Las caricias de Alejandro en mi espalda, segundos después de haber llegado al clímax, me sacan de mis pensamientos. No era Daniel… claramente él no es Daniel… Suelto un suspiro, un escalofrío recorriendo mi espalda.
—Extrañaba hacer esto contigo, mi Luna —susurra él en mi oído—. Me dolió mucho que me alejaras de ti tantas veces en el club, nunca me explicaste el porqué… solo te alejaste de mí.
Sigo con mi cabeza en su hombro, no me atrevo a verlo. Mi mente está desconectada, tengo un manojo de pensamientos que no me dejan tranquila. Necesito calmarme. No es momento de una crisis, no es momento de derrumbarme, no puedo hacerlo. Necesito continuar con esto. Al parecer, tardo mucho en responder, porque Alejandro solo continúa hablando.
—Luna, ¿seguro no quieres contarme por lo que pasaste? Debió haber sido muy difícil… la mayor evidencia son tus… —deja la palabra en el aire.
Niego suavemente con la cabeza. —Lo siento mucho, Ale, sí fue muy difícil. Realmente no supe cómo reaccionar… Solo espero que me entiendas y no me guardes rencor por eso. Otra cosa, agradecería no hablar de ello —susurro con la voz suave, casi quebrada.
Contrólate, Alaia, maldita sea. Me muerdo el labio con fuerza. No puedes ser débil en este momento, recuerda el plan.
—Mi Luna, no llores, cielo. Disculpa por recordarte eso… haremos como tú quieras. ¿Ya te quieres salir del agua? —susurra, aún acariciando mi espalda.
—Sí, por favor, así hablamos de negocios —digo con mi voz un poco seria. Siento cómo él me acomoda el traje de baño y se acomoda a sí mismo. Me agarra más fuerte de las piernas y sale del agua conmigo cargada, mis manos en su cuello, buscando estabilidad. Siento las miradas de los guardias en nosotros. Él me deja sentada en uno de los descansos a la orilla de la piscina y se sienta a mi lado, dejando en medio la pequeña mesa con las bebidas que yo había mandado a traer minutos atrás.
—Cuéntame, señorita Luna, ¿entonces ahora quiere hablar de negocios, no? —dice él con esa pizca de seriedad y diversión. Mi rostro se pone serio de inmediato, levanto una de mis cejas y lo escaneo brevemente, antes de fijar mis ojos en los suyos.
—Efectivamente, caballero. ¿Qué te parece la idea de ser amantes y socios? —suelto con mi voz seductora, suave a la vez que ronca.
—Me parece una excelente idea, pero cuéntame, señorita, ¿qué propones?
—Propongo que me ayudes a cerrar el trato del negocio que están discutiendo nuestros padres. Estoy casi segura de que tú eres el heredero de tu padre, y no me sorprendería que tomara en cuenta tu opinión.
Él suelta una risa ronca. —Tienes toda la razón, Luna, de hecho, yo soy el que toma la decisión final sobre los negocios de mi padre. Él quiere ver qué tan capaz soy de hacer crecer más el negocio familiar. Pero ahora dime... ¿tú qué ganas con esto?
Doy una media sonrisa antes de mojar y morder un poco mis labios, dejándolos entreabiertos. Alejandro sigue mis movimientos, soltando un gruñido leve. —Si logro que mi padre vea que soy capaz de ayudarlo a subir el negocio, me va a dejar a cargo de todo a mí, y no a Valentina. Y si tú y yo estamos juntos, unimos ambos negocios. Es más poder, todos ganamos, rey —digo con una sonrisita.
—Me gusta ese pensar, pero ¿sabes que para que eso suceda tú y yo tenemos que ser pareja, no? —dice Alejandro, mirándome serio.
—Sí, yo sé. ¿No te parece este un buen momento de formalizar nuestra relación?, o por lo menos frente a nuestros padres. De todos modos, ya tenemos dos años conociéndonos, y ahora sí sabemos quién es el otro, fuera del club.
—Tienes toda la razón, mi reina, pero igual quedemos en un acuerdo: si tú necesitas acostarte con cualquier otro hombre para beneficiar a nuestros negocios, por mí no habrá problema —dice con una sonrisa, yo suelto una risita.
—Trato hecho, mi Ale —tomo la copa de vino y se la entrego a él antes de agarrar una para mí. Choco con él y doy un pequeño sorbo sin perder el contacto visual—. Ahora creo que mejor me voy, necesito arreglarme para la cena —me coloco las sandalias, me pongo de pie y él me mira fijamente.
—¿Y si mejor te acompaño a tu habitación? —susurra con la voz ronca mientras me recorre con la mirada.
—Prefiero que me esperes con nuestros padres, y así yo me arreglo con calma para sorprenderte.
—Está bien, ve. Yo me encargo de que todo salga como tú quieres, mi amor —me doy la vuelta sobre mis talones. Siento las miradas nuevamente en mi espalda. Matías me mira y le hago un gesto que al parecer entiende, porque empieza a caminar hacia el interior de la mansión.
Cuando entro a mi habitación, Matías ya se encuentra allí esperándome. Me da una mirada por todo el cuerpo. —¿Se encuentra bien, señorita? —pregunta con lo que parece ser preocupación, yo solo lo observo con mi rostro serio.
—No estoy para cuestionarios. Si puedes ahorrarte las preguntas, te lo agradecería, Matías. Solo quiero que le digas a mi padre que ya tiene toda una sociedad asegurada —Matías pone cara de sorpresa por solo unos segundos, donde yo sonrío con suficiencia.
—Pero, ¿cómo? Usted no sabe nada, ¿cómo pudo?
—Resulta que soy mujer, querido Matías, y una muy inteligente. Ya les dije que puedo ser de mucha utilidad, hasta más que Valentina. Prueba de eso, sin saber nada del negocio familiar, les aseguré una buena sociedad.
Él me mira, todavía sin salir de su sorpresa. Le hago un gesto con la mano para que salga, la puerta se cierra y yo empiezo a llorar. Me meto al baño y empiezo a restregarme el cuerpo con fuerza. Cálmate, Alaia, ahora no, contrólate, no es momento de un ataque de ansiedad. Necesitas estar bien. Mi corazón me está latiendo a mil. Cierro los ojos con fuerza. Tienes que calmarte, no es momento para esto… Me clavo las uñas en la palma de la mano, el dolor me mantiene atada a la realidad.
Luego de un rato, no sé exactamente cuándo, termino de arreglarme. Un vestido elegante pero sensual a la altura de las rodillas, unos tacones a juego, accesorios, un maquillaje ahumado para resaltar mis ojos y mi cabello en una trenza de lado. Me pongo perfume y es hora de bajar.
El ruido de mis tacones resuena contra el mármol. Los tres se encuentran en el salón conversando, sus miradas se fijan en mí cuando escuchan mis pasos.
—Buenas noches, caballeros —digo con una sonrisa, mi voz suave.
—Buenas noches, hija —dice mi padre, dándome una mirada que no sé descifrar.
Alejandro se acerca a mí con una sonrisa, agarra mi cintura, acercándome a él. —Mi Luna, tan hermosa y magnética como la que te da el nombre. – Yo le devuelvo la sonrisa.
—Buenas noches, nuera —dice el señor Jonathan—. ¿Se lo tenían muy bien escondido, no?
Yo suelto una risita mientras nos encaminamos al comedor. —Un poco sí, estábamos esperando el momento para hacerlo oficial.
—Sí, así nos comentó Alejandro —dice mi padre, mirándome fijamente. Todos tomamos asiento en la mesa y empezamos a comer mientras la charla continúa.
—¿Y Valentina dónde se encuentra? —pregunta de forma casual el señor Jonathan.
Dirijo mi mirada hacia mi padre, esperando una respuesta, su rostro está serio. —Ella se tuvo que ir de viaje ayer por una urgencia del negocio, ya saben cómo es todo esto.
Ellos asienten, el señor Márquez toma la palabra nuevamente. —Entonces, Luna, me contó tu padre que ya te encargaste de uno de los tipos que te hizo esas marcas en la espalda.
Miro a mi padre fijamente, antes de sonreír brevemente. —Sí, así es, el que me la hace me la paga. De hecho, siempre he dicho, a mí me joden una sola vez en la vida, de ahí en adelante hasta el diablo me tiene miedo. No me gusta que las personas jueguen con mi paciencia, si no, pregúntale a los guardias de papá, ¿cuántas veces no les he disparado en estas semanas?
El señor Márquez sonríe. —Eso me gusta, tienes carácter, me gusta. Es de mucha utilidad para nuestro negocio.
Mi padre se pone tenso por unos segundos, pero de inmediato disimula.
—Entonces dígame, ¿qué opina del negocio que le propuse a Alejandro? —digo con voz seria pero suave.
—Es un trato, reina —dice Alejandro con una sonrisa—. A una dama como tú, tan peligrosa, misteriosa y sensual, hay que tenerla de nuestro lado.
—¿Eso quiere decir que ya cerramos el negocio que estaba planificando con mi padre?
—Exactamente, y no solo ese, seremos ahora una sociedad —dice el señor Márquez con una sonrisa—. Así que, Isidro, felicidades, tu hija te acaba de conseguir lo que has querido por años.
Mi padre sonríe con orgullo, levanta la copa de vino hacia el centro de la mesa, seguido de nosotros tres.
—Salud, entonces, por esta nueva sociedad, y por esta relación, salud por mi hija.
—¡Salud! —decimos los tres al unísono. Mi padre me da una mirada que dice claramente "tenemos que hablar". Yo sonrío. Mi plan ha salido a la perfección. Ya no le queda otra opción que incluirme en el negocio o por lo menos contarme. Es hora de empezar a descifrar la verdad en este laberinto de espejos.