Dos semanas después
Los días en la mansión se habían vuelto un ballet extraño de lujos y secretos. Aunque la confrontación con Isidro me había dado un respiro, la tensión seguía en el aire. La única persona con la que me sentía realmente a gusto era Valentina. Estábamos sentadas en el salón, bebiendo té mientras la lluvia caía suavemente sobre los ventanales. La paz de ese momento me hizo bajar un poco la guardia.
—Vale, ¿cuántos años tienes? —pregunté, sintiendo que era una pregunta normal para un par de hermanas.
Ella sonrió, un gesto que iluminó su rostro.
—Treinta y cinco. Me ves bien, ¿verdad?
—Te ves de mi edad, de verdad —admití, genuinamente asombrada—. Pero, entonces... ¿tienes pareja? ¿O hijos?
La pregunta era inocente, pero la sonrisa en el rostro de Valentina se desvaneció de inmediato. La taza de té que sostenía tembló ligeramente, y el líquido casi se desborda en el plato. Pude ver el cambio, un velo de nerviosismo cubriendo sus ojos.
—Yo... no —respondió, su voz apenas un susurro. La incomodidad era palpable.
—Pero, ¿por qué? —pregunté, sin pensar en las implicaciones de mi insistencia.
Valentina se levantó de golpe, la silla raspando contra el suelo. Puso la taza con un golpe seco en la mesa y se pasó una mano por el cabello. Sus ojos me esquivaban.
—No es algo de lo que quiera hablar, Alaia. ¿Sabes qué? Creo que necesito salir a tomar aire. Te veo luego, ¿sí?
Y sin esperar una respuesta, salió de la habitación con una prisa que no pude entender. Me quedé allí, confundida y con un nudo en el estómago. La evasión de Valentina sembró en mí una nueva duda, una tan grande que la anterior conversación con el psicólogo me pareció insignificante. Si éramos idénticas, ¿por qué su vida era tan diferente? ¿Qué secreto había detrás de esa pregunta? ¿Acaso no podía tener hijos, o se le había prohibido tenerlos?
Harta de la incertidumbre, decidí que no me quedaría quieta. Con la mansión en silencio, me levanté y empecé a recorrerla, esta vez con una intención diferente. No era un simple paseo, sino una inspección. Caminaba por los pasillos poniendo más atención a los detalles, a los cuadros en las paredes, a las puertas cerradas y a los sonidos lejanos. Me sentía una intrusa en mi propio hogar.
Pasé por el frente de las oficinas principales de la casa. Las puertas estaban cerradas. Decidí seguir mi camino hacia el ala oeste de la mansión, que no había explorado todavía. Fue entonces cuando escuché el murmullo de unas voces provenientes de otra oficina. La puerta, por suerte, estaba entreabierta. Mi corazón se aceleró, y me pegué a la pared, con la respiración contenida, para escuchar.
Eran las voces de mis padres.
—El cargamento debe ser trasladado esta noche —dijo la voz fría de Isidro—. Los clientes difíciles de la zona este no esperarán más.
—Pero, Isidro, sabes lo que eso implica —respondió mi madre, su voz llena de preocupación—. Si alguien se interpone en el camino...
—A la mala yerba se la corta de raíz, Mariela. Los problemas se eliminan antes de que crezcan.
El terror se apoderó de mí. Un frío gélido me subió por la espalda. El misterio que había estado persiguiendo se desvaneció para dar paso a una verdad cruda y aterradora. El negocio de mis padres al parecer no era un negocio normal. "Cortar la mala yerba" no era una metáfora; era una amenaza de muerte, una sentencia.
Me alejé de la puerta sin hacer el menor ruido, mis pies descalzos sobre el frío mármol. El estómago se me revolvió. Intenté mantener la compostura, como si no hubiera escuchado nada, como si solo fuera una joven explorando su casa. Fingí que seguía mi camino, pero mis ojos buscaban cualquier mínima pista.
Algo estaba pasando aquí. Todo en esta familia son misterios; misterios que yo de alguna manera tengo que averiguar. Esto no se va a quedar así. Necesito ser más inteligente, más detallista si quiero averiguar qué está pasando realmente en este lugar, con esta familia.
Llegué a una de las puertas traseras de la mansión. Sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Alguien me estaba siguiendo. Sentí una presencia detrás de mí, la respiración pesada de alguien que caminaba con pasos silenciosos. Entré en pánico, pero no me detuve. Disimulé y seguí mi camino, fingiendo dirigirme al jardín.
Salí al patio trasero. La figura me siguió. Me giré para ver quién era, y me encontré con uno de los guardias, el mismo que había visto el día de mi llegada. Era un hombre alto, con una mirada intensa y penetrante. La forma en que me miró me hizo sentir una mezcla de incomodidad y temor. Su mirada era insinuante y provocadora, pero a la vez tenía una mezcla extraña de deseo y respeto. Era como si me viera no solo como una mujer, sino como un objeto de poder prohibido.
Sentí que mi piel se erizaba. En este lugar, no solo era una prisionera de mis padres, sino que también era un objetivo para aquellos que trabajaban para ellos. Y me di cuenta de que mi vida, por muy lujosa que fuera, estaba en un peligro constante.
—¿Señorita, necesita algo? —preguntó, su voz profunda.
Lo miré de arriba abajo, forzando una pequeña sonrisa para controlarme. No podía notar que estaba mal. En este momento, necesitaba ser Luna, no Alaia. Levanté una de mis cejas con suavidad, solo un poco para darle ese toque de misterio y provocación que sabía que controlaba a los hombres.
—No, solo estaba adaptándome a mi hogar —mi voz salió calmada. Al terminar la frase, me humedecí los labios. Vi cómo este hombre tragó en seco, su mirada oscureciéndose.
—Bien, cualquier cosa que necesite, estoy a su orden.
Sonreí levemente.
—Lo tomaré en cuenta —susurré, antes de darme la vuelta y seguir mi camino hacia el patio. Caminé con sensualidad, sabiendo que me estaba mirando. Jamás dejaría que un hombre tomara el control sobre la situación. Solté un pequeño suspiro antes de continuar observando todo. Mi mirada recorrió todo el jardín, y en ese momento me di cuenta de que toda el área estaba llena de hombres, ocultos con armas. A simple vista no los podrías notar. Definitivamente, algo no estaba bien.
Me senté en el columpio que estaba en el área de la piscina y solté otro suspiro. Primero me secuestran. Luego, el examen de ADN; mi padre todavía me debe el resto de las pruebas. Definitivamente, tengo que pedírselas. Luego viene el misterio de la empresa, el porqué mi padre no me quería dejar salir con Valentina, su amenaza directa hacia ella sobre lo que me podía decir o lo que podía hacer. Ahora, la evasiva de Valentina sobre si tenía hijos o familia, esa conversación entre mis padres, el guardia que me siguió, y el resto de los hombres que rodean toda la propiedad, armados hasta los dientes... definitivamente, esto no es normal. Y pase lo que pase, necesito averiguar qué está pasando. Por otro lado, Daniel... nunca me dio su número. No tengo manera de saber de él.
Suspiré, tratando de disimular el remolino de pensamientos que me estaban golpeando. Justo en ese momento mi madre se acercó a mí. No noté en qué momento llegó al patio, pero allí estaba.
—¿Me puedo sentar contigo? —casi susurró con una leve sonrisa.
—Claro, mamá.
—¿Cómo te has sentido en estos días?
—Bien. Todo es un poco extraño, porque todo pasó de la nada, pero me estoy adaptando —mi voz salió baja y dulce. Di una pequeña sonrisa, mientras mi cabeza me gritaba que era una mentirosa.
—Te entiendo, mi niña. Sé que todo esto es nuevo para ti.
—Sí. Oye, mamá, ¿te puedo preguntar algo?
—Lo que quieras, princesa. Dime qué sucede.
—¿Tú trabajas en la empresa familiar?
—No, hija. Yo soy contadora, trabajo con el gobierno. A veces sí ayudo a tu padre con esos temas, pero no es siempre.
Por lo menos me respondió algo, ahora la duda es saber si me dice la verdad.
—Entiendo. Gracias por responder, mamá —di una pequeña sonrisa, antes de darle un leve abrazo—. Sí me gustaría saber más de la empresa, trabajar con ustedes, como una familia unida.
Vi cómo sonrió, pero en sus ojos había un brillo de resignación.
—Sí pasará, hija. Solo espera, sé paciente. En su momento conocerás todo lo que debas conocer.