días desde la última vez que no vimos en su cena de familia; ahora venía a darme el pésame. —¿Que es lo que...? — —¿Lo que haré? ¿Que pasará con mi vida? ¿De verdad le preocupa? —Si. —Es una buena pregunta Regino. Lo que sigue es que tengo que seguir con mi vida, continuar, pasar página iniciar un ciclo nuevo. ¡Y tratar de ser muy optimista! ¿Que más me queda por hacer? Recordé la frase de ella: “mereces una buena vida”. ¿Eso me quedaba? ¿Buscar hasta encontrar esa vida de la que tanto deseó me solía hablar? —¡Ya veo! —¿Y que es lo que ve? —Te veo valiente, fuerte y muy decidida. ¡Me recuerdas mucho a..! No fue capaz de terminar de decir su frase. Luís asintió. Después de que se llevaron su c*****r, subí a mi habitación a toda velocidad. Deje de llorar, calmé mi respiración y me obligue a contenerlo todo. Don Pedro me había dicho que no quería verme triste cuando el tuviera que irse a causa de la muerte. ¡La vida debe seguir! —Pues si usted supiera que hay días en los que no me siento así, entonces su visión acerca de mí sería muy distinta —dije— ¿Cómo está el muchacho insolente? Él arqueó sus cejas. —¡Él está bien! Fue un gran lanzamiento. ¿Como..? —Dele mis saludos cuándo lo vea —hice una pausa—. ¿Y a que debemos su visita? Meditó un poco, se arregló la corbata y comenzó a hablar. —La situación se está poniendo fea en todos los sentidos, el mundo se está enfrentando a la desdicha y dolor, nosotros no seremos la excepción. La fase tres comenzará ya, estamos a punto de llegar al semáforo rojo en contagios y vengo con la intención de llevarte a mi casa. Quiero ofrecerte todo lo necesario en esta temporada. ¡Quiero cuidar de ti de ahora en adelante! Luís se me quedó mirando. Yo había pasado tres noches a solas en este lugar. ¡Ahora querían cuidar de mí! Deje escapar un suspiro lleno de confusión emocional. Aún no había podido arreglar el desastre de su asesinato y las noches no eran lo suficientemente profundas como para dejarme dormir tranquila. ¡Una parte de mi no se sentía de lo mejor! Aún así sabía lo que tenía que hacer con Regino. —¡Yo no...! —¡Es una buena idea! ¡Vete Ivin! —me interrumpió Luis. La famosa cuarentena de la que el policía nos hablo era una realidad entonces. Luis estaba interfiriendo en mi decisión de rechazar a Regino. ¡Que entrometido mi amigo! —¡No! Este desastre es una asco y debo arreglarlo sola. No es necesario que cuide de mí. Me levanté a toda velocidad, ellos se sorprendieron. ¿Por qué no lo harían? Caminé hasta el almacén, atravesé la cocina y ahí estaba todo. Su sillón, libros tirados, la ausencia del charco de sangre, papeles, vidrios rotos y él ya no era más. ¡Eso era lo único que no había podido arreglar en esta casa! Me deje caer en el suelo para ponerme en cuclillas, tenía un nudo en la garganta y mis manos temblaban. ¡Me había estado obligando a ser fuerte y ya no podía! —¿Que crees que estás haciendo? —Luis se acercó a mí. —¡Vete! —No te vas a hacer la dura conmigo, deja eso Ivin. —¡Lárgate! —¡Obligame! —exclamó él. Y comencé a llorar. Dolía. Todo mi pecho ardía en dolor. Esta vida me dolía a todo fuego. Luís intento acercarse a mi. Agaché la cara, quise cubrir mi llanto. —¡No me toques! Me arregle el rostro, detuve mi llanto y respire. —Sabes que no siempre tendrás que hacerte la fuerte. —No todos los días me ves llorar, estás consciente de ello. La policía me había permitido estar en mi casa por qué se enteraron de mi situación. Prácticamente soy como una huérfana, bueno si soy la huérfana. —¡Ánimo, todo estará bien! Luís me abrazó, su cuerpo se unió al mío y me sentí cobijada, casi me derrumbó de forma completa pero mi dureza solo me hizo seder por unos segundos en ese momento. —¡Y si no se pone bien pues nosotros lo haremos forzar para que se ponga bien!— dije refiriéndome a la situación, mi lado optimista salió a la luz. —¡Exacto! Así que ve, pásala bien en casa de Regino. Yo estaré al pendiente de ti constantemente. Me levanté. Regino estaba en la cafetería esperando. Se sorprendió al verme. ¿Que decision tomaría al respecto? Parecía que este hombre era sincero, ojalá todas las personas fuesen sinceras. —Solo iré por unas cosas. Decidí que sí iré a su casa. Cuando pasé la primer noche en esta casa la calidez fue lo primero que me acogió. Don Pedro fue aquella persona que hizo a mi alma sentirse segura de la vida. Me ofreció trabajo, cuidado, techo, alimento y una familia. Ahora todo lo que tenía eran simples recuerdos, sabía que la realidad me obligaría a seguir adelante sin esas cosas que algún día fueron tan necesarias a mi alma. Tomé mi mochila, empaque tres cambios de ropa, mi overol, mi cuchillo, una serie de luces, un cuaderno, mis pinceles y un estuche de pinturas que Don Pedro me había regalado. Cerré la mochila y antes de irme de mi habitación me detuve a mirarme en el espejo. Caminé por el pasillo, la puerta de su habitación estaba abierta. Me acerque, paso a paso, di un vistazo y todo estaba ordenando. Su cama tendida, las cortinas cerradas, su tocador ordenado y todo tranquilo. Todo, menos aquello que no cuadraba. En su buró había una flor de colores entre el oro y la plata. La tomé con cuidado. Era un broche para el cabello, era aquel broche que seguramente había dejado en mi anterior vida, un recuerdo muy vago me hizo sentir cierta familiaridad sobre la pieza y que ahora estaba de vuelta en mi vida acto. ¿Ésto era posible? ¿En donde había visto este objeto antes? ¿De quién era? Me sentí nerviosa de repente. —¿Cómo llegó hasta aquí? —me pregunté. —¿Lista? —preguntó Luís observándome desde el marco de la puerta. —Si. Yo, quería despedirme antes de que te fueras a tu nuevo hogar. Asintió. Sus ojos se quedaron observando la peineta que sostenía en mis manos. —¿Y eso? ¿Es nuevo? Se ve muy bien —preguntó Luis. Señalo al broche. —Si. Él me lo dió. Oculte la verdad. *** Y bueno. Después de despedirme de Luís, subí a la Suburban de Regino. Le encargue a Luís que fuera de vez en cuando a dar un vistazo a la cafetería si era que él no realizaba su viaje, porque al parecer también quería ir a visitar a su familia. Durante el trayecto pude ver cómo había muchas personas que llevaban mascarillas/tapabocas y muchas otras (cómo yo) no teníamos tanta conciencia de la importancia de ser precavidos. En la caseta de vigilancia del fraccionamiento revisaban la temperatura del chófer y preguntaban por los demás pasajeros. Llegamos a casa de Regino como a las seis de la tarde. De nuevo entre a la casona, las luces estaban encendidas y parecía que aquí todo estaba tranquilo. —¿Quieres cenar algo? —preguntó— ¿O quieres ver tu habitación primero? — ¿Que hará usted? —le pregunté. —Tengo varias cosas en mente. Luu ya preparo la cena. Tengo que contestar algunas llamadas de trabajo. Y quisiera dormir temprano, aunque eso no va a ser posible porque hay casa llena. ¿Casa llena? —En ese caso, quisiera ver la habitación que me prestará. —De acuerdo. Subimos las escaleras, había una sala de televisión enorme con una pantalla gigantisima, subimos más escaleras, había ruido de música y un grupo de personas gritando y bebiendo. Seguimos caminando por un pasillo que conducía a un gran balcón, nos detuvimos antes de llegar al enorme ventanal. La puerta barnizada al natural hacia relucir muy bien las betas de la madera. —Esta es tu habitación. Regino abrió la puerta. El cuarto era el doble de grande que mi habitación en la casa de Don Pedro. Una cama kingsize para mí, suelo alfombrado, el bañó bien amplio con canceles de cristal, todo muy diferente a lo que yo estaba acostumbrada. —Si quieres, mandaré a alguien a avisarte para que bajes a cenar cuando esté puesta la mesa. —Esta bien. ¡Gracias por su hospitalidad! Lo primero que se me ocurrió hacer en mi estadía aquí fue bañarme. Me bañé como nunca, con mucha agua caliente y con un jabón con aroma a no se que cosa, pero olía bastante bien. Puse música de Selena Gómez, saqué mi ropa y la acomode en el clóset. Comencé a estirar la serie de luces por el suelo, terminé iluminando mi cama. Mi celular comenzó a vibrar. —¿Y que tal? —preguntó Luís. —Todo bien. Nada fuera de lo común. —¿Que haces? —Me estoy instalando en mi nueva habitación. —¿Podría vivir ahí, contigo? —Podríamos, pero es demasiado. Tú casa es mejor que este lugar bien minimalista. —¿Tienes ventana? —Si. Un balcón propio. —¡Que chilo! Su acento norteño me hizo sonreír. —Si pues. Al menos lo chillona ya se me quitó. Reí. —¿Ya cenaste? —Aun no. Pronto. ¿Tú qué haces? —Ando viendo lo de mi boleto para ir a Sinaloa. —¿Siempre si te irás? —Sí. Le conté a mi madre mis planes del viaje y me solicitó estar allí cuanto antes. Sonreí. —¿Cuando te vas? —Mañana, a las 6 de la tarde. —Oh pues. ¿Tú papá ya sabe? —Si. Ya hablé con él. —Pues ten cuidado. Usa cubrebocas, lávate las manos y desinfectaté a cada rato. No te me vallas a morir de Coronavirus. Reímos. —Si descuida. Ya tengo todo listo. Tocaron a la puerta. —¡Bien! Espera. Me acerque y abrí con el celular a la mejilla. El chico me estaba mirando, unos ojos brillantes, como una mezcla de miel y limón. ¡Que impactante mirada! —¿Si? —le pregunté al ver qué no decía nada. —La cena está lista. —Vale. Ahora bajo. Y cerré la puerta. Luís seguía en la llamada. —¿Irás a cenar? —Si. Ya vinieron a llamarme. —Bien. ¡Buen provecho Ivin! —¡Gracias! ¡Te me vas con cuidado eh! —Si —hizo una pausa—. No dejes que nadie te destruya en esa casona. —Si Luís. Tengo mi cuchillo listo. Reí. —¡Entonces dales con todo! Bajé al comedor. Regino estaba en la cabecera y había otras personas con él en la mesa. Algunos de ellos estuvieron en la comida del día pasado. —¡Provecho! —les dije. Algunos ya estaban comiendo. —¡Gracias! —escuche que dijeron. Y se me quedaron mirando. Caminé hasta la derecha de Regino, ahí me indico que me sentará. Mi plato estaba servido, spaghetti a la boloñesa. Di mí primer bocado. Segundo bocado. Tercer bocado. El chico frente a mi no dejaba de mirarme. —¿Te puedo ayudar en algo? —le pregunté. Era el mismo chico al que le había lanzado el cuchillo. Me miraba y parecía estar molesto/asustado. —¡Tú presencia me molesta! —exclamó él. Si que era un chico broncudo. —¡Me vale! —dije riendo— ¿Te vas a comer eso? Y su plato estaba intacto. Señalé a su spaghetti. —¿Te importa? Me le quede mirando, sonreí y clave mi tenedor en su plato. Le di vueltas y jale un trozo de carne que introduje en mi boca. ¡Sabía muy bien! Los demás estaban riendo. Regino también. —Papá ¿por qué la trajiste? —¡Eduardo! —le respondió Regino— deja de molestar a tu hermana y come. ¿Hermana? ¡Valla, que sorpresa tan más curiosa! —¡Ella no es mi hermana! Regino se dirigió a mirarme y sonrió. —¡Lamentó no haberte presentado a tus hermanos! —se disculpó. Alzó la vista y comenzó— Él es Carlos y Jenny su esposa. Darío y Mónica. Miguel y Paola. Manuel. Eduardo. Todos "mis hermanos" me estaban mirando y asintieron en forma de saludo, todos menos el Lalo. —Pues yo soy Ivin y la verdad no tenía idea de que yo pudiera tener hermanos. Un gusto estar con ustedes y disculpen las molestías. Cuando me gire a verlos a todos fue que me di cuenta de aquella mirada curiosa. Unos ojos brillantes, tranquilos y demasiado bonitos. Junto a Manuel estaba sentado un joven, el joven que había ido a llamarme para la cena. Tenía el cabello alborotado y su semblante estaba enfocado hacia mí. —¡Y yo soy Edgar! —se presentó.
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