1

2930 Words
Pasado Mi respiración era agitada. Su cuerpo era suave y se movía a mi ritmo. Sus manos desprendían caricias suaves por mi piel y su boca iba subiendo hasta mi cuello a una velocidad impresionante. Le mire a los ojos, había fuego en la cama y el color rojo podría describir las múltiples sensaciones que explotaron en nuestros cuerpos. —¡Aquí viene! —exclamo él. Y sentí que me apretaba más a su deseo. Su ser estaba navegando en aguas profundas y el movimiento de mi cuerpo le hizo culminar en algo indescriptible que solo pudo experimentar por algunos segundos. Su cuerpo. Su alma. Su carne. Su deseo. Todo centímetro de él se sacudió en una explosión de emociones. —¡Eres una buena chica! —susurro a mi oído. Se dejó caer sobre mi. Su pecho desnudo se impacto contra mi pecho y yo sentía que su respiración me ahogaba de repente. Esto había vuelto a pasar. —¡Ayudame por favor! —le grite a mi mente. —¡Ya casi termina esto. Aguanta un poco más! —me respondió mi subconsciente. Comenzó a salir de aquella explosión. Retiró el látex de su piel, comenzó a vestirse y la oscuridad de mi habitación era algo que nunca agradecí. —¡Nos vemos mañana! —pronunció él. Escuche que caminaba. Abrió la puerta de mi habitación y se fue. Desapareció de aquí y me dejó en la cama con la soledad de la oscuridad. —¿Cuándo dejara de ocurrir esto? —me pregunté. —¡El día en que la muerte les devore la vida a alguno de ustedes dos! —me respondió mi mente. Y entonces lo supe. Supe que no quería esto ni una vez más, que ya era tiempo de matar al enemigo. Me levanté de la cama, prendí la luz de la habitación y ahí estaba yo. ¡Sin pena! Con los senos agotados, los ojos llorosos y las caderas rojas. Mi alma estaba rota, pero sabía que dependía de mi el volver a sanar. Y eso es lo que iba a ser. ¡Pelearía por nuestra libertad! Presente. Había transcurrido un año desde que huí de la casa. Más bien, que abandone aquello que me hacía sentir miserable. ¿Que hubiese pasado si yo no le hubiera hecho caso? Tantas cosas que me estaba perdiendo y que hasta ahora estaba descubriendo. Esta mañana me levanté con mucho ánimo. Desayuné cereal y fruta picada. Me aliste para venir a la escuela y aquí estoy. Viva y a todo color . Me encontraba sentaba frente a un caballete y un lienzo de color blanco con un boceto hecho por mis manos. La escuela de artes de la ciudad de Puebla era algo que siempre estuvo en mi mente desde que tengo memoria o al menos siempre pensé en ella desde que logre conseguir mi libertad. El pincel que sostenía mi mano comenzó a pintar de color azul la basta masa del océano. El profesor había puesto una Playlist de música de piano en Spotify y su bocina Bluetooth nos comenzaba a relajar. ¡Me gustaba ese ambiente han relajado! ¡No se! Era agradable poder pintar y sentirme totalmente despreocupada. De pronto la música dejó de sonar. —¿Que creen? —nos preguntó de repente. Todos alzamos la vista hacia el profesor. Pero nadie se atrevió a responder la pregunta que había formulado. —¿Se suspenden las clases? —pregunte yo. Todos se giraron a mirarme. Al parecer nadie había escuchado las noticias matutinas. —¡Efectivamente Ivin! Hoy es nuestro último día de clases —dijo el maestro. Y bueno. Cómo ya sabrás el mundo está en una situación inquietante. De la noche a la mañana muchos países ya estaban comenzando a poner en cuarentena a sus habitantes por la reciente pandemia mundial del Coronavirus. —¿Por el Coronavirus? —preguntó un compañero. —Asi es Juan. Las vacaciones se nos adelantaron un mes a todas las escuelas... Y entonces me perdí en terminar mi pintura. Yo sabía que esto iba a pasar por qué los noticieros ya comenzaban a hablar sobre lo que deberíamos hacer ante está situación. ¡Y aquí íbamos nosotros! El timbre sonó anunciando el fin del día escolar. Salí del aula y me dirigía a la salida de la escuela. Llevaba mi mochila en la espalda y mi celular en la mano. Conecté los audífonos y puse a sonar mi Playlist de Indie. Baje las escaleras, pasé por la dirección, atravesé el patio del edificio y llegué a la salida. Afuera estaba soleado/nublado y podías ver a muchos estudiantes salir del instituto. Baje las escaleras de la entrada y ahí, justo ahí ocurrió todo. Había una camioneta de color n***o. Un hombre de camisa y corbata me estaba mirando. Hacía una llamada telefónica y cuando vio que me aproximaba a la banqueta, guardo su celular. Se acercó a mi a toda velocidad y eso me saco de onda. Me quite los audífonos. —¡Ivin! —dijo él. —¿Quién es usted? —le pregunté sorprendida. Él me miraba también con sorpresa y algo de temor, parecía nervioso. —¡Ivin! —pronunció una voz de mujer. Dirigí mi atención a esa voz y ahí estaba ella. La mujer que después de tantas cosas regresaba a mi nuevamente. —¡No intervengas conmigo Marisela! —le ordenó él con voz autoritaria. —¡Puedo hacer lo que quiera! —le respondió ella. Parecía que ambos se conocían. —Ivin yo... —mamá se acercó a mi y sus brazos intentaron rodearme— ¿Cómo has estado querida? Ella se había puesto lápiz labial rojo y su ropa era muestra de lo candente que se había vuelto. ¡Pensé que nunca más la volvería a ver! —¿Que quieres? —le pregunté molesta. —Hija, estoy preocupada por ti, yo solo... —¡Apartate Marisela! —ordenó él. Él hombre se acercó a mi esta vez. —Ivin necesito hablarte de algo importante. Yo... —¡Cállate Regino! —exclamó mamá. Y entonces no pude más. —¡A ti mujer, no te quiero ver! —exclamé autoritaria— Y a usted señor yo ni lo conozco y no quiero saber que rayos necesita decirme. Así que largo de aquí o llamaré a la policía. ¡Adiós a los dos! Me puse los audífonos rápidamente. Comencé a caminar, ellos me miraban sorprendidos, quizá hasta confundidos. Avance hasta la parada del autobús y viaje hasta la cafetería, ahí es donde trabajó. ¿Y por qué trabajo? Trabajo por qué estoy sola y no pienso morir de hambre. —¡Hola Ivin! —saludo don Pedro— ¿Cómo te fue hoy? Él estaba detrás de la barra de pedidos. Don Pedro tiene el cabello gris, es de estatura promedio y tiene un carácter muy agradable. —¡Buenas tardes don Pedro! —y caminé hasta él. Le salude y besé su mejilla— Pues todo estuvo super bien. Aunque, hoy fue mi último día en el instituto. —¿Por lo del Coronavirus? —Si. Por el Coronavirus nos adelantaron las vacaciones. Y bueno. Mi madre fue esta tarde afuera de la escuela y un hombre también estaba esperándome, parecía un hombre adinerado. —¿Un hombre? —don Pedro se sorprendió— ¿Fue a verte? —Si. Fue a verme. Pero mi madre y él empezaron a discutir, así que los deje allá que se hicieran bolas entre ellos. Me puse mi mandil, trencé mi cabello y comence a trabajar. Hoy era el día libre de Luis, mi compañero de trabajo, así que solo éramos don Pedro y yo atendiendo la cafetería. Había llegado a la cafetería luego de huir de casa. Aún lo recuerdo perfectamente. El día estaba soleado, el autobús donde viajaba se detuvo a causa de un semáforo, eso nos obligó a bajar a todos los pasajeros y mientras todos bajaban, pude ver a través de la ventanilla que había un zócalo amplio, lleno de vida y la curiosidad me abrazo justo ahí. Baje del autobús, caminé hasta el kiosco y aunque la cabeza me daba muchas vueltas y no tenia a dónde ir, la preocupación de estar lejos del peligro me hizo sentir tranquila. Me senté unos instantes en una banca del parque, la gente iba y venía, después de unos minutos comencé a caminar y por ahí de casualidad encontré la cafetería. —¡Buenas tardes! —saludaron. —¿Que le servimos? —le preguntó don Pedro. Yo estaba acomodando unos vasos en el mueble de la barra. —Estoy buscando a la señorita Ivin —dijo él cliente. Eso me sorprendió. —¿Para qué la busca? —le preguntó Don Pedro. Imaginé al tipo con un semblante de detective. —¡Necesito comunicarle algo importante! —respondió él. Y entonces me incorporé. El hombre se me quedó mirando unos segundos. Parecía sorprendido, confundido y algo tranquilo. —¿Qué necesita informarme? —le pregunté— ¿Usted viene de parte del señor Regino? Él iba vestido con una camisa blanca, una corbata roja y un pantalón de vestir azul. Por eso me acordé de Regino. —¡Si! —dijo él— ¿Puedo hablar con usted? Don Pedro se me quedó mirando unos segundos y con mucha ligereza asintió. —¡Puede hablar! —le respondí. Caminamos hasta una mesa desocupada cerca de la ventana. El hombre llevaba un portafolios y parecía de esos hombres ejecutivos que salen y laboran en empresas de alta alcurnia. Acostó el portafolios sobre la mesa y se me quedó mirando. —¿Y? —le pregunté al ver qué no decía nada— ¿Va a hablar o solo quiere hacerme perder el tiempo? —No quiero hacerte perder tú tiempo. —¡No me hables de tú! —ordene. —¡Disculpé señorita! —su mirada bajo hacia el portafolios. Sus manos abrieron el artefacto, la cubierta le tapo media cara y luego volvió a acomodar el portafolios como al principio.— El señor Regino me pidió que la localizará, él quiere hablar con usted ya que está tarde no le fue posible... Entonces encendió el móvil. Era un iPhone de tres cámaras y tecleó algunos dígitos. Entonces extendió el móvil hacia mí. Yo lo tomé casi insegura, pero al final lo apreté con mi mano hacia mí oído. Contesté la llamada. —¿Hola? —pregunté. —¡Hola Ivin! Reconocí su voz. —¿Que quiere? ¿Por qué mando a buscarme? Y sobre todo ¿Quién rayos es usted? No hubo respuesta por algunos segundos. —¡Necesito conocerte! —¿Conocerme? —¡Si! Han pasado tantos años y... —Haber señor, no se a que años se refiera, solo lo escuche si va directo al grano ¿okey? El hombre frente a mi se sorprendió. Vi sus cejas arquearse. ¡Mi carácter se había vuelto fuerte! —¡Ivin yo soy tu padre! Y entonces, por alguna extraña razón me dio risa. Eso que él me dijo me hizo reír por completo. ¿Mi padre? ¡Si como no! Este señor estaba demasiado chiflado. —¡No me venga con bromas señor! —dije entre risas— ¡Mi padre está muerto! Así que no ande jugando conmigo. Hubo silencio de parte de él mientras yo me trataba de controlar. ¡Estaba diciendo puras tonterías! Mis risas eran inevitables, o sea, más ir nada porque él aseguraba ser mi padre y yo me crié toda la vida sin un papá. Tuve que obligarme a controlarme. —¿Ya terminaste? —La verdad es que no. Su broma es bastante buena. ¡Mi padre! —y solté una risa fuerte. —¡Soy tu papá! —¡En sus sueños viejo rico! Y termine la llamada. Apreté con toda la fuerza de mi dedo indice y colgué. El hombre frente a mí quedó sin expresión alguna en el rostro. —¡Tomé! —le dije con mi mano devolviéndole el celular— ¡Un gusto recibir sus bromas! Adiós. Me levanté del asiento y caminé hacia la barra con esa estúpida risa insuperable. —Ivin, el celular es para usted —me dijo el hombre tras haberme alcanzado a la barra. —¿Mío? No señor, no necesito un celular nuevo. —Es para usted. El señor Regino me dio esa orden. Y lo extendió hacía mí pero yo me negué. —Tengo que trabajar, un gusto hablar con usted —le dije y desaparecí hacía el cuarto del café y los demás insumos. Parecía que lo ocurrido era algo estúpidamente mal planeado. Don Pedro estaba viendo el televisor, eran las noticias. —¿Que fue del hombre? —me preguntó él. Agarré un paquete de servilletas. Aún tenía la risa dentro de mi. Agradecí que la tarde en la cafetería estuviese tranquila, no había clientes a esta hora. —Ya se fue. Leo quería que yo hablara con el señor que fue a mi escuela, hablé con él y dice que es mi padre. ¿Cómo ve eso? ¿Usted lo creería? Don Pedro conocía a la perfección mi historia. Se la conté tan pronto me ofreció ayuda. ¡Así que tenía demasiada confianza en él, después de todo se había convertido en mi abuelito! —Bueno. Solo Dios y tú mamá saben si él es tu padre —respondió Don Pedro. Me sorprendió un poco el hecho de que él no estuviera tan divertido como yo, lo cuál me puso a pensar de repente. ¿Será cierto lo que dijo ese sujeto? ¿Será que la vida me va a presentar a mi padre después de tantos momentos en qué necesitaba de un padre? La risa se me fue, me quedé pensando. ¿Y si ese señor estaba diciendo la verdad? ¡¿Pero como?! Era momento de cambiar de tema. —¡Tiene razón! ¿Que dicen las noticias? —Desde mañana estaremos en fase dos. —¿Eso es malo para nosotros? —Pues no. El gobierno ya ha comenzado a tomar precauciones. Aún no están cerrando comercios aquí, pero muchas personas ya están dejando de salir de sus casas. Muchos están tomando enserio está situación y también hay quien no quiere creer en lo que está pasando. —¿Creé que las cosas mejoren pronto? —Todo mejorará cuando el hombre deje de pensar en sus propios deseos. Asentí. Salí a la barra y ahí estaba la caja del celular. ¿De verdad era para mí? Tome el paquete, una caja blanca con la marca del celular y el logo de la manzanita mordida. ¡Era bonito! Nunca había tenido un celular como este. De pronto la puerta se abrió y eso me obligó a volver a mi realidad. Era un cliente. *** Ya era de noche, estábamos a punto de cerrar cuándo ella volvió. Llevaba el mismo vestido de la tarde, había bebido y se veía mal. ¿Que pasaba con ella? ¿Como era su sentir en este momento? —¡Ivin! —pronunció mi nombré. Yo estaba acomodando las sillas sobre las mesas, solo me faltaba poco para terminar. —¿Que estás haciendo aquí? —¡Lo siento! Comenzó a llorar. ¿De verdad estaba siendo sincera? Bueno, creo que no tenía razón para dudar de ella; solo es que me sorprendió verla nuevamente. —¿Qué sientes? Sus ojos verdes parecían seguir siendo tan idénticos al pasado, solo por el único detalle de esas ojeras oscuras. —Lamento no haber estado cuándo más me necesitabas. Lamento ser una cobarde —hizo una pausa, el rimel se le había llorado también— y lamento ser una mala madre, yo... —¡Basta! —le ordené— ¡No es necesario que digas más! Di un suspiro largo, me acerque a ella y la mire. Sentí que en verdad estaba mal. ¿Como podría ayudarla si ella misma nos había obligado a estar en esta situación? —Es verdad Ivin, yo... —¿Qué es lo que quieres realmente? Ella se me quedó mirando. Su teatro comenzó a deteriorarse. ¡Sería fría, tal y como ella me lo había pedido! —Nunca veniste a buscarme en todo este tiempo y ahora ¿vienes a mi con tu vestido de gala nocturna, justamente el día en que un hombre me habla por teléfono y me dice que es mi padre? Si no estás del todo borracha puedo decirte que eres una cínica. ¡Tienes cuarentena años, reacciona por favor! Supe que su alma entonces no le perteneció nunca. Su vida siempre fue esclava de sus propios deseos egoístas. ¿Eran así las cosas? —¡Esta bien! Me iré. Solo antes, dime, ¿que te dijo él? —Dime primero quien es él. ¡Explícame! Ella dio un trago de saliva, sus ojos parecían disgustados y su cara estaba con el ceño fruncido. —¡Es tú papá! ¡Y el maldito Coronavirus venía con papá integrado! ¡Pero que cosas! —¿Estas hablando en serio? Asintió. —¿Me vas a explicar? —Me gustaría explicarte, pero a su momento. ¿Y cuál sería ese momento?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD