2

3276 Words
—¿Y entonces el te dio este celular? —preguntó Luis por sexta ocasión. —Si. Ya te lo dije. El hombre adinerado, el que dice que es mi papá me lo regaló. No había nadie en la cafetería salvo nosotros dos. Don Pedro había salido a comprar algunas cosas para la comida. —¿Y es tú papá? —preguntó curioso. —Si. Eso creó. Mi madre ya me lo confirmo. —¿Ya le marcaste? Esta conversación se había vuelto más bien una investigación policíaca. Había olvidado que Luis era muy de buscar detalles en todo. —¡No! —le dije de golpe— ¡Aún no! La verdad no se que rayos hacer con todo esto. Tal vez dejare pasar los días, haber que sucede. ¡Quisiera que nada de esto fuese real! —¿Te refieres a la pandemia? Sonreí. —Bueno, también. Ojalá que la pandemia no fuese real. —Ni modo. Nos toco vivir algo así. ¡Quien sabe hasta cuando acabé esta enfermedad! Tome un vaso de café, era para un cliente. —¿Crees que debería creer en lo que ese señor me dijo? Alistó el pedido en la charola de plástico. Dos vasos de café helado y tres rebanadas de pay de queso. —Pues es tu decisión —dijo él mirándome con mucha firmeza—, aunque si fuera tú, tal vez le llamaría pronto o quizá solo le mandaría mensajes de texto. Digo, para confirmar las cosas. Si dices que tú mamá ya te dijo que él es tu padre, la neta yo si le hablaba. —Pero como no eres yo, no puedes hacer eso y yo no pienso escucharte está vez. Conocí a Luís trabajando aquí, en éste lugar. Lo recuerdo bien. Tenía su mandil puesto, llevaba una charola con tazas en la mano y el lugar estaba medio lleno. Cuando me vió entrar su rostro parecía asustado, despistado, un poco aturdido. ¿Mi aspecto era demasiado feo? ¡Probablemente! Aún así el me ayudó para que yo pudiera hablar con Don Pedro y nunca me ha tratado de forma cruel. ¡Luis es parte de mi vida, como si fuese de mi familia! —¡Haz lo quieras pues, ya estás grande! —exclamó y se fue de mí. *** Eran las cuatro de la tarde. Don Pedro no llegaba aún, prepare algo de spaghetti blanco con fajitas de pollo para comer, Luis estaba revisando su celular desde la barra; estábamos en la hora tranquila del negocio. —¡Ivin! —llamó él. Tenía las manos volteando tortillas. —¿Qué pasó? —¡Te buscan! ¿Quién me buscaba? ¡Eso si que era extraño! Baje la llama de la estufa y fui a dónde la barra. Luís estaba mirándome, tenía una ceja arqueada y un hombre, el que ayer había venido también me observaba. —¡Buenas tardes señorita Ivin!— saludó él, extendió su mano pero la rechacé. —¡Buenas tardes! Así está bien, por lo del Coronavirus no puedo saludarle de mano. —¡Oh, es cierto! La costumbre —se apenó un poco—, vengo de parte de... —¡Lo se! —interrumpí— Deje la estufa prendida, ¿Puedes ir a apagarle por favor Luis? Mi amigo asintió, segundos después desapareció. El hombre me miraba con atención, como si intentara encontrar las palabras para poder expresarme el recado. —Él quiere verla. Esta preocupado. Suspiré. ¡Había logrado ser directo! —¿Por qué estaría preocupado? Dieciocho años pasaron ya, ¿y apenas se preocupa? —Él paso por una época difícil... —¿Y eso qué? Yo también la he pasado mal señor, puedo asegurarle que hasta he estado mucho peor que él. ¡Nunca se atreva a comparar el sufrimiento ajeno! Agachó la mirada. Respiro hondo, y volvió a mirarme. —Discúlpeme por usar mal mis palabras. Sólo puedo decirle que él no dejara de insistirle. ¡De verdad la quiere ver! —¿Por qué no vino personalmente a verme? Si yo le preocupo realmente, él debería estar aquí. —Ha estado haciendo preparativos para cuando usted decida venir a su casa. ¿Qué haría yo? El reloj seguía avanzando, mi respiración era tranquila y la realidad comenzaba a jugar conmigo. ¿Por qué estaba pasando esto? Me di la vuelta, caminé hacia adentró de la bodega, subí a mi habitación y tomé el celular. Vi a Luis en la cocina y parecía muy atento a mis pasos. Encendí el iPhone que me había entregado el día de ayer y busque su número. Regresé a la barra. —¿Hola? —contesto él. —¿Por qué debería ir a su casa? —le pregunté. —Ivin —pronunció mi nombré —¿Cómo estás? —¡Respondame! ¿Cómo se que usted no es un narcotraficante? ¿Cómo se si usted no me está engañando? ¡¿Quiere verme la cara señor?! El hombre frente a mi estaba atentó a mi llamada con Regino. —Yo. Ivin, solo quiero ver a mi hija en mi casa, si me odias lo entenderé. Tú no me debes nada, pero yo a ti si. Te debo una buena vida y estoy dispuesto a dártela. ¡Eso tenía sentido para mí! ¿Una buena vida? Esa frase me hizo recordar muchas cosas, pensé en Marisela y en ese momento en el que ella me pidió que me fuera. —¡Iré entonces! —dije— Mañana. Y colgué la llamada. Mi frialdad era algo que no podía evitar. —¿Vengo a recogerla? —preguntó el hombre. —No. Solo deme la dirección, yo llego allá. Él escribió en una hoja de un bloc de notas blanco, anotó la dirección y su número. —¡Esta bien! ¡Que tenga buen día señorita! Tras marcharse, mi mirada se quedó clavada en la nota que él había dejado. ¿Qué era toda está basura? ¿Qué rayos con mi familia? ¿Qué quería ese hombre de mi? ¿De verdad era momento para seguir buscando esa dichosa buena vida? ¡Yo sentía que no me faltaba nada! De pronto, sentí su mano sobre mi hombro. —¿Y? —preguntó con interés— ¿Qué te ha dicho? —Él quiere verme —y la pregunta en mi mente surgió ¿y quién era “él” en realidad?— y decidí que tú irás conmigo mañana a su casa. Esta es su dirección. ¿Como ves? Luís tomó el trozo de papel y su semblante se sorprendió de repente cuando terminó de leer. —¡Vive en La Vista! —¿Dónde es eso? —le pregunté. Él frotó la palma de su mano sobre mi cabeza. —¡Mañana lo verás! *** ¿Tú qué puedes decirme sobre ti? ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? ¿A dónde vas? ¿A quien amas? ¿Por qué lloras? ¿Por qué estás con vida aún? Me encontraba frente al espejo una vez más. Había un reflejo ahí, era fresco y cálido. Sus senos parecían cansados y sus labios eran rojos como la sangre. Me miraba a detallé y las cicatrices en las piernas eran flores que ahora pintaban de color su alma. Seque mi cuerpo, las últimas gotas fueron absorbidas por la toalla y el vapor aún seguía conmigo. Me puse ropa interior negra de encaje o la famosa lencería que le llaman actualmente. Sacudí mi cabellera y la cepille. Cubrí mi brasier con una playera blanca y salí del baño. ¿Qué iba a pasar hoy? El iPhone 11 estaba en mi buró con la pantalla apagada. ¿Realmente él era mí padre? Tengo una historia como tú, tengo un origen y un pasado, pero mi futuro a penas estaba siendo escrito por mis decisiones. ¿Por qué ese hombre había venido a querer escribir un futuro conmigo? Termine de vestirme con un overol ochentero de mezclilla. Trencé mi cabello y pinte mis labios de rojo. ¡Aliste mi arma secreta! —¡Ya me voy abuelito! —le dije a Don Pedro. Él estaba sentado en el comedor leyendo el periódico junto con una taza de té. Hoy no abrimos la cafetería, era día de descanso. —¡Vete con cuidado mija! —su voz era muy suave. —Si. Por cualquier cosa yo le marco. —Esta bien —dijo—. Antes de que te vallas, solo quiero decirte que eres una gran muchacha. Gracias por estar conmigo en este tiempo, si el hombre del que me hablas tiene buen corazón entonces sabrás que es tu padre; pero si el hombre no tiene bondad, entonces yo seguiré siendo tu protección en este mundo. ¡Mi querida Ivin! Aquello que la sinceridad de una persona puede transmitir, es aquello que puede construir cosas indestructibles. Le abracé, le abracé con todas mis fuerzas y besé su mejilla. Don Pedro también se había convertido en parte de mi familia. —¡Gracias por estar conmigo! —le dije. Él asintió y nos despedimos. Salí de la casa pensando en las palabras de Don Pedro. Luís estaba afuera. El motor del bochito azul estaba encendido y Luis tenía las manos sobre el volante. Subí al escarabajo. —¡Te ves guapa! —¡Me siento guapa! —¿Estas lista? Y hay muchos detalles que quizá te hagan dudar de mi. Tantos momentos y sucesos que han pasado en este corto tiempo que la tinta no me alcanzaría para poder describirte aquello que no puedo explicarte ahora. —¡Estoy lista! Y podrías decirme que está es una historia cliché en tu biblioteca de Sueñovela, pero la neta, me vale lo que pienses. ¡Escribo para desahogarme! Estoy convencida de que el contarte lo que estoy viviendo es una manera más de poder desahogarme de todo este peso que me hace sentir incompleta en ocasiones. Si quieres escucharme y estar para mí, gracias. Si no quieres escucharme ni hacerme caso, también gracias, que te vaya chido. —¿Nerviosa? —Luis tus preguntas aveces son tan innecesarias. Él sonrió. Su forma de conducir lo hacía ver muy sereno y la música del radio era algo genial para nuestro viaje. Tomamos el periférico durante diez minutos y después la desviación hacia la avenida Atlixcáyotl. —¿Dónde dices que es la vista? —le pregunté. Nos habíamos detenido en un semáforo. Las personas de los demás autos nos miraban, miraban el llameante color del bocho de Luís. —Justo allí es la vista —dijo señalando la entrada a un fraccionamiento—. Allí es adónde vamos. Había unas fuentes en la entrada, el pasto bien recortado, palmeras bien ubicadas y una caseta de bienvenida construida muy bien. La vista es un lugar caro en la ciudad. Es un fraccionamiento donde la gente de dinero vive muy acomodadamente. ¡Como un lugar exclusivo para poder vivir! —¿A dónde se dirigen? —nos preguntó él guardia de seguridad. —Vamos a casa del señor Regino. El hombre se me quedó mirando atentamente. Le pidió su identificación a Luís y luego de anotar en su bitácora, el policía se la devolvió. —¿Eres la señorita Ivin? —preguntó él. —Si. Soy ella misma. El hombre asintió y dio la orden para que la pluma se levantara y pudiéramos avanzar. La Vista si que era un lugar muy acomodado. Podías ver muchas casas enormes, albercas, un campo de golf, más casas enormes y jardines bien bonitos. La casa de Regino estaba en la calle Astra en el número 100. Su casa era enorme. De cinco pisos, con muchas ventanas, el pasto bien recortado y sus plantas bien regadas, su casa era una “doña casa”. Luís estacionó el escarabajo frente a la casa. —¿Seguro que es aquí? —le pregunté. —Si. Esta es la dirección —y me enseñó en su celular el Maps. Probablemente Regino tenía demasiado dinero hasta como para bañarse en el. —Pues bueno, ya estamos aquí, hay que hacernos notar. Bajamos del bocho. Espere a Luis y ambos caminamos hasta la puerta de la entrada. Dí un suspiro largo y profundo, acerque mi mano al timbre y justo antes de que apretara el botón, la puerta se abrió de golpe. —¡Que hacemos aquí! —me grito mi subconsciente. Un par de jóvenes me estaban mirando asustados/sorprendidos. —¡Hola! ¿Está el señor Regino? —les pregunté. Luís estaba detrás de mi. Ambos llevaban puestas unas mascarillas/cubrebocas. —Si él está. ¿Necesitan algo? —respondió uno de ellos. —Realmente no. Él me pidió que viniera, creo que él es quien necesita algo de mí. Los ojos de ambos parecían no tener expresión alguna. —¿Eres Ivin? —preguntó uno de ellos. —Si. Soy Ivin. Ellos iban vestidos muy elegantes y sus miradas parecían ser un poco críticas. Aún así ignore si desconfianza y elegancia. ¡Chicos en traje de color n***o! —¡Adelante! Él te está esperando. ¡Nosotros vamos de salida! Luís y yo entramos a la casa. Era muy amplía, con unas decoraciones curiosas y algunas pinturas enormes en las paredes. Los chicos salieron y solo nos dijeron que fuéramos al salón social de la casa. —¡Esta casa es impresionante! —exclamó Luís. Él llevaba su elegante pantalón de mezclilla y una camisa de cuadros. —¡Muchas personas podrían vivir aquí! Avanzamos por un pasillo que llevaba a un salón amplio, era como la sala del abuelito pero cinco veces más grande. Había unos ventanales enormes y vimos movimiento afuera. —¿Crees que sea ahí? —pregunté. —Si ahí se ve que hay algo de alboroto. Caminamos por el césped, había una alberca, una fuente, amacas y sillas de bronceado. Avanzamos hasta llegar al salón. Era bonito. Al entrar, la gente que estaba ahí se nos quedó mirando. ¿Nos juzgaban? ¿Qué pensaban? —¿Qué tanto nos mira está gente? —me preguntó Luis al oído. —¡Nos miran por qué al parecer somos gente importante! —le respondí y el sonrió. Había un comedor enorme, adornado con flores y la vajilla bien acomodada. Sonaba un poco de música, había personas bebiendo vino y charlando sobre asuntos que solo ellos comprendían. Luís y yo nos quedamos de pie junto a un florero gigante. —¡Ivin! —escuché su voz—¡Que bueno que estés aquí! Regino se acercó a mi e intento besarme la mejilla pero no pudo. —¡Si bueno, aquí estamos! —dije— Él es mi amigo Luís, le pedí que me acompañará. Ambos se saludaron y el momento parecía muy ameno. —¿Tienen hambre? Y entonces comenzó el banquete. Todos ocuparon sus lugares. Regino en la cabecera, yo a su derecha y Luis a mi derecha. Nos sirvieron crema de nuez, pasta, filete de res en salsa de chipotle y de postre helado napolitano. ¡La comida estuvo demasiado buena! De pronto, Regino se levantó de su silla y comenzó a hablar. —¿Cómo la están pasando? —preguntó. Todos aplaudimos. —Que gusto que estén acompañándome en este día —y a decir verdad, se veía muy feliz—, cómo todos saben, hice este banquete por qué aunque la vida siempre es complicada, también nos da sorpresas inesperadas. Tengo a mis cinco hijos aquí conmigo, a sus correspondientes esposas, tengo amigos que siempre me han apoyado y en especial, particularmente, hoy tengo el gusto de tener a mi hija aquí, está juntó a mí. ¡Les presento a Ivin! Todas las miradas se clavaron en mi, sus ojos, sus gestos, aquellos murmullos eran hacia mí. Hubo aplausos. ¡Nunca imaginé a gente rica aplaudiendome! Regino extendió su mano y me pidió que me levantara de mi lugar. ¡Me sentía muy nerviosa de repente! —¡Hola a todos! —saludé. No tenía más que añadir. Entonces él se levantó de su asiento. Un chico con una corbata de moño y una camisa blanca. Su rostro era el rostro de todas esas personas engreídas, parecía un arrogante al máximo. —¡Tú eres la hija bastarda! —exclamó con voz fuerte. Regino le reprendió, pero el chico no se detuvo, volvió a usar la misma frase por segunda vez. Me miraba a los ojos, se sentía poderoso. ¿Qué quería lograr en mi? ¿Asustarme? ¿Humillarme? —¡Bastarda tienes la cara! —exclamé— Y tu cara debe ser igual que la de tu madre, muy bastarda y desagradable. Luís me estaba mirando desde su lugar, estaba muy divertido por mi respuesta. Hubo más murmullos. El engreído se quedó helado unos segundos. —¡Con mi madre no te metas! La realidad es que tú eres... —Yo soy...¿Qué cosa? —arquee mis cejas—. ¡Dilo! —¡La hija de una prostituta! Entonces sonreí, me mordí los labios y reí. El chico rico quería lastimarme, él dio un trago a su copa, los invitados parecían estar murmurando por toda esta escena. —¡Eso ya lo se, dime algo que no sepa! Y entonces la Ivin que se había puesto ropa interior negra, la Ivin que se miraba al espejo desnuda y recordaba lo guerrera que había sido volvió a mí en ese instante. Saqué mi cuchillo (el que escondía en mi pierna derecha, esa era mi arma) a toda velocidad y lo lance hacia él. El cuchillo atravesó la mesa a una velocidad impresionante que el sonido de su copa quebrandose hizo que Luis se levantara de su asiento para buscar mi preciado cuchillo que acababa de caer al suelo. ¡Todos estaban asustados/asombrados/sin saber que hacer! El chico se quedó boquiabierto, el vidrio no le causó ningún daño en la mano. —¡Un gusto en conocerte niño rico! —le dije— ¡Y gracias Regino por la comida! Creo que ya no nos quieren aquí. Acto seguido, corrí a toda velocidad, alcance a Luis y ambos nos largamos del salón social de la residencia de mi “p a p á”. *** —¡Gracias por acompañarme! —le dije a Luis. Avanzábamos sobre el periférico directo a nuestra casa. —De nada. Gracias a ti por llevarme. ¡Estuvo genial esa lanzada! Reímos. —¿Viste su cara? —Parecía asustado y si, se hizo pipí en los pantalones. —Imagino que si. ¡Que se cree ese tipo! Minutos después, casi llegando a mi casa, comenzamos a ver qué había mucho movimiento de personas en la calle. Había patrullas de la policía y una ambulancia estacionadas afuera de la cafetería. Una cinta amarilla impedía que la gente se acercara. Baje del bocho a toda velocidad, atravesé la cinta y un policía trato de detenerme. ¿Qué sorpresas nos da la vida? ¡Valla que está vez no me sentía como la guerrera de esta tarde! Estaba muy preocupada, realmente la angustia había poseído mi alma. —¡No puedes pasar! —¿Qué ocurrió aquí? —¡No puede pasar señorita! Su cuerpo me impedía acceder a la casa. —¡Yo vivo aquí! ¡Déjeme entrar! Y entonces le empuje y con las fuerzas que tenía; el policía se hizo a un lado, sin pensarlo más entré a la desdicha. El c*****r del abuelo estaba cubierto con una sábana blanca y había sangre, un charco enorme de sangre debajo de él. ¡Estaba muerto!
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD