7. A solo...

1803 Words
Capítulo 7. A solo cuatro días de la boda. Desperté con los ojos ardiéndome y la garganta seca, como si hubiese llorado mientras dormía. No recordaba haberlo hecho. Aunque, con todo lo que me tragaba en silencio, no sería raro que hasta en sueños se me escaparan las lágrimas. El reloj marcaba las 7:41 a. m. y el calendario en mi celular decía lo que ya no podía evitar: Quedaban cuatro días para mi boda. Me quedé en la cama un rato más, inmóvil, con la mirada fija en el techo. Quería que el mundo se detuviera, que alguien apareciera y me dijera que todo era un mal sueño, que el hombre que amaba no se había acostado con mi hermana menor… Que yo no me había acostado con un desconocido en la habitación 666… Y que esa tiara de “novia” no había quedado como prueba de la noche más absurda de mi vida. Pero no. Nada desaparecía. El celular vibró. Otra vez Antonio. Otra vez mensajes dulces y falsos. Lo ignoré. Estaba cansada de sus “¿cómo amaneciste, amor?”, de sus “¿ensayamos los votos esta noche?” Sus manos seguían marcadas en la piel de mi hermana. Y aunque nadie dijera nada, yo sabía lo que vi. Nadie podía negarme lo que esa foto me gritaba. Nadie… ni siquiera él. Me senté al borde de la cama y solté un largo suspiro. Mis pies tocaron la alfombra. El suelo no temblaba, pero yo sí. Todo mi cuerpo era un nudo de tensión. Me levanté, recogí mi bata y caminé al baño. Necesitaba una ducha. No para estar limpia… Para sentir que todavía tenía el control de algo. Desayuné sola. Otra vez, todavía recuerdo cuando me levantaba temprano solo para llevarle algo delicioso a Antonio, para poder disfrutar de un desayuno lleno de amor... ¡Vaya mentira! El departamento estaba en silencio. Y en esa calma asfixiante, lo único que escuchaba eran los pasos de Estefanía dando vueltas en mi cabeza. La oía reír, mover el cabello como si nada hubiera pasado, sonreír con esa cara de niña buena que engañaba a todos. Se creía dueña del mundo. De mi mundo. Del vestido de madrina. Del lugar a mi lado. Del hombre que iba a ser mi esposo. Me tomé el café con amargura. Estaba más frío que mi ánimo. ** Necesito que vengas a casa Paulina ** Dos horas después recibo otro mensaje de Antonio, quería que fuera a su casa. La casa de sus padres, y la verdad después de conversar con Patricia y ver lo débil que era al aceptar que su hijo podía ser infiel, me siento asqueada, pero si quiero que nadie sospeche de lo que haré, debo ir. Al llegar la casa Bonetto estaba en completa ebullición, había decoradores por todo lados, planificadores de bodas que me miraban listos para abordarme, los encargados del catering parecían estar esperando de les diga cual fue el menú que escogí, pero la verdad, yo no tenía ganas de nada, no quería escoger nada. Patricia lo quería todo perfecto, como era su familia... claro, como se mostraban ante el mundo. Mi “futuro suegro” un militar retirado con una gran trayectoria, mi “futuro esposo” otro militar a punto de ascender por sus logros y mi suegra... bueno de ella prefiero no pensar. Yo caminaba fingiendo entusiasmo. Sonreía a todos y asentía con la cabeza cada vez que Patricia me mostraba algo. Pero cada flor blanca que colocaban frente a mí me parecía una completa burla. Cada lista de invitados, donde el nombre de Sebastian Durand aparecía como invitado del novio me parecía una trampa. No resistí más, me alejé de todos y me aislé en la biblioteca, intentando escapar del desfile de estupideces que comenzaba a molestar. Y fue entonces cuando escuché su voz. No era la de Antonio mi prometido infiel, sino la de él. Sebastián Durand. -- ¿Paulina? – me llamó y yo me congele en el lugar. No sabia en que momento entro allí, o si quizás ya estaba antes de que yo me refugiara adentro. Tuve que tragar saliva y obligarme a respirar. Giré lentamente hacía el lugar donde escuché su voz. Ahí estaba el amigo de mi esposo, el hombre con el que pasé la noche de mi despedida de soltera, el mismo que confundí con un stripper... Imponente. Alto. Con esa mirada intensa que muchas veces me obligo a desviar la mia, con ese rostro que no había distinguido aquella noche, pero que ahora… ahora que lo tenía tan cerca me helaba la sangre. Él me miraba con atención. Podía sentir como mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que él podría oírlo, que escucharía y me delataría como la novia infiel. --¿Estás bien? -- me preguntó, frunciendo el ceño. -- ¿Lo sabe? ¿Me reconoció? – comencé a pensar en silencio, pero no podía ser así, él estaba dormido cuando me fui esa madrugada y por lo que recuerdo ni yo mismo le pude ver el rostro esa noche. -- Sí -- mentí, con una sonrisa que dolía en la cara. -- Solo estoy un poco… nerviosa y cansada con los preparativos. Ya sabes cómo es esto – pero no, él no tenia porque saberlo, porque nunca ha tenido una novia, nunca ha estado a punto de casarse y nunca... debió serle infiel a nadie. Senti su mirada sobre mí por unos segundos que me parecieron eternos. Me di cuenta de que me examinaba como si estuviera buscara algo. O quizás alguna respuesta que definitivamente no estaba dispuesta a dar. Pero no dijo nada más. Solo asintió con una ligera inclinación de cabeza y siguió su camino. Yo me apoyé en el mueble más cercano, tratando de no desmayarme, sentía que había sobrevivido a un apocalipsis... Al menos por ahora... Antonio ingresó después que se fue Sebastian, solo tenerlo cerca me provocaban arcadas, pero debía aguantarlas, por mí, por mi deseo de vengarme. -- ¿Cariño estaba acá? – me pregunta y debo asentir como una boba, como lo hacia antes de que todo esto pasara. -- Asi es... no falta nada asi que me siento un poco angustiada... nerviosa – -- No tienes por que mi amor. Sabes que te amo y eres lo más importante para mi – ¡Si cómo no! Yo soy lo mas importante para ti, pero tu me eres infiel con mi media hermana, mi propia hermana. -- ¿Crees que podré salir de acá? Sabes que todo lo que elija tu madre estará bien para mí... ella y mamá eran amigas, estoy segura de que será como la elección de mamá – le dije esperando que piense que su madre, mi tía Patricia era la mejor para mí. ¡Vaya gracia! -- Claro mi amor, a donde quieres ir. Yo puedo llevarte – ¡oh no! Lo último que quería era verlo a él, además estaba su amigo... -- No te preocupes por mi Antonio, quédate con el coronel Durand. Yo todavía tengo cosas que arreglar – miento por segunda vez. Lo veo titubear, pero al final aceptó. Salí de la residencia Bonetto y caminé varias cuadras, no sabía a donde ir, pero lo que si sabía era que allí no quería estar. No tengo idea de cuánto tiempo había pasado, ni a donde me estaba dirigiendo, solo sabía que estaba lejos de Antonio y Sebastian, al menos eso pensaba hasta que escuche una bocina de auto. Al girar veo el auto de Antonio detrás de mi, las lunas oscurecidas no me dejaban ver bien, pero era la forma como él siempre tocaba la bocina. Me detuve y caminé hasta él, con la misma sonrisa hipócrita con la que lo he estado viendo después de enterarme de que es infiel. La ventana se bajo y pude ver el rostro de Sebastian, mi asombro fue demasiado. Él... ¿Qué hacía en el auto de Antonio? -- Nos encontramos otra vez – me dice y yo asiento, en este día me ha hablado más de lo que ha hablado conmigo desde que lo conozco, y eso es demasiado peligroso, al menos para mí. -- Eso veo señor – le digo. Ni siquiera sé cómo llamarlo. -- ¿Señor? – me pregunta con el ceño fruncido y una pequeña sonrisa asomándose por un lado de sus labios. -- Bueno no... es que nunca hemos... – me quedo en silencio, que le puedo decir, pero nunca he hablado directamente con él. -- Soy amigo de tu esposo... bueno tu prometido, deberías tutearme Paulina – me dice y no sé qué hacer. -- ¡Sube! – ordena. Pude sentirlo en el tono de su voz. Y la verdad no estaba dispuesta a discutir, no con él. Abrí la puerta del auto y subí en él. Podía sentir como me miraba, estaba segura de que sospechaba de mí, y mi corazón nuevamente se aceleró. -- ¿A dónde te llevo? -- Lo miro asombrada, seguía esperando que me abordara con lo ocurrido aquella noche, pero al parecer él no sabe que fui yo... mi respiración comenzó a calmarse, mis latidos también... le di mi dirección y guardé silencio. -- Antonio tuvo que salir a una misión asi que le di mi jeep – lo escuché y solo asentí. -- Lo siento, sé que no he sido el mejor amigo de tu prometido al no conocerte un poco más, pero ya que su boda esta tan cerca, podremos aprovechar este momento para hacerlo – me dice y siento que ingreso a una zona peligrosa. -- Esta bien, no es necesario que lo hagas. No hablo mucho con los amigos de Antonio – lo aclaro y es la verdad. No quiero ver lo que hace, no debe importarme. -- Eso esta mal, una vez que te cases con él serán parte de nuestra familia militar – me aclara y yo solo sonrío, si supiera que nunca seré parte de esa familia de la que habla. -- Cuéntame, ¿tuviste tu fiesta de despedida? -- Casi me atraganto al oírlo, pero pudo contralarme bien, conozco a Antonio y estoy segura de que nunca les contara que mis amigas me hicieron una, él no va con esas estupideces como las llama asi que negué... -- ¡No! Antonio no gusta de esas celebraciones asi que preferimos no tener una -- Sé muy bien que él tampoco tuvo una, porque su despedida se la hizo mi querida Estefanía, solo para él. Y aunque los militares tiendes a realizar estas fiestas sé que Antonio no la aceptaría. -- ¡Ya veo! – susurró. El resto del viaje permanecimos en silencio y se lo agradezco, asi ha sido siempre , no tendría por qué cambiar.
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