Unos segundos después de que Simón entrara a la habitación donde estaban el grupo sobreviviente, otras siluetas emergieron tras él: un grupo que de inmediato ingresó con armas a resguardar el perímetro, el Doctor, con su maletín en mano, y Julia, cubierta de polvo y sudor, pero con esa expresión resuelta que la caracterizaba. Con gran sonrisa, saltó llena de alivio indicando lo difícil que le resultó localizar a todos. Por su parte el “matasanos” solo podía sostener su mirada notando las heridas de Mila y soltando una risilla para soportar la incomodidad que le generaba aquella herida que no cerraba completamente.
— Lamento la demora. Los preparativos duraron más de lo esperado —dijo Julia, ajustándose el auricular de comunicación—. Cortamos todas las señales hace dos horas para evitar que rastrearan nuestras rutas de evacuación. Por eso no pudimos responder… pero gracias a ese mensaje en el monitor, los localizamos a tiempo.
Julia era una experta en sistemas, hacer eso solo era pan comido para ella. Ella era consideraba la mejor en hackeo y rastro de sus víctimas, la mayoría de los mafiosos temía sus capacidades por ser una “acosadora digital” al punto incluso de revelar hasta el más intimo secreto de sus rivales, sin embargo, aquel ataque sorpresa le hirió el orgullo teniéndola en su silla casi la mayor parte del tiempo lidiando con la seguridad del sistema y los datos de todo el callejón “S”
Jane asintió en silencio con una leve sonrisa forzada en sus comisuras, como si le pesara no haberlo considerado. Por su puesto. Sabía de sus habilidades, pero la desesperación al parecer le había afectado el juicio y la razón, aun así, disimuló perfectamente posicionándose frente a ella y dándole un fuerte abrazo, como si se disculpara en silencio. Mila solo podía ver de lejos la escena mientras sentía su cuerpo desvanecerse, lo soportaba mejor de lo que podía, pero sentía como un filoso vistazo la examinaba, la sensación le generaba un sentimiento amargo en su garganta. Nauseas, solo podía sentir como su estomago se revolvía ante aquella presión.
Simón escaneaba la habitación como un algoritmo viviente. Era el autor de aquel pesado sentimiento, como un robot programado rastreaba el lugar identificando entradas, debilidades, puntos ciegos. Aunque no quería admitirlo Beltrán había hecho un buen trabajo, pero eso no justificaba su ira. Su mente ya estaba cinco pasos adelante. Notó de inmediato la mirada de Beltrán y como este intentaba sujetar a una cansada mujer que no sabía de sus intenciones.
— El edificio es seguro por ahora —anunció finalmente con claro semblante acercándose al centro del lugar como eje de toda orbita se dirigió a todos los presentes—. Lo limpiamos en nuestra ruta de entrada. Pero este es solo un punto de paso.
Se volvió hacia todos, su voz más alta y firme que nunca, el hombre relajado que gustaba de hacer bromas pesadas había cambiado para volver a ser el sanguinario general de la mafia, y el más temido de todos. Mila sintió su cuerpo tensar tan pronto como vio aquella reacción. Esta molesto. Pensó sus ojos se abrían de par en par mientras que los demás solo podían bajar la mirada inmediatamente su voz resonaba por el lugar:
— Nos moveremos a la zona industrial al este. Edificio Fenix. Lo reacondicionaremos como centro de operaciones. — volteó en dirección al médico, provocando que el hombre retrocediera un paso defensivamente — Atiende a Mila. — Ordenó sin reparo alguno, su voz parecía una ley irrevocable que debía ser atendida cuanto antes —. Usa cualquiera de las habitaciones del tercer nivel que esté en buen estado.
El Doctor asintió de inmediato con una reverencia, apenas tragó saliva torpemente emprendió las ordenes de Simón y se acercó a ella. Mila, agotada, apenas tuvo fuerzas para reaccionar. Estaba gélida del miedo. El doctor solo pudo bajar su mirada levantando su blusa con solo dos dedos. Arrodillándose se dispuso a mirar que tan grave era su labor.
Tan pronto como vio la herida, sus dedos se tensaron, sus ojos dejaron de temblar por el miedo que le producía Simón y su concentración aumentó direccionado exclusivamente en Mila. De inmediato se enderezó, mirando fijamente a la mujer. Conectando con ella en un mismo pensamiento. “es un milagro que esté con vida” fue un pensamiento compartido entre ellos como cómplices en pleno silencio. Solo miradas conectadas con temor a la persona en el centro de ellos. Pidió en ese instante que uno de los soldados la cargara. Carl, sería el afortunado.
— Ella puede caminar — indicó sin apartar la mirada de la mujer y el médico — solo ayúdala, no la cargues. Si ves que se muere en el camino. Déjala — advirtió, su voz era seca, profunda, amenazante como una cobra a punto de soltar veneno.
Los ojos de Mila se cerraron por un segundo, un sudor frio recorría su cuerpo, si cruzaba mirada con Simón sería su fin. Pero sentía la mirada penetrante del hombre como cuchillas insertándose en su cuerpo lentamente, era una tortura. Pero solo podía obedecer y caminar hacia la dirección que indicaba el doctor en completo silencio.
Beltrán, solo pudo chasquear sus labios ante tal hazaña, le molestaba la reacción de su hermano mayor frente a la mujer que consideraba su pertenencia “como puede tratarla así” ¿no era su preciada joya? Se preguntó entre dientes, pero en ese momento solo podía apretar los puños.
— Marco —dijo Simón, girándose hacia uno de sus hombres— levanta una franja de seguridad. Cubre todos los accesos. Julia, Jane… lo coordinan con él.
— Si señor. — soltaron al unísono mientras bajaban la mirada.
— La Prioridad es: vigilancia térmica y sensores de movimiento. Y pon tantas minas como sean necesarias. No quiero más sorpresas.
Julia y Jane intercambiaron una mirada breve, luego asintieron. Había algo militar en la manera en que obedecían a Simón. Una jerarquía tácita, pero firme.
Y entonces, como si todo ya estuviera orquestado desde antes, Simón giró hacia Beltrán.
— Tú, conmigo —dijo, sin matices.
No fue una invitación. Fue una orden. Casi una amenaza que sentenciaba como juez magistral.
Beltrán dudó apenas una fracción de segundo. Su cuerpo entero se tensó, luego lo siguió.
En el camino miró a todos los soldados y asesinos moviéndose en perfecta sincronía como hormigas obreras, dejaban el paso libre a Simón y se detenían par dejarlo caminar con toda la calma del mundo. El nivel de respeto que le tenían al líder del callejón “S” era abismal.
Simón lo condujo por un pasillo estrecho hasta una oficina semidestruida. Cerró la puerta tras ellos y dejó caer su mochila contra una silla rota. Miró el exterior en un segundo de silencio, las ventanas estaban rotas y los muebles devastados, parecían haber papeles rotos y escombros por doquier. Pero en ese solo segundo Simón extendió ambos brazos como su abrazara lo inexistente, respiró hondo y lo observó con esa calma quirúrgica que siempre precedía a un corte.
— Bueno. Contéstame una cosa ¿Qué estás haciendo, Beltrán?
El silencio entre ambos se volvió espeso. Se sintió como si una piedra gigantesca cayera sobre la cabeza de Beltrán. Sintió un ligero temblor en su cuerpo ¿era esta la autoridad que todos sentían antes?
— No entiendo a qué te refieres —dijo Beltrán, con tono neutro.
Simón soltó una risa sin humor. Su actitud parecía la del hombre desinteresado, incluso su postura volvía a la del descuidado hombre que no le interesaba nada mas que la masacre en sí, sin embargo, sus ojos mantenían ese rasgo de amenaza, casi como un león que guardaba sus garras pronto a atacar.
— No juegues conmigo. Te vi. La forma en que la miras. — comenzó a caminar alrededor del hombre como si amenazara a morderle el cuello por la espalda — La forma en que te interpusiste entre ella y las balas. — recordó el instante en que los vio juntos solo para sentir su mandíbula endurecer en una tosca sonrisa— poético. Romántico. — soltó una carcajada luego de un gruñido intenso — PATETICO.
— Estaba herida — justifico intentando seguir la mirada amenazante de Simón.
— No es estrategia. No es liderazgo. — advirtió cada vez más molesto. Era una bomba a punto de estallar — Es algo más... y ese “algo” nos costó casi quince hombres.
La mirada de Beltrán se endureció. Estaban frente a frente tan solo a unos cuantos pasos de distancia (apenas tres) para que cualquiera lanzara el primer golpe.
— ¿Estás diciendo que no debía haberla salvado?
— Estoy diciendo que Mila no es una damisela. — encogió sus hombros con naturalidad para luego bajar sus brazos y devolverlos a sus bolsillos— Se habría salvado sola. Lo ha hecho antes. —Simón avanzó un paso, su voz más baja, más directa—. Pero tú actuaste por impulso. Y en este mundo, eso es lo más cercano a una sentencia de muerte.