VERONICA…

850 Words
VERONICA… Oscuridad. Mientras los ciudadanos honestos gozan del merecido reposo en la tranquilidad de sus apartamentos, en algunas zonas de la ciudad se vive una vida alternativa, animada por mendigos, drogadictos, borrachos, prostitutas, chaperos, extra comunitarios más o menos clandestinos y personajes sin una ocupación fija y sin casa. En Jesi el corazón de este tipo de sociedad es la zona comprendida entre la estación del ferrocarril y la de autobuses, y los sumideros de esta escoria humana, capaces de acogerla sin vomitarla, están representados por las terrazas al aire libre del bar de Piazzale di Porta Valle y de los bancos que permanecen casi a oscuras bajo los árboles, donde las luces de las farolas llegan con esfuerzo o no llegan de ninguna manera. Allí no es infrecuente ver una prostituta borracha tirada sobre el banco, con el culo al aire, en la misma posición en la que se ha quedado después de la relación consumada con el último cliente, que a lo mejor la ha dejado así sin ni siquiera pagarle. La medianoche hace mucho que ha pasado y la persiana del bar pizzería está cerrada hasta la mitad desde hace más de media hora. Veronica, cuarentona comisaria de policía, un glorioso pasado de campeona olímpica de esgrima, está apoyada en el costado de su berlina negra. El humo del cigarrillo se une a su aliento condensado y a la niebla de una noche de otoño que convierte en atenuadas las sombras de personas y cosas. Una prostituta de color se le acerca. ―Por 20 euros te puedo hacer gozar mejor que un hombre. ―¡Vete! ―responde mostrando el distintivo ―Tienes suerte de que tengo otras cosas entre manos esta noche, en caso contrario te haría pasar la noche en una celda. ―Entonces, dame un cigarrillo. Veronica tira la colilla, busca en los bolsillos, enciende el último de la cajetilla, que arruga y tira al suelo. ―Como ves no tengo más. ¡Vete! ―y subraya esta frase echándole directamente el humo en la cara y mirándola fijamente de la manera más sombría posible. Una de las pocas farolas que funcionan se enciende y se apaga de manera intermitente, casi como controlada por un extraño mecanismo de relojería, probablemente su bombilla ha llegado hasta la terminal, pero pasará un tiempo antes de que cualquier obrero del ayuntamiento pase a sustituirla. Aprovechando la oscuridad y la niebla, el zíngaro de cabellos largos grises y el sombrero de ala ancha descarga la vejiga detrás de la sombra de un autobús aparcado, luego vuelve a la carpa del bar, vacía su vaso y se va tambaleante hacia su bicicleta. Tres pedaladas y cae estrepitosamente al suelo, se levanta y se pierde en la niebla. Nadie sabe, cada noche, si conseguirá llegar indemne a su caravana, abajo, al fondo de la zona industrial, pero al día siguiente se presenta puntualmente para pedir limosna, alcohol y cigarrillos. Veronica se arrebuja en el abrigo de piel para protegerse del frío y de la humedad. Perfecto, ahora su atención está centrada sobre dos figuras que están saliendo por debajo de la persiana del bar. Leonardo, el ingeniero Leonardo Albini, está en compañía de una larguirucha de piel morena, minifalda, piernas larguísimas y senos tan hinchados de hormonas y silicona que podrían explotar de un momento a otro. ―La larguirucha, más que ella, es todavía un él. ¡Algo que le cuelga entre las piernas seguro que lo tiene! ―piensa Veronica, que no está interesada demasiado en la cosa. Quien le interesa es Leonardo, ese ingeniero civil con pretensiones de convertirse en investigador privado ―Es verdad, siempre en contacto con la mala vida local, ¿quién mejor que él podría atrapar a criminales? Leonardo despide al chapero, que se va en dirección a Via Setificio mientras que él se dirige a Porta Valle y entra en el centro histórico. Veronica lo sigue intentando mantener la distancia pero el hombres se desvanece en los meandros de los callejones. Un hombre con un fuerte acento del este de Europa se le acerca desde atrás y activa una navaja. ―Es poco recomendable para una mujer sola venir por este sitio. Sin sentirse intimidada, la policía hace una pirueta y, gracias a un golpe de pie bien asestado, desarma a su agresor potencial. ―¡También para un hombre, especialmente si molesta a las personas equivocadas! Y por esa noche ya está bien, ha perdido de vista a su objetivo, no ha podido comprobar su connivencia y complicidad con los criminales de la zona sur de Jesi, esa que hace tiempo era considerada una tranquila ciudad de provincias. Lo mismo da volver a la comisaría. Con la certidumbre de que antes o después Leonardo dará un paso en falso. ¿Pura fantasía? ¡O a lo mejor está secreta e inconscientemente enamorada de él, quién sabe! Los periódicos locales del día siguiente, en una jornada caracterizada por un pálido sol que se asoma tras las capas de niebla, informan de la enésima noticia de sucesos. Jesi. En la zona de Porta Valle un chapero ha sido agredido y acuchillado. Socorrido al instante por el ingeniero Albini, que se encontraba paseando por allí por casualidad, han dicho que se curará en 10 días. Pero, ¿la policía dónde está?
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