El golpe en la puerta de mi suite me arranca del sueño. La luz que se cuela por las cortinas es apenas un hilo gris que se filtra en la habitación. Apenas son las cinco de la mañana. Me levanto de la cama, la seda de las sábanas se desliza por mi piel desnuda, y me envuelvo en una bata de baño que apenas cubre lo suficiente. El frío del suelo de mármol me despierta por completo.
Abro la puerta. Matías está parado en el pasillo, con el pelo un poco revuelto y el mismo traje impecable que llevaba ayer. Sus ojos se abren levemente al verme. O mejor dicho, al ver la escasa tela que me cubre. La bata se abre un poco más de lo que debería, un movimiento intencional. Siento su mirada recorrer mi cuerpo, deteniéndose en el muslo que se asoma y en el escote que no deja nada a la imaginación. La tensión en él es casi un olor, un perfume amargo que me encanta.
— Vaya, madrugaste —suelto con una sonrisa perezosa, mi voz todavía con el ronroneo del sueño—. ¿Ya extrañabas mi compañía?
Sus ojos se levantan a los míos. El deseo lucha contra el nerviosismo en su mirada. Traga saliva, su garganta se mueve.
— Traje lo que me pidió —dice, su voz más baja de lo normal. Extiende una tablet.
Me quedo quieta, saboreando el momento. — Matías, te dije que me llamaras Alaia —sentencio, mi voz con un toque de advertencia que lo hace estremecer—. La formalidad se queda en casa de mi padre. Aquí, la única regla es que yo gano, y tú obedeces.
Él baja la mirada, un leve rubor sube por su cuello. — Lo siento… Alaia.
— Mucho mejor —tomo la tablet, mis dedos rozan los suyos por un instante. Una chispa. Un recordatorio tácito de que este juego es físico también. Sigo mirándolo a los ojos, con una sonrisa de depredadora—. Pasa, no te quedes en el umbral. A menos que quieras que te eche al pasillo.
Él entra en la suite. Yo cierro la puerta detrás de él y me muevo hacia el sofá, dejándome caer en él con una sensualidad calculada. La bata de baño se abre en mis piernas, sin que yo me moleste en cerrarla.
Siento su mirada quemando mi piel. Sonrío con picardía, mis ojos fijos en los suyos. Muerdo levemente mi labio. — ¿Te gusta lo que ves? —Él traga en seco, negando con la cabeza. Su nerviosismo me resulta delicioso—. No niegues lo evidente, Matías. Ahora dime, ¿quieres repetir el beso de la otra vez? ¿O le tienes miedo al éxito?
— Esto no es adecuado, su padre me va a matar si se entera —suelta, temblando.
— Olvídate de mi padre, Matías. Si tú no le dices y yo no le digo, no tiene por qué enterarse. Además, aquí tu jefa soy yo, no él. Teme a mí que estoy presente.
— No me invite a jugar con fuego, Alaia, porque no me quiero quemar —dice, acercándose a mí, sus ojos fijos en mi cuerpo.
— Claro que te quieres quemar, morenito, y yo te permito que te quemes conmigo —susurro, mi voz ronca y cargada de una invitación que no lo hace dudar más.
— ¡Al carajo todo! —gruñe con la voz ronca y se abalanza a besarme. Cierro los ojos, controlando mi cuerpo. "Es Daniel", me repito mentalmente para controlar el asco que me está causando esto. Necesito superar este maldito trauma.
En un movimiento rápido, termino yo sentada sobre él, besándolo con una mezcla de sensualidad y poder. Mi mente me grita que es Daniel, y mi cuerpo reacciona pensando en él, en que son sus manos las que me tocan, que es su cuerpo el que se fusiona con el mío, que es su voz la que gruñe mi nombre mientras él tiembla bajo mi cuerpo.
Una vez terminamos, quedo sentada aún sobre Matías con una sonrisa pícara. Él me ve con esa mezcla de deseo y devoción que me hace sentir poderosa.
— Ya entendí por qué todos se obsesionan contigo, eres una delicia enigmática —susurra, recuperando el aliento.
Sonrío levemente, estirándome un poco hacia atrás para alcanzar la tablet de la mesita. — Me imagino que te gustó —digo, fijando la vista en la información.
— Y me encantaría repetir, si es posible.
— Así será, tranquilo. Ahora vamos con los negocios. ¿Algo de interés?
— Brando Juárez, 20 años. Su reputación es impecable, pero su historial de negocios lo condena. Es el encargado de surtir a México, nadie sabe cómo consiguió ese cargo tan importante. No tiene socios fijos, solo aliados temporales. Se sabe que tiene un gran aprecio por los niños en orfanatos… y una predilección por el arte. Hoy estará en una subasta exclusiva en la Galería Montecristo.
Sonrío. Es perfecto. Los hombres como él son como los lobos solitarios, peligrosos por sí solos, pero fáciles de cazar si sabes dónde morder. Mi dedo se desliza por la pantalla, leyendo más detalles.
— Bien —me levanto. Matías se queda quieto, observándome—. El plan está en marcha. Primero, necesitamos ropa. Vístete de forma casual y espérame en el vestíbulo en una hora. Y por favor, déjame escoger tu ropa. Necesitas lucir como mi socio, no como mi guardaespaldas.
Matías asiente sin objeción. Yo me meto en el baño, dejándolo solo.
***
Una hora después, lo encuentro en el vestíbulo, rígido en su traje de la noche anterior. Sonrío y me acerco. Mis manos se deslizan por la tela de su camisa.
— ¿Estás listo para ir de compras, Matías?
Su mirada es de sorpresa cuando me ve. Me he puesto unos pantalones de cuero que resaltan mis caderas, una blusa de seda que marca mi cintura y unas botas altas. Mi pelo cae sobre mis hombros, y mis ojos brillan con una picardía innegable. La ropa es un arma, un recordatorio de que soy yo quien domina.
La tarde se nos va en las tiendas de la zona de Polanco. Elijo para él un traje de color gris plomo que resalta sus ojos y una camisa de un azul noche. Le ordeno que se la pruebe. Cuando sale del vestidor, se ve increíble. La formalidad de su traje contrasta con su cuerpo fuerte, creando un aire de misterio.
— Te lo dije —le sonrío, pasándole la mano por la solapa. Su cuerpo se tensa bajo mi toque—. Luces bien.
Para mí, elijo un vestido de satén de seda, de un verde esmeralda intenso. El color es un golpe visual, un grito de vida que contrasta de forma espectacular con mi pelo rojo fuego y mis ojos miel. El corte es simple, pero se ajusta a mi cuerpo como una segunda piel. Es elegante, sofisticado y, sobre todo, no es revelador. La verdadera seducción no está en mostrar, sino en el misterio.
Cuando llegamos a la Galería Montecristo esa noche, la música clásica se mezcla con el murmullo de voces. Es un mundo de ricos y poderosos, de cuadros y secretos. Me siento en mi elemento. Brando Juárez está cerca de la tarima, donde se subastan obras de arte. Matías se posiciona discretamente a mi lado, pareciendo mi socio en lugar de mi sombra.
Lo veo. Es un hombre de porte fuerte, con la confianza que da el dinero y el poder. Su rostro es inexpresivo, pero sus ojos son los de un cazador. La subasta empieza. Brando puja por un cuadro de un artista contemporáneo. Yo lo observo, esperando mi momento.
— La obra es un Van Gogh —susurro a Matías, sin dejar de mirar el cuadro—. Es una copia, pero muy buena.
Él se sorprende. —¿Cómo lo sabe?
— Un instinto —sonrío y me acomodo en mi asiento. Un instinto que me dice que Brando quiere esa pintura.
Cuando la puja llega a un precio elevado, pero no excesivo, levanto mi mano.
— Mil dólares más —digo con voz clara.
Brando se gira. Sus ojos me encuentran por primera vez. Me mira con una mezcla de sorpresa e irritación. Pero no se detiene a mirarme por mucho tiempo. Sigue la subasta, subiendo la oferta sin siquiera dudarlo. Él no va a permitir que una extraña le arrebate lo que quiere. Sonrío por dentro. La primera parte del plan ha funcionado.
Después de la subasta, Matías y yo recorremos la galería, admirando los cuadros. Él camina a mi lado, un paso detrás de mí. Mi mano roza su espalda, un toque fugaz. Matías se tensa. Mi control sobre él es absoluto.
Mientras miramos un cuadro de un paisaje mexicano, siento una presencia. Es él. Brando Juárez se está cruzando en nuestro camino. Me mantengo inmóvil, con la mirada fija en la obra. Pasa a mi lado, tan cerca que su brazo roza el mío. Siento el calor de su cuerpo. El leve roce de su piel es una chispa. Matías se congela.
Mi perfume es una nube que lo envuelve. No lo miro. Me quedo quieta, hipnotizada por la pintura. Brando se detiene a unos metros. Se gira, sus ojos fijos en mí. Yo sigo sin darle ni una sola mirada. Sigo en mi mundo, inalcanzable.
La conversación de una pareja que pasa a nuestro lado rompe el momento. Brando sigue su camino, pero sé que su mente está en otro lugar. No se puede deshacer de la imagen de la mujer de pelo rojo y ojos miel que se cruzó en su camino. Yo no lo busqué. Él me encontró. Y a partir de ahora, no podrá dejar de buscarme.
Cuando salimos de la galería, Matías me mira, confundido. —¿Eso fue todo?
Sonrío. Una sonrisa de triunfo. Me acerco, mi aliento cálido contra su oído. — Eso fue solo el primer acto, Matías. La función acaba de empezar.
Estoy en el auto, volviendo al hotel. Las luces de la ciudad brillan como estrellas en el asfalto. El plan está en marcha. Que pague mi pasado. Que pague mi presente. Y que se prepare para el futuro.