Seis años después…
La alarma del despertador sonó y con dificultad, en un intento por apagarlo, lo tiré yeste cayó desajustándose por completo.
Diablos, pensé. Ya me tocaría sacar dinero del almuerzo para comprar otro.
Y esos imbéciles me acababan de robar el dinero de la semana.
Agarré la toalla y me la colgué en un hombro para salir de mi habitación e ir a ducharme.
Al salir, me topé con Kendall que iba saliendo del baño.
—¡Eh! ¡Kendall! —La llamé y ella se giró hacia mí.
Niega con la cabeza al verme. —¿Por qué sales así? —Me regañó cruzándose de brazos. Se aseguró que ni papá ni mamá estuvieran por ahí cerca y me detalló mejor el rostro.— ¡Ash! Mira nada más como te han dejado esta vez.
—Ya, déjame. —Quité su mano de mi cara llevándome una mirada fulminante por su parte.— ¿Tienes dinero?
—¿En serio, Kevin? —Asentí encogiéndome de hombros.— Pues a parte del almuerzo, tengo unos ahorros que…
—Préstame, por favor.
—¡¿Qué?! —Exclamó y yo la chisté pidiéndole que bajara la voz. Alguien podría vernos.— La semana pasada te presté también y aún no me lo has devuelto.
Me froté el rostro con desesperación. —Juro que cuando tenga te devolveré hasta el último centavo.
Kendall puso los ojos en blanco. —Está bien. Antes de irnos te daré el dinero. —Asentí y cuando estuve a punto de entrar al baño, ella me detuvo.— Toma. —Me entregó un potecito con otra de sus cremas para la piel.— Después que te bañes, te untas un poco sobre el moretón alrededor del ojo y en el corte del labio. Es del tono de tu piel así que no se notará y nuestros padres no se darán cuenta. —La examiné por un momento, a diferencia de la anterior esta tenía un olor más dulce.— Y Kevin, —la miré— ten cuidado.
Asentí y me metí en el baño. Me vi por un momento en el espejo, la verdad es que sí se veía terrible aunque ya casi no me dolía.
O de pronto ya me había acostumbrado.
Hace más de dos años que había dejado de asistir a las terapias con la psicóloga, aparentemente porque mis problemas en el colegio se habían terminado. Y la verdad es que no quise seguir asistiendo, sentí que no me ayudaban y lo único que hacían era traerme más problemas dentro de la escuela. Además ella había dejado de ir y así no tendría sentido. Desde que tenía ocho años había estado asistiendo para que me llenaran de estúpidas preguntas, por casi cuatro años, hasta que en la escuela se dieron cuenta y no hicieron más que empeorarlo todo. Por eso Kendall me apoyó, a pesar de que no estaba de acuerdo con que simplemente lo dejara estar, me ayudaba ocultando los golpes para que mis padres no se dieran cuenta.
Abrí el grifo y el agua fría de la ducha cayó sobre mi piel. Me sentía cansado. No comprendía porqué tenía que pasar por eso todos los días si yo no me metía con nadie, incluso prefería mantenerme alejado de los demás. Pero claro, yo era el debilucho, el saco de boxeo de todos en esa asquerosa escuela.
Por mucho tiempo me pregunté: ¿en qué momento la tormenta terminaría?
Cuando ya me vestí, unté un poco de crema en las zonas afectadas del rostro. Y aunque por un momento dolió, cuando se secó ya las heridas habían quedado totalmente camufladas. Al bajar, mi madre me sirvió el desayuno, pero no tenía mucha hambre.
—¡Kendall, nos vamos! —La llamé desde el comedor al percatarme que se estaba tardando una eternidad.
—Hijo, pero si a penas has tocado tus huevos con tocino. —Comentó mamá cuando me levanté del asiento.— Y estás demasiado delgado. Deberías comer.
Puse los ojos en blanco. —No tengo hambre. —Respondí y ella me observó no muy convencida.— ¡KENDALL!
Al cabo de unos segundos mi hermana bajó las escaleras, para mí sorpresa con dos morrales y una bolsa, todos cargados con un montón de cosas. Cuando ya estaba en los últimos escalones, tropezó y uno de los bolsos cayó abriéndose y esparciendo sus cosas por el piso de la sala de estar.
—¡Mierda! —Maldijo por lo bajo mi hermana cuando se agachó para recoger lo que se le había caído.
Algunos afiches, pañoletas y una camiseta verde con estampado en contra del maltrato animal quedaron a la vista.
Ya sabía porqué se estaba tardando tanto.
—¿Qué fue eso? —Preguntó mi madre y sentimos sus pasos aproximándose a donde nos encontrábamos.
Me agaché quedando a la altura de Kendall para ayudarle a guardar todo antes de que mamá se percatara.
—Joder, Kendall.. —Suspiré.— Te vas a meter en problemas.
—No tienen porqué enterarse, hermanito. —Me guiñó un ojo.
En el momento que mi madre apareció en la sala, nos pusimos de pie y yo agarré uno de los bolsos.
—¿Por qué llevan tantas cosas a la escuela? —Preguntó observándonos con cierta desconfianza.
—Es que tenemos una presentación —se apresuró a responder Kendall— y tenemos que llevar vestuario.
Mamá nos miró con una ceja alzada. Kendall me dio un codazo.
—Si, sí. Eso. —Respondí. No sabía qué añadir así que solo dije eso, Kendall bufó y susurró un “vaya apoyo”.
—¿Puedo ver? —Preguntó nuevamente mamá con curiosidad y tanto Kendall como yo retrocedimos.
—¡No! —Dijimos al unísono.
—Quiero decir… Esto… No. —Añadió mi hermana.— Es que vamos tarde, mamá. Ya será cuando regresemos.
—Es verdad. Además ya esperé demasiado a Kendall. —Acoté dedicándole una mirada desdeñosa a la susodicha.
Mamá asintió resignándose y nos despedimos de ella para salir de la casa. Anduvimos unas cuantas cuadras para asegurarnos de estar fuera del alcance de “Doña preguntas” como nos referimos desde niños a nuestra madre. Nos detuvimos en la entrada de un callejón y le devolví el morral a Kendall a lo que ella sacó de su billetera 20 dólares para entregármelos.
—No tengo más, Kevin. —Dijo colgándose los bolsos encima.— Ya te he prestado demasiado.
—Va, gracias. —Contesté.
Luego de eso, Kendall se despidió y se dirigió a la calle que llevaba al Garfield Park, punto de concentración donde se reunirían para llevar a cabo la marcha. Kendall se había saltado ya varías clases lo que iba del año, para ir con su novio a las protestas en contra del maltrato animal, mis padres la cacharon una vez y estaba advertida desde entonces. Pero para mi hermana eso no era impedimento.
Al menos ella sí se animaba y luchaba por lo que quería.
Seguí caminando en dirección a la secundaria cuando escuché el sonido de unos motores aproximándose a toda velocidad. Por eso me gustaba tomar este camino para ir a clases, podía escucharlos siempre, y si contaba con suerte verlos siquiera por algunos segundos cuando pasaban con sus motocicletas a altas velocidades.
Me giré cuando escuché que el sonido cada vez era más perceptible. En ese momento, alcancé a visualizar cerca de cinco motociclistas doblando en la curva a unos metros de donde me encontraba, con una agilidad impresionante y esforzándose por hacer un drifting perfecto. Entre ellas, reconocí a mi favorita, era grande y hermosa, la kawasaki ninja 300. Al tomar el tramo recto, nuevamente volvieron a acelerar inundando el sector con su sonido que era más que música para mis oídos y como no, aquel que llevaba la kawasaki, tomando la delantera con semejante belleza.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro y me pregunté si algún día yo podría tener la dicha de montarme sobre una de esas motos.
Respiré hondo y me dirigí a la escuela, donde me esperaba otro asqueroso día con esas personas tan insoportables. Recordé los 20 dólares que me había prestado Kendall y los metí en el interior de mi zapato; debía esconderlos antes de que Mike y los imbéciles me dejaran sin dinero otra vez. Es que tan mala suerte tenía yo, que termino la escuela primaria y los vengo a encontrar nuevamente en la misma secundaria, así que si pensé que la pesadilla terminaría, estaba muy equivocado.
No más fue cuestión de segundos de que yo pusiera un pie en el salón de 4-1, para que llovieran sobre mí un montón de bolitas de papel y uno que otro borrador o lápiz. Las risas burlonas hacían eco dentro de mi cabeza. Todos los días era lo mismo, y aunque ya me encontrara en mi silla, no cesarían hasta que el profesor entrara en el salón. Me agaché sobre mi pupitre aún sintiendo como los objetos me golpeaban, hasta que sentí que habían terminado.
Seguramente ya el profesor había entrado al aula. Cuando levanté la cabeza me di cuenta que estaba en lo cierto, pero no estaba solo. Había venido acompañado de una chica, baja y con una gran cabellera pelirroja.
Fruncí el ceño cuando la vi, no sabía de dónde pero se me hacía haberla visto antes. Es que cualquiera recordaría a alguien con un cabello rojo tan largo como el que llevaba ella.
—Buenos días, jóvenes. —Habló el viejo señor Bunch, profesor de biología.
Algunos contestaron pero la mayoría se hallaban en silencio, expectantes por saber de quién se trataba la desconocida que había ingresado a nuestro salón.
El profesor Bunch le hizo un ademán de que se acercara más y ella obedeció sin más. —La señorita es Jasmine Miller y de ahora en adelante será su nueva compañera, sean buenos con ella.
Los susurros no se hicieron esperar, ansiosos por saber cómo sería la nueva. Mientras que ella con timidez se limitó a tomar un asiento libre a un lado del salón, un poco sonrojada al notar que todas las miradas se hallaban sobre ella.
Y yo aún no podía creer que estuviera ahí, en el mismo salón que yo.
Después de tanto tiempo.
•••
La señora Freeman me pide salir del consultorio y yo le obedezco.
Otra sesión que terminaba y aún no entendía porqué me obligaban a venir si no hacían más que hacerme un montón de preguntas que nunca me ayudaban en nada.
Mis padres estaban esperándome del otro lado de la puerta.
—Kev, ¿puedes ir al parque mientras tu madre y yo hablamos con la señora Freeman? —Dijo papá.
Me limité a hacer caso y sin refutar me dirigí hacia el parque que estaba en el patio del centro.
Cuando salgo veo en los columpios a una niña, estaba balanceándose con fuerza, como si quisiera destruir el juego. Si se caía, el golpe sería bastante fuerte, pensé. Pero ella seguía columpiándose cada vez con mayor intensidad.
Hasta qué resbaló y cayó en un fuerte estruendo.
Corrí hacia ella aún sintiendo dolor en el cuerpo debido a la paliza que me habían dado días antes en la escuela, pero para mi sorpresa al acercarme no estaba llorando.
Intenté ayudarla a levantarse pero ella se zafó de mi agarre, observándome como si estuviera loco.
—¿No te duele? —Pregunté extrañado al ver que no derramaba ni una sola lágrima, aún cuando tuviese un gran raspón sangrando en su rodilla.
Ella negó rápidamente con la cabeza. —¡No! —Exclamó casi que gritando.— ¡Si no ha sido nada!
Y en ese momento quedé impresionado, pues cualquier niña de su edad estaría pataleando y gritando del ardor por una herida así, por ejemplo mi hermana. Pero ella no era así, ni siquiera se la veía preocupada por eso, más bien se reía de ella misma y la manera en que se cayó.
Tal vez porque era un niño, no entendí el porqué en su momento, pero solo sabía que su sonrisa era distinta a la de otras personas. Yo lo había notado, pero tenía ocho años. Aún era demasiado joven.
—¿Segura?
Asintió y su frondoso cabello castaño se estremeció con el movimiento. —Si me doliera, no podría hacer esto.
Corriendo se dirigió rápidamente hacia el pasamanos y comenzó a subir. Se movía con bastante agilidad y la herida no parecía importarle en lo absoluto. Cuando ya estuvo en la parte más alta, acomodó sus piernas y luego se dejó colgar de cabeza de las barras del pasamanos.
—¿Lo ves? —Cuestionó riéndose.— Y ahora que lo pienso, el mundo sería mucho más divertida si de cabeza.
Negué con la cabeza divertido con lo que decía.
Ella se soltó y yo me asusté un poco esperando su caída, pero para mi sorpresa había caído de pie.
—¿Por qué no juegas? Es divertido. —Cuestiona dudosa pero aún sonriente y mirando los otros juegos con ansias.
—Es… Un poco peligroso. —Respondí y ella abrió los ojos de par en par.
—¡Claro que no! —Exclamó.
Pero antes de seguir hablando o ir corriendo a subirse en otro juego, se detiene al escuchar una señora gritando desde la entrada.
—¡Jasmine, nos vamos! —Exclamó la mujer.
La niña soltó un suspiro fastidiada y luego corrió hacia donde se encontraba la mujer. Su gran cabello rojo se estremecía con cada paso rápido que daba y cuando ya había llegado, antes de irse, se giró hacia mí y agitando su mano frenéticamente se despidió.