Prólogo
El murmullo de la ciudad apenas llegaba a mi oficina a través de los ventanales, era como un eco lejano que contrastaba con el torbellino de pensamientos que se arremolinaban en mi mente. La luz del atardecer teñía de tonos ámbar los papeles desparramados sobre mi escritorio, donde repasaba, con el ceño fruncido y el teléfono en la mano, los documentos del expediente que la fiscalía había venido armando en torno al caso de Malcolm. Cada línea, cada acusación infundada, me crispaba los nervios. Sabía que la posibilidad de que emitieran una maldita orden de captura contra él era inminente.
El peso de la preocupación se asentaba en mi pecho como una piedra. La necesidad de actuar con rapidez me mantenía en un estado de ansiedad constante, los pensamientos se atropellaban en mi mente mientras intentaba encontrar una solución, alguna estrategia. Conocía mejor que nadie los peligros que acechaban a la Hermandad. Siempre había enemigos al acecho, esperando un resquicio para atacar. Pero de todos los miembros, Malcolm era el más callado, el más reservado, el más prudente. Su discreción lo hacía un blanco improbable, y sin embargo, ahí estaba: en la mira de un sistema que parecía decidido a destrozarlo.
Lo que más me inquietaba era la falta de lógica detrás de la denuncia. ¿Quién estaba detrás de todo esto? Como su abogada, he manejado cada detalle legal de sus empresas, y Samantha es quien se encarga del área contable. Todo en sus negocios es transparente, limpio, dentro de la ley. No hay cabos sueltos, ni movimientos sospechosos. Y sin embargo, alguien ha decidido ponerlo en la mira. Suelto el teléfono y revuelvo mi cabello frustrada. Me pregunto, por enésima vez, ¿Qué tan lejos estarían dispuestos a llegar sus enemigos?
Un escalofrío recorrió mi espalda. No podía permitirme el lujo de dudar. Tenía que actuar antes de que fuera demasiado tarde. Malcolm tiene toda su confianza puesta en mí, y yo, en la decisión que tomé de llevarme por delante a quien sea para sacarlo de este enredo maliciosamente armado.
De manera inoportuna el timbre de mi celular me saca de mi concentración. Al ver la pantalla del teléfono noto que un número desconocido parpadeaba en la pantalla. Dudé un instante antes de contestar.
—¿Ingrid Ojeda? —preguntó una voz distorsionada al otro lado de la línea.
El tono de quien llamaba era frío, pero no hostil. Un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿Quién habla? —pregunté con firmeza.
—No hay tiempo. Te están observando. Debes salir de ahí.
Fruncí el ceño, mi mente estaba aún atrapada en los detalles del caso de Malcolm, no entendí el comentario al otro lado de la línea. Pensé que podía tratarse de una amenaza velada relacionada con la Hermandad y otros de mis clientes, otra maniobra de intimidación. Suspiro con impaciencia. Ya estoy acostumbrada a llamadas, y acciones estúpidas de resentidos.
—Mire, si cree que puede asustarme…
—No es una advertencia, es un aviso. Alguien te quiere muerta.
Solté una risa sarcástica, me fastidian estas llamadas, las tomo como entretenimiento porque con toda la seguridad que tengo a mi alrededor nada me ha pasado hasta ahora, ni me va a pasar. Quien sea que llama no es más que otro fans equivocado y decidido a llamar mi atención.
—¿Quién eres? —exigí.
En respuesta solo se escuchó el tono de llamada terminada. Bufé, frustrada, y dejé el teléfono sobre mi escritorio. No era la primera amenaza que recibía en mi carrera, y segura estoy que no será la última. Mi atención volvió de inmediato a los documentos frente a mí.
Horas después, iba saliendo del edificio de vidrios negros de oficinas, cuando un estruendo de disparos rompió la calma de toda el área alrededor de mi firma de abogados. Justo iba saliendo con dos de mis escoltas a abordar mi auto cuando frente a mis ojos vi caer a dos colegas que tienen sus despachos en este mismo edificio a solo escasos pasos de mi, uno a uno cayeron mortalmente en el pavimento, impactada me paralicé y solo me vi en movimiento al ser tirada al piso. A mi mente llegó un recuerdo, la advertencia que había decidido ignorar y en este instante se convirtió en una sentencia.
En medio del caos, el rugido de una metralladora impactó mis oídos y los gritos ahogados por el miedo alrededor de sintieron como la mayor amenaza, y de seguida, una figura irrumpió entre las sombras. Saúl Monasterio. Con la misma precisión letal con la que una vez me había prometido amor eterno, ahora me arrastraba lejos de la masacre. Pero yo no era una mujer que aceptara ser salvada sin cuestionar. Mi mirada, fría y acerada, lo taladró con furia contenida.
—¿Tú hiciste esto? —escupí con sarcasmo, sin apartarme de su agarre.
Saúl me miró con una mezcla de hartazgo y determinación.
—Si no vas a amarme, me odiarás. Pero de mí no te libras. —Fue su respuesta, la cual se convirtió en una afirmación y una promesa que no olvido ni olvidaré jamás.
La tormenta estaba desatada. Y yo, sin saberlo, había sido el epicentro desde el principio.