Mi mano temblaba ligeramente al girar el pomo de la puerta de la oficina de mi padre. El corazón me martilleaba en el pecho con una fuerza inusitada, como si tratara de advertirme del peligro que estaba a punto de enfrentar. La adrenalina de la conversación con Matías aún corría por mis venas, pero ahora se mezclaba con una mezcla tóxica de miedo y excitación. Había cruzado una línea de la que no habría vuelta atrás, y el único camino posible era hacia adelante, hacia la verdad.
Entré en el despacho con una precaución que no tenía en la calle. El aire de la oficina era denso, pesado, con el olor a cuero viejo, maderas finas y un sutil perfume a tabaco. Mis ojos se dirigieron inmediatamente a la imponente caja fuerte empotrada en la pared, un monolito de acero que guardaba los secretos más oscuros de mi familia. Cerré la puerta tras de mí con el sigilo de un fantasma y me dirigí hacia ella.
Los números que había memorizado de forma subconsciente danzaban en mi mente: 14-06-19-94. La fecha en la que, según los papeles, fui declarada muerta. No era solo una clave; era un recordatorio constante de mi pasado robado. Mis dedos se movieron sobre el teclado con una frialdad y una precisión que no sabía que tenía, como si fuera una bailarina de ballet, cada movimiento calculado. Con un clic metálico, la puerta se abrió. La luz del pasillo no llegaba hasta allí, así que saqué mi teléfono y encendí la linterna.
Mis ojos recorrieron el interior. Esperaba encontrar armas, dinero, quizás documentos incriminatorios, pero lo que vi me dejó perpleja. Había un compartimento lleno de carpetas, organizadas y etiquetadas con una meticulosidad casi obsesiva. Mis dedos, temblorosos, tomaron una de ellas; el título era "Exportaciones Valera S.A.". La abrí y empecé a leer. Los documentos hablaban de la exportación e importación de todo tipo de artículos: comida, electrodomésticos, artículos de belleza. En la superficie, todo parecía legítimo, pero mi instinto, esa voz interior que había aprendido a escuchar, me decía que algo estaba mal. Era como un grito mudo en mi cabeza.
Comencé a tomar fotos de todos los documentos, uno por uno. Cada clic de la cámara era un eco en el silencio de la oficina, un sonido que me hacía sentir como si estuviera a punto de ser descubierta. La luz de mi teléfono iluminaba las palabras, los números, los sellos, y mi mente trabajaba a una velocidad frenética, tratando de conectar los puntos. El misterio de mis padres sobre el "negocio familiar" de repente adquirió un nuevo matiz. ¿Eran traficantes de algo más que no estaba en estos papeles? ¿Eran estos documentos una fachada para un negocio más oscuro?
En ese momento, mis oídos se agudizaron. Un ruido lejano en el pasillo me puso en alerta máxima. Apagué la linterna de mi teléfono; el mundo se sumió en la oscuridad total. Mi corazón se disparó, golpeando mis costillas con una fuerza que me dejó sin aliento. Cerré la caja fuerte con la misma precisión que la había abierto; el clic final se sintió como el eco de una bala. Corrí al rincón de la oficina, donde, con la tenue luz que entraba por la ventana, pude ver un imponente estante de vinos y licores. En la parte de abajo, había un pequeño espacio para colgar abrigos. No era el lugar ideal para esconderse, pero era lo único que había. Me metí en él, encogí mis rodillas contra mi pecho y me quedé inmóvil, escondida detrás de unos abrigos de piel que parecían costosos.
Escuché la puerta de la oficina abrirse. Mi respiración se contuvo.
—¿Para qué me llamaba, señor? —preguntó la voz de Matías, su tono era respetuoso, pero había una tensión palpable en él.
—Entra, Matías, y cierra la puerta —respondió Isidro, su voz era un eco distante, pero lo suficientemente claro como para que yo pudiera escucharlo—. Tengo algo muy importante que hablar contigo.
El sonido de la puerta cerrándose fue un golpe sordo que me hizo estremecerme. Pude sentir la tensión en el aire de la oficina, una cuerda que se tensaba con cada palabra que se decía. Mi corazón, que ya latía con fuerza, ahora lo hacía a una velocidad que amenazaba con reventar mis costillas. Me quedé inmóvil, mi cuerpo se fusionó con la oscuridad.
—Matías... ¿Y el beso? ¿Se puede saber qué fue eso? —preguntó Isidro, su voz no era de enojo, sino de una curiosidad fría y calculadora.
Pude sentir el silencio de Matías. Pude escuchar el tintineo del cristal en la mesa, el sonido de los pasos de Matías. Me preguntaba qué le diría.
—Señor, no sé. Ella solo... me besó —dijo Matías, su voz era más baja, más débil, como si estuviera herido.
Pude escuchar el sonido de mi padre riéndose, una risa fría, calculada.
—La condenada está cumpliendo lo que me dijo. Es muy peligrosa y, por lo que veo, puede ayudarnos de algo en el negocio —dijo Isidro, y pude sentir su orgullo en cada palabra.
—Así tal cual como hace la señorita Valentina —dijo Matías, su voz era más firme, como si estuviera tratando de recuperar el control.
—Y hasta mejor. Esta niña tiene un carácter más fuerte que el de Valentina, más decidida. Y por haber trabajado en el club, también sabe cómo seducir a los hombres. Es un punto a nuestro favor mientras no meta la pata y no haga algo que la ponga en riesgo a ella o a nuestro negocio. Hay que dejarla que se divierta —respondió mi padre, y en ese momento, me di cuenta de que no estaba enojado, sino que me estaba poniendo a prueba.
¿Ayudarlos en algo del negocio?, pero ¿en qué? Mientras más buscaba, más me confundía.
—Ahora, a lo que viniste. ¿Está la mansión lista para recibir al señor Márquez? No sé si vendrá él o si va a mandar a su hijo, pero de igual forma sabes todo el protocolo que hay que seguir —dijo Isidro, su voz era más seria, más grave.
—Sí, señor. La seguridad en la mansión se va a incrementar más de lo que ya ha estado en estos días. Todo va a estar bajo control —dijo Matías, su voz era un eco de su lealtad a mi padre.
—Tenemos que tener mucho cuidado con el siguiente paso que vamos a dar. Tenemos de hoy a unas dos o tres semanas para que cualquiera de los dos venga; tendremos que ver la manera de que Alaia se aleje y no sospeche nada, o que por el contrario, nos ayude a conseguir lo que necesitamos. Ahora ve y búscame la botella. Hoy quiero tomar vodka —dijo mi padre, con una voz que era una mezcla de advertencia y orden.
Pude escuchar los pasos de Matías acercándose. Mis músculos se tensaron; mi corazón latía con una fuerza que amenazaba con reventar mis costillas. Sabía que él se dirigía al estante de licores, al lugar exacto donde yo estaba escondida. Me recosté contra la pared de madera en la parte de atrás del clóset, esperando ser encontrada. Esperando que el mundo se detuviera. Pero no se detuvo.
La pared de madera cedió de repente bajo mi peso. Una puerta secreta, oculta a plena vista, se abrió sin un sonido. Caí hacia atrás en la oscuridad total. Con la misma rapidez con la que caí, la puerta de madera se cerró, justo cuando escuché que Matías abría la puerta del clóset. Estaba a salvo, por un momento. Pero ahora me encontraba en lo que parecía ser un pequeño túnel oculto en las paredes, un pasadizo secreto que revelaba una nueva capa de misterio en la mansión.
El golpe sordo de la puerta del armario al cerrarse detrás de mí fue mi último contacto con la realidad que conocía. Un eco lejano de la voz de Matías y el silencio que siguió me dijeron que había logrado escapar por un pelo. Mi cuerpo, adolorido por la caída, se encontraba en una oscuridad casi total, apenas rota por la tenue luz que se filtraba a través de rendijas estratégicamente dispuestas. El aire aquí era sorprendentemente limpio, con un ligero olor a papel y madera pulida. Me levanté con cuidado, tanteando las paredes con mis manos. Eran de bloques de cemento, lisas y pintadas de un color neutro y discreto. El suelo era de mármol reluciente, igual que el resto de la mansión, sin rastro de polvo.
Encendí la linterna de mi teléfono, ajustando el brillo al mínimo. La tenue luz reveló un pasillo estrecho, de apenas un metro de ancho, que se extendía en ambas direcciones. Las paredes, impecablemente pintadas, mostraban un trabajo de mantenimiento constante. A intervalos regulares, pequeñas rendijas, casi imperceptibles a simple vista, daban a lo que parecían ser otras habitaciones, permitiéndome escuchar fragmentos de sonidos lejanos. El techo tenía un sistema de iluminación discreto, con luces empotradas que emitían una luz suave y uniforme, iluminando el pasillo de forma tenue pero efectiva. A lo largo de las paredes, veía estanterías de madera oscura, perfectamente alineadas y construidas a medida, repletas de carpetas pulidas y pilas de papeles cuidadosamente ordenados. Parecía un archivo privado y bien mantenido, un depósito de información clasificada oculto entre los muros de mi hogar.
Me moví con cautela; el ligero eco de mis pasos en el mármol pulido resonaba en el silencio ordenado. El pasillo parecía recorrer toda la mansión. A medida que avanzaba, veía puertas de madera a ambos lados, de diferentes tamaños, pero de diseño elegante y uniforme, todas con herrajes de latón brillante. Me preguntaba qué secretos custodiarían tras sus pulidas superficies. No me atreví a abrirlas; el riesgo de ser descubierta era demasiado alto.
La pregunta ahora es: ¿cómo voy a salir de aquí? Este laberinto oculto no era un simple escondite, era la clave para desvelar la verdad detrás de la fachada de mi familia. Y yo estaba decidida a explorarlo hasta el último rincón.