En medio del ardiente caos

1479 Words
El aire olía a plástico derretido, madera quemada y desesperación. Las alarmas ululaban desde distintos puntos del edificio, interrumpidas solo por el crujido de vigas debilitadas y el zumbido constante de las llamas ganando terreno. El humo ya no era solo un velo; era una entidad viva que se deslizaba por los pasillos como un depredador hambriento, ocultando intenciones, rostros y salidas. Los bomberos luchaban ferozmente mientras las llamas necias se resistían con fuerza dominando todo territorio a su paso. En medio de ese caos, se concretaba un encuentro que no figuraba en ningún plan: el cruce inevitable entre Mila y Julia. Mila llegó jadeando, con los pulmones quemándole por dentro tras haber corrido por pasillos que se retorcían como si el propio edificio intentara retenerla. Su mirada iba de un rincón al otro, buscando a su hermano como si pudiera verlo con solo desearlo. Y entonces, entre una nube espesa y el parpadeo errático de las luces de emergencia, lo vio. Cecil estaba allí, de pie, confundido y estático como si todo aquello fuera un sueño del que aún no podía despertar. Se notaba como dudaba de la mujer a su lado. “eres astuto” pensó mientras con un grito alertaba de su presencia. Julia la miró con desdén, despojándose con lentitud meticulosa de su chaqueta y los anteojos, dejó a notar su verdadera identidad. Su expresión era una mezcla entre fastidio y resignación. Ya no tenía sentido seguir fingiendo. El fuego quemaba cualquier máscara. No hacia mucho ambas eran muy buenas compañeras, casi amigas. Ahora Mila veía la verdad tras aquella mirada vacía y poco expresiva. ¿solo está ella? Se preguntó por un momento dudando si algún enemigo llegaría de entre los pasillos. — Así que tú fuiste la traidora… —espetó Mila, sin alzar demasiado la voz, pero dejando que la rabia se filtrara entre sus palabras. Se acercó con pasos medidos, como si cada uno pudiera detonar una trampa. — realmente no lo esperaba. — agregó desafiante. Julia no respondió al principio. Su mirada calculadora se clavó en los ojos de Mila, y luego en Cecil, que no sabía a cuál de las dos mirar. Aquel muchacho era metódico. Cualquier otro adolescente habiendo reconocido la seguridad hubiera desbocado frenético hacia Mila. Pero él no, mantenía cierta lejanía esperando el siguiente movimiento. El adolescente tenía el corazón desbocado, no por el fuego, sino por la certeza de que había entrado en una historia que no entendía. Aun así, no solo pensaba en miles de formas de escapar sin que algún ataque lo golpeara desde atrás. Se posicionó casi en medio de ambas cuidando que su espalda no diera a ningún punto débil. Es un niño listo. Dijo en voz alta Julia mientras con un comunicador alertaba la llegada de Mila. Aquel acto hizo que su contrincante quisiera acercarse a quitarle el comunicador, pero aquel paso se detuvo en seco al ver el movimiento delicado de Julia. — No te acerques —advirtió Julia, manteniéndose inmóvil, pero con los dedos rozando disimuladamente el borde de su cinturón. Allí, oculto en uno de los compartimentos, descansaba un último recurso: una jeringa con sedante rápido, o quizás un pequeño arma de precisión. — Eres muy valiente al haber venido tu sola por el chico. — retó a Julia, su tono de voz era intimidante, pero se notaba un miedo contenido. — Tú realmente viniste por él… el cariño que le debes de tener debe ser incomparable — dijo con voz llena de sarcasmo, casi volviéndose un tono fastidioso. ¿Qué diría simón si te viera actuar así? — Probablemente pensaría en hacerte cosas indescriptibles por traicionar nuestro gremio. — Lo siento, pero mi lealtad hacia el diablo es mucho más valiosa — respondió sin chistar — mas aún con esa jugosa recompensa — lamió sus labios grotesca — solo pensar en esa cantidad de dinero se me hace agua la boca. Ahora ¿Qué debería hacer con tu pequeño hermano? — tiró de él casi sin dejarle espacio para respirar. Ambos hermanos vieron aquel movimiento con recelo de continuar alguna jugada. Mila lo sabía. Por eso no aceleraba el paso. Un movimiento en falso, y Julia podría arrastrar a Cecil a las sombras del caos. — No escuches a esa mujer —dijo Julia a Cecil, con una voz que intentaba sonar maternal, pero que vibraba con una tensión mal contenida— no te hará daño. Cecil retrocedió, intentaba distanciarse de Julia, pero entonces ella lo tomó del brazo violentamente. El fuego no lo ayudaba a pensar. Nada tenía sentido como aquella mujer tenía tal fuerza, casi sentía su brazo romperse por el halón. — ¡Cecil, aléjate de ella! —gritó una voz desde el fondo del corredor, imponente por encima del rugido del incendio. Beltrán. Su figura emergió entre el humo como un titán de sombras. Sus pasos eran firmes, decididos, y sus ojos se fijaron con furia en Julia. A cada paso que daba, el ambiente parecía tensarse más. Julia apretó los labios. El plan se deshacía. En su mente, la operación debía ser limpia: tomar al chico durante el caos y desaparecer sin testigos. Pero nadie le advirtió que Mila vendría por él de manera tan terca y obstinada. Nadie le dijo que Beltrán se involucraría de forma tan directa. El fuego había servido de distracción, sí, pero ahora ardía en su contra. — Todo el edificio colapsará —dijo, con una frialdad que ocultaba su creciente desesperación—. No escaparán con él. No vivos. — Te equivocas —respondió Mila, con una sonrisa ladeada, salvaje, casi animal. Extendió una mano hacia su hermano, sin dejar de mirarlo—. No dejaré que te lo lleves. Era una súplica disfrazada de seguridad. Y Cecil lo sintió. No entendía por qué, pero cada célula de su cuerpo le gritaba que debía confiar en esa mujer. La recordaba, apenas, como un susurro en los bordes de su memoria infantil. Una voz que le contaba cuentos cuando creía que nadie lo escuchaba. Un olor a flores marchitas que lo envolvía en noches de llanto. Y entonces, como si el edificio mismo tomara partido, un estruendo sacudió el techo. Una viga de luz, ardiente y pesada, cayó detrás de Julia, sellando su salida con un crujido ensordecedor. La mujer retrocedió instintivamente, tosiendo por el polvo, pero sin dejar de mirar al grupo con furia contenida. —¡Ahora! —ordenó Beltrán. En un solo movimiento, tomó a Cecil del brazo y lo arrastró con fuerza pero sin brusquedad. El chico apenas tuvo tiempo de reaccionar. Solo sintió que lo alejaban del fuego, del peligro... de las preguntas. Julia intentó sujetar de nuevo a Cecil por muy poco pero el humo se hizo aun más fuerte y su instinto presintió el peligro inmediato obligando a retirar su brazo, tras hacerlo una pequeña ráfaga de viento sintió cerca de su mano para ver que había un corte limpio en esta, en el suelo había un afilado cuchillo clavado en el suelo como si este fuera simple madera. Habían lanzado aquel ataque con suficiente fuerza como para clavar el cuchillo en concreto. Era obra de Mila. — Eres realmente alguien increíble — dijo a modo de insulto mientras disimulada con una sonrisa retorcida su enojo por aquella herida. Incluso a esa distancia sentía el ansia de sangre de la mujer frente a ella, eso le imposibilitaba moverse ya que su mirada casi parecía brillar con las flamas ardientes que se hacían con el lugar. “realmente parece un demonio” pensó por un segundo sujetando su mano para detener el sangrado. Julia miró frustrada a Mila quien fue la última en moverse, no sin antes lanzar una mirada hacia Julia. La mujer, atrapada entre la cortina de humo y fuego, le devolvió una expresión que no era del todo odio, sino decepción. —¿No que sería un incendio controlado? —murmuró Mila, aún incrédula. —Así era —respondió Beltrán, entrecerrando los ojos—. Quizá empeoraron el incendio para borrar sus huellas... o para acabar con los errores. Siguieron corriendo. El humo les cerraba la garganta, pero no podían detenerse. Beltrán había estudiado los planos del edificio. Sabía que la lavandería conducía a un túnel de servicio, y que al final de este, una escotilla oxidada llevaba directo al estacionamiento detrás de la institución. Salieron finalmente al exterior. El aire húmedo del bosque golpeó sus rostros como una bendición. El viento aliviaba sus gargantas y ojos llorosos dejándoles un sentimiento de alivio. El humo seguía allí, colándose entre los árboles, pero cada paso los alejaba de la prisión ardiente. Mila abrazó a su hermano apenas se detuvieron. Lo sostuvo con tanta fuerza que por un momento Cecil pensó que ella también estaba por romperse. Pero no lo hizo. Solo murmuró contra su cuello: —Estás a salvo…
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