Me acerco al ventanal y observo la ciudad, un entramado de luces y sombras que, en cierto modo, me recuerda al laberinto en el que me encuentro. Respiro hondo. Es hora de empezar.
Me siento frente a la laptop que mi padre mencionó. La enciendo y me sumerjo en la base de datos del departamento comercial. La interfaz es intuitiva, demasiado perfecta para un negocio tan oscuro. Comienzo a rastrear, buscando algo, cualquier cosa que no encaje, una anomalía que revele la verdadera naturaleza de este imperio. Horas pasan mientras mis ojos escanean informes, contratos y listados de envíos. Es tedioso, pero cada dato es una posible pieza del rompecabezas.
De repente, una carpeta digital llama mi atención: "Envío Carnes V.G. - Marzo 2017". Al abrirla, encuentro documentación de un cargamento masivo de carne. Los registros indican que el envío salió de la planta, pero no hay mención del lugar de destino final, ni confirmación de su llegada. Es un vacío, una incoherencia flagrante en un sistema que mi padre insiste en que es "perfecto".
Frunzo el ceño. Algo no cuadra. Abro una ventana del navegador, buscando información sobre "cargamento de carne extraviado 2017" en Venezuela. La búsqueda arroja resultados inquietantes. Para esa misma fecha, un importante cargamento de carne desapareció, y la noticia se atribuyó a la intervención de grupos criminales que lo robaron en medio de la crisis y la necesidad que azotaba al país. La prensa lo reportó como un acto de bandidaje, un síntoma más del caos. Pero para mí, es demasiado conveniente. La explicación oficial suena a encubrimiento. El extravío no fue accidental; alguien lo orquestó. Mi padre podría estar detrás de ello, utilizando la necesidad para mover sus propias piezas. Una llama de sospecha enciende mi mente.
Estoy a punto de profundizar mi investigación cuando el sonido del intercomunicador me saca de mis pensamientos. Miro el reloj. Mediodía. La reunión con los Márquez.
— Diga —digo, mi voz vuelve a ser firme.
— Luna, su padre la espera en la sala de reuniones. Los señores Márquez ya están con él.
— Perfecto —corto la llamada, guardando mis pensamientos y mi investigación. Esta es mi oportunidad de observar, de aprender de primera mano cómo opera mi padre y la extensión de su red.
Me dirijo a la sala de reuniones. Al entrar, el ambiente es formal, casi solemne. Mi padre y el señor Jonathan Márquez están sentados en una cabecera de la mesa, mientras Alejandro se encuentra a su lado, con una sonrisa que no llega a sus ojos. Me siento en la silla vacía que mi padre me indica, al lado de él. Las miradas de los Márquez se posan en mí, expectantes.
La conversación gira rápidamente hacia la sociedad. Hablan de porcentajes, de nuevos mercados, de cómo las redes de los Márquez en el extranjero se fusionarán con la capacidad de producción y distribución de la "Honey Red Corporation, V.G".
— La idea es expandirnos agresivamente —explica mi padre, con un brillo frío en sus ojos—, los señores Márquez se encargarán de la logística de exportación a ciertos territorios de Europa y Asia, donde su influencia es indiscutible. Nosotros, por nuestra parte, nos enfocaremos en consolidar y ampliar nuestra presencia en América.
— Exacto —interviene Jonathan Márquez, su voz resonando con autoridad—, pero también hay que considerar el ingreso a mercados más complejos, como el de Centroamérica y algunos países del Caribe. Es allí donde nuestra experiencia con clientes difíciles será invaluable, Isidro, clientes a los que tú no has podido llegar.
Una punzada de algo parecido al orgullo atraviesa a mi padre al escuchar esas palabras. Entiendo el subtexto: los Márquez son los que manejan los "problemas" que mi padre no puede (o no quiere) tocar. Es un negocio de alto riesgo, de alto poder.
Los documentos son presentados, una pila de contratos y acuerdos legales. La pluma de mi padre se desliza por el papel, seguida por la de Jonathan y luego, con una sonrisa aún forzada, la de Alejandro. La firma de los Márquez sella una alianza, un pacto que huele a poder y a secretos.
Mi padre me mira.
— Luna, este es el inicio de una nueva era para nuestra empresa. Tú eres parte fundamental de ello.
Asiento con una sonrisa que no me llega a los ojos. Este es el inicio. El laberinto se extiende ante mí, y cada paso que doy es para desentrañar sus misterios y, eventualmente, derribarlo. El cargamento de carne de 2017 es solo la primera hebra.
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Después de la reunión, la tarde transcurre rápidamente. La información sobre el cargamento de carne de 2017 sigue rondando mi mente, una pieza clave que siento que encaja en algo más grande. Necesito más tiempo para investigar, pero ahora tengo otras prioridades.
Decido enfocarme en mi viaje a México y en mi segunda misión: los aliados. Llamo a Sofía a mi oficina. Ella entra con su tablet en mano, luciendo un poco más cómoda que antes, lo cual tomo como una pequeña victoria.
— Luna, ¿necesitas algo? —pregunta con una voz más relajada.
— Sí, Sofía, quiero que me prepares una lista muy detallada de todos los empleados de la empresa. Incluye sus nombres completos, cargos, cuánto tiempo llevan trabajando aquí, sus edades, y cualquier otra nota relevante que puedas conseguir. Detalles personales, si es posible. Necesito conocerlos bien.
Sofía levanta la mirada, una chispa de sorpresa en sus ojos.
— ¿Notas personales, Luna? ¿Como qué?
— Como si tienen familia, cuáles son sus hobbies, qué les preocupa, quiénes son los más influyentes, quiénes son leales a mi padre... todo lo que creas que me pueda ayudar a entenderlos mejor. Quiero que sientan que me importan.
Ella asiente, un brillo de comprensión y quizás algo de intriga en su mirada. Puedo ver la balanza mental que está haciendo: ¿es una petición genuina o una estrategia? Por ahora, no importa, ella lo hará.
— Lo tendré listo para mañana a primera hora, Luna —dice, y me gusta cómo suelta mi nuevo nombre sin dudar ya.
— Excelente. Una cosa más, ¿cómo va la cena que te pedí?
Una sonrisa genuina se dibuja en su rostro.
— ¡Ah, sí! Ya está todo organizado. El **"Éclat Noir"** ha confirmado la reserva para esta noche. Todos los empleados han sido notificados y han confirmado su asistencia. La expectativa es alta, Luna.
— Perfecto, Sofía. Gracias por tu eficiencia. Puedes retirarte.
Ella sale y me dejo caer en mi silla, una sonrisa maquiavélica asoma por mis labios. El "Éclat Noir"... la Noche del Brillo. Qué irónico.
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La noche cae y me dirijo al Éclat Noir. El restaurante es la personificación del lujo discreto: luces tenues, mármol oscuro, mesas elegantemente dispuestas. Al entrar, el murmullo de las conversaciones se detiene. Cientos de ojos se clavan en mí. Reconozco algunos rostros de la reunión de la mañana, pero la mayoría son nuevos. Respiro hondo. Es mi momento.
Me dirijo al pequeño estrado que han preparado, con una copa de champán en la mano. La sonrisa de Luna Valera es encantadora, pero mis ojos guardan la frialdad de Alaia.
— Buenas noches a todos —mi voz resuena con una calidez que apenas esconde mi verdadera intención—. Gracias por venir. Para mí, es un honor y un placer enorme compartir esta noche con ustedes.
Un silencio expectante se cierne sobre el lugar.
— Sé que mi presentación esta mañana fue, digamos, inesperada —continúo, con una sonrisa ligera—. Para ser sincera, para mí también fue una sorpresa. Llegué aquí pensando que solo iba a conocer la empresa, y de repente, me encuentro con un cargo de Vicepresidenta y la noticia de que soy la heredera.
Un hombre de unos cincuenta años, de cabello canoso y traje impecable, alza la voz desde una de las mesas delanteras. —¿Entonces su padre no le dio ninguna explicación, señorita Valera? Es cierto que él no da explicaciones a nadie.
— Y tiene toda la razón, señor... —Hago una pausa, esperando su nombre.
— Morales —responde con un tono algo desafiante.
— Señor Morales. Mi padre no me dio explicaciones. Él es así. Pero yo sí creo que se las debo a ustedes. Entiendo que un cambio tan brusco, y mi llegada de la nada, puede generar confusión y hasta resentimiento. Entiendo que reaccionaran mal, es natural.
Una mujer joven, con una mirada de envidia apenas disimulada, pregunta desde el fondo. —¿Y qué espera de nosotros ahora? ¿Qué la aceptemos sin más?
— No espero nada que no me gane —respondo con sinceridad en mi voz, aunque en mi mente la palabra "ganar" tiene un matiz diferente—. No me creo superior a ninguno de ustedes solo porque sea la hija de Isidro. Soy una persona igual que todos ustedes. Quiero ganarme su respeto, no que sea algo que me deban por temor o porque ha sido impuesto por mi padre. Permítanme conocernos, y permítanse ustedes conocerme a mí.
Otro hombre, de aspecto más joven y quizás un poco más atrevido, levanta la mano. —¿Eso significa que podemos esperar una forma diferente de trabajar? ¿Menos... autoritaria?
Le sonrío, mi mirada fija en él, dejando que el mensaje implícito se cuele en mis palabras.
— Digamos que mi estilo es más... colaborativo. Me gusta escuchar, aprender de los mejores, y creo que aquí hay mucho talento que mi padre quizás no ha sabido apreciar del todo. Pero quiero aclarar una cosa importante. Por las buenas, soy muy, muy buena. Pero por las malas, hasta el diablo me tiene miedo.
Un silencio absoluto se instala en el Éclat Noir. Las sonrisas nerviosas desaparecen. Mis ojos recorren cada rostro, asegurándome de que el mensaje ha sido recibido con la claridad que merecía. La "amenaza" es tácita, pero su peso es palpable. Sofía, que está cerca de la tarima, se ha quedado pálida.
— Así que, espero que podamos trabajar juntos. Por el bien de la empresa y por el bien de todos nosotros. ¡Ahora, disfruten de la cena!
Levanto mi copa, y un murmullo de voces, esta vez más cautelosas, comienza a llenar la sala. El mensaje ha sido entregado. La red está empezando a tejerse, y yo, Luna Valera, acabo de lanzar mi primer anzuelo. La noche es joven, y el juego apenas comienza.