Capítulo 16: Desafío a la Jaula Dorada

1726 Words
—Entonces, ¿quién es ese tal Daniel que mencionaste ayer? —Valentina me miró con curiosidad, llevándose un bocado de comida a la boca. El olor del café recién hecho llenaba la cocina. La luz de la mañana que entraba por el ventanal hacía que el mármol brillara, pero nada de esa normalidad se sentía real. —¿Es necesario que responda eso? —dije, apartando un rizo de mi cara con una sonrisa juguetona. Mi hermana negó con la cabeza, pero sus ojos me decían que esperaba una respuesta. —No es necesario, pero sí me gustaría saber qué tiene de especial para que no le tengas miedo a su toque después de todo lo que te pasó. Solté un suspiro. Era la pregunta que me había hecho a mí misma una y otra vez. —La verdad, ni yo misma entiendo qué me pasa con Daniel. Es como si tuviera un extraño poder sobre mí, es como si me dopara. Con él me siento... a salvo. Ella soltó un suspiro, un sonido de comprensión profunda. —Si de algo estoy segura, es que no lo vas a descubrir estando alejada de él. —Lo sé, hermana, pero ¿cómo hago? —Mis hombros se tensaron—. Nuestros padres me han prohibido acercarme para no ponerlo en riesgo. Todavía no entiendo nada de esto, es muy confuso. —Ali, sé que es confuso para ti. Y quisiera poder explicarte, de verdad, pero hay cosas que ni yo entiendo aún en esta familia. Ambas nos miramos, una conexión silenciosa y cómplice entre nosotras. Terminamos de desayunar en silencio y nos levantamos de la mesa con la intención de salir de la casa. El aire de la mañana era fresco y prometedor. —¿A dónde creen que van? —La voz de mi padre nos detuvo en seco. Estaba parado en la escalera principal, su figura imponente y su rostro sin expresión. Valentina se puso tensa a mi lado, pero le mantuvo la mirada. Un leve temblor en su mano, que solo yo pude notar, me dijo que el nerviosismo era real. —Vamos al psicólogo. ¿Cuál es el problema? El ambiente se volvió denso. Mi padre apretó la mandíbula, un músculo en su mejilla se crispó antes de soltar un gruñido bajo. —Valentina, tú sabes que no pueden salir de aquí. —Tú sabes que sí podemos, que tú no quieras es otra cosa —siseó Valentina, su voz era un hilo de acero. Yo solo estaba allí de pie, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, atónita ante la confrontación. —Sabes perfectamente que ella no puede salir de aquí. ¿Acaso la quieres poner en peligro? —alzó la voz mi padre, su furia era palpable. —¡Oh, Isidro, te excediste! Tú sabes que nadie más que yo va a hacer lo que sea necesario para que ella esté bien. —No, yo solo sé que tú eres una maldita inmadura que jamás se sabe comportar y solo nos pone en peligro. —¿Disculpa? ¿La inmadura soy yo? Creo que te confundiste de persona, porque el que pone en riesgo a toda la familia eres tú, Isidro. Valentina estaba furiosa. Sus ojos, idénticos a los míos, miraban a nuestro padre con una intensidad que casi lo derretía. Tenía los brazos cruzados en su pecho, mientras él tenía todo el cuerpo tenso, los puños apretados a cada lado de su cuerpo. —Valentina, no pienso seguir discutiendo contigo, pero ya te dije que Alaia no va a salir de aquí, mucho menos contigo. La puedes poner en peligro. —Tú sabes que nadie más que yo la quiere proteger, entonces cállate y deja de estar prohibiendo cosas. —¿Y por qué no podría salir de aquí con mi hermana? —exclamé, ya harta de ser la espectadora de este drama. Mi voz estaba cargada de un enojo que me quemaba por dentro—. Soy una adulta, Isidro, y estoy en mis facultades para decidir qué hacer o no con mi vida. —Les dije que no van a ninguna parte, ¡maldita sea!, y se acabó la discusión. Di unos pasos al frente antes de tocarle el pecho con uno de mis dedos. Sentí la dureza de sus músculos tensos bajo la tela de su camisa. —¡Oh no, señor Isidro! Tú a mí no me vas a tener encerrada aquí. Yo voy a hacer lo que se me dé la gana, porque tú no tienes ningún derecho de darme órdenes. Para mí eres un completo desconocido que me secuestró, ¿entiendes eso? —¡Alaia! —siseó con los dientes apretados. Su rostro se descompuso en una máscara de ira y frustración. —¡Alaia nada! Puedes ir a mandar a tus jalabolas, pero a mí no. Tú no tienes poder en mí. Lastimosamente para ti me encontraste ahora que no soy una niña a la que puedes manipular a tu antojo. Me di la vuelta, dándole la espalda a mi padre. Quedé de frente mirando a Valentina. Ella me regaló una sonrisa de triunfo sutil, sus ojos se burlaban de nuestro padre. Era un momento de complicidad silenciosa. —Vamos, Ali, tenemos una cita con el doctor —dijo con suavidad. Giré solo un poco la cabeza para verlo. —Y ni se te ocurra mandar a alguien para que nos siga, porque esta vez los disparos no van a ir a las piernas —Mi voz sonó seria, una advertencia clara. Miré nuevamente al frente antes de empezar a caminar. —Valentina, cuidado con lo que dices y haces, porque si no... —Mi padre siseó esa advertencia. Vi cómo el rostro de Valentina se endureció, un brillo de desafío en sus ojos. No respondió nada y siguió caminando conmigo hacia el que supuse era su carro. Ella le quitó el seguro a las puertas con el control de las llaves. El click resonó en el silencio. Una vez que ambas estuvimos cómodas en el carro, arrancó en una dirección que no reconocía. Vi cómo soltó un suspiro de alivio, la tensión en sus hombros finalmente cediendo. Yo estaba igual de tensa, pero aún así, tenía muchas dudas en mi cabeza. —Vale, ¿por qué Isidro se puso así? No entiendo por qué no nos quería dejar salir, o por lo menos no completamente. —Está obsesionado, siempre quiere tener el control de absolutamente todo. Súmale a eso que vive con un miedo constante de que alguien nos sigue o nos quiere hacer daño —susurró, con la mirada fija en la carretera, sin girar a verme. Yo arrugué un poco la frente. —¿Y por qué deberían de querer hacernos daño? ¿Él ha hecho algo para vivir con ese miedo? —Solo es paranoico —susurró, evadiendo mi pregunta. Su evasión era un muro, uno que yo no estaba lista para derribar. —Y ¿por qué te advirtió así? ¿Por qué no quería que saliéramos juntas? Es como si tuviera miedo de que tú dijeras o hicieras algo que no deberías hacer, porque eso fue lo que dejó en claro con esa advertencia final. —No lo sé, Alaia. Papá siempre ha sido así, loco, impredecible y paranoico. No sé si es que simplemente no quiere que te cuente cosas de mi niñez o cosas así —dijo, la evasiva en su voz era clara. Yo la miré sin creer del todo en su explicación. Solo hice un pequeño sonido para que entendiera que allí ya había terminado la conversación. Quería seguir preguntando, pero era obvio que Valentina no quería responder. Luego de un rato, llegamos a una clínica privada. El edificio era de cristal y acero, con un ambiente de lujo y discreción. Al entrar, el olor a desinfectante se mezclaba con un perfume floral. Una secretaria nos recibió, saludó a mi hermana y luego nos dejó pasar al consultorio. Allí estaba una mujer alta de pelo n***o y ojos cafés. Saludó a mi hermana con cariño y luego me miró a mí directamente. —Definitivamente son idénticas, son muy pocas las cosas en las que se diferencian —dijo, ambas sonreímos al escucharla. —Las dejo solas, Karla, por favor, te la encargo —dijo Valentina con voz suave. Se giró hacia mí con una mirada que transmitía paz, me dio una leve sonrisa antes de hablarme en un susurro—. Todo estará bien, ¿sí? Te lo prometo. Te estaré esperando afuera. Yo asentí levemente con una sonrisa. Mi hermana me dio un leve abrazo antes de salir. —Me presento, soy la doctora Karla Martínez, licenciada en psicología. Disculpa mis malos modales por no haberme presentado antes. Yo di una pequeña sonrisa. —No se preocupe, el gusto es mío. Soy Alaia Valera —dije el apellido con un sabor metálico en la boca, una amargura que me hizo darme cuenta de que era la primera vez que lo usaba. —Bien, Alaia, comenzaremos esto, pero antes quiero que sepas que absolutamente nada de lo que se hable en esta sala saldrá de esta. Nuestra conversación quedará solo entre tú y yo. Luego de eso, empezamos a hablar. Ella sentada en su escritorio y yo sentada al frente de ella. Empezamos primeramente haciendo un recuento de absolutamente todo lo que me había pasado. Terminamos la sesión, quedando de acuerdo en que íbamos a ir tratando cada trauma de forma individual. Luego, que se hubiera resuelto, pasaríamos al siguiente, y así hasta que yo estuviera perfectamente bien. Hablar con la doctora me quitó un peso de encima. Me programó la siguiente cita para la siguiente semana. Salí del consultorio y me conseguí con Valentina. Esta se puso de pie de inmediato y se acercó a mí para examinarme con su mirada. —¿Todo en orden? —preguntó con suavidad. Yo solo asentí. Ambas salimos de allí y nos dirigimos al carro para marcharnos. Seguía sin poder sacarme la conversación que tuvimos con nuestro padre antes de salir, esa advertencia, el misterio de la empresa familiar, todo se me estaba acumulando. Al parecer, esta familia estaba llena de secretos y misterios, y yo no iba a parar hasta descubrir la verdad, sin importar el peligro que eso pudiera significar.
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