El dominio de Simón (tercera parte)

1157 Words
El descubrimiento del médico dejó un silencio inmutable en la habitación, casi parecía un misterio sin resolver, pero pronto el doctor dejó la pantalla a un lado para luego ir a la mesa improvisada y colocar todas sus herramientas allí, necesitaba tener todo listo para lo que se presentara. — ¿Qué significa eso? —preguntó Carl. Mirando como el doctor sacaba todo tipo de cosas de su maleta. Carl aunque ya un soldado con experiencia, desconocía por completo sobre todo lo que estaba sucediendo, era su primera vez tratando con Mila y al mismo tiempo con el medico de la mafia de las “lilas” como todo mercenario, simplemente se limitaba a cumplir con las ordenes de quien pagara más, pero en ese momento un pequeño pensamiento cruzó por su cabeza, pese a haber estado en diferentes grupos como todo un ermitaño militar, el grupo dirigido por Simón era que el quizá tenía mayor cantidad de personas excepcionales. — Que intentaron matarla con una bala tratada. Es un tipo de bala exclusiva del distrito para sus trabajos, usa una aleación metálica inteligente que expulsa un líquido especial. Algo que impide la regeneración. Como una especie de inhibidor celular —explicó, y luego miró a Mila, con un dejo de admiración y extrañeza—. Deberías estar muerta, Mila. Ella no contestó. Solo dejó su cabeza boca arriba para luego soltar un exhalo profundo. La cabeza le daba vueltas, la información se volvía nebulosa. Pero había algo en su cuerpo que se resistía. Algo que no entendía. Era como si su mente se negara quedar inconsciente. Quizá su instinto de supervivencia era el que le impedía que durmiera pese al cansancio que tenía. — ¿Puedo salvarme? —preguntó, cerrando los ojos, apenas consciente. — Puedo estabilizarte, pero necesitas descanso. Intentaré crear un contra aditivo que elimine las partículas, será muy doloroso y no debes moverte por al menos doce horas. Si no… — No puedo detenerme —lo interrumpió. El médico la miró, presionando los labios. — Entonces solo puedo hacer lo que está en mis manos —dijo al fin—. Voy a aplicar un estabilizador. Va a doler. Antes de que Mila pudiera responder, la puerta se abrió sin anunciarse. Era Simón. Su cuerpo ligeramente encorvado y sus manos en sus bolsillos. Era el Simón que todos conocían. Mila se tensó violentamente casi como una estatua. Su silueta ocupó el marco como una sombra sólida. Carl se enderezó al instante y el médico retrocedió un paso. Simón avanzó lentamente, sin decir palabra al principio, sus pasos secos sobre el suelo. Observó la herida, luego a Mila, luego al equipo médico. Su mandíbula se movía apenas, como si contuviera algo más grande que un comentario. — ¿No puedes detenerte? —interrogó él con su tono áspero, sin titubeos. El corazón de Mila pareció detenerse un segundo. Sus ojos se abrían de par en par casi dejando que estos escaparan de sus orbitas y sus pupilas se achicaban temblando sin parar. — Debes de detenerte. Tienes que salvarte —añadió entonces, más bajo, más oscuro, su mano entonces salió de su bolsillo y se posó en la cabeza de Mila—. No hay opción. Nadie va a hacerlo por ti. No aquí. No ahora. ¿comprendes? — Si… — soltó con una respiración entrecortada, apenas esquivando su mirada. — Siempre me terminas causando problemas — la miró de arriba abajo mientras su otra mano de deslizaba lentamente desde su herida hasta su cuello — eso me gusta de ti. Me mantienes alerta. Pero hay veces… — su mano se posó en su cuello resistiéndose a la tentación de apretar con todas sus fuerzas sintiendo como Mila tragaba saliva— que consigues hacerme enojar. Así que aprovecha la ocasión y déjate consentir. Porque si no te salvas tú… alguien más tendrá que pagar el precio. Tan pronto como terminó de sentenciar aquellas palabras el corazón de Mila se aceleró. Su mente se volvió a la figura de su hermano, la razón por que siempre obedecía sin objeción era él, era una amenaza, una obsesión del hombre sanguinario que demostraba su preocupación y sabía que interruptor apretar para que Mila reaccionara. — Aplicaré el tratamiento entonces — interrumpió la oscura conversación haciendo que Simón alejara lentamente su cuerpo. — Bien… — alcanzó a responder apenas antes de sentir como una aguja se insertaba en su cuerpo seguido de un ardor insoportable. Era el líquido lo que le producía ese dolor tan intenso. Sentía recorrer un ardor como si lava hirviente se encaminara con cada segundo. Su cuerpo quemaba especialmente en la herida y no pudo evitar soltar quejidos ahogados. El sudor escapaba de su cuerpo como resultado del insoportable dolor. Su mano apretaba como nunca la de Carl, mientras que el doctor insistía en que debían de aplicarle otra dosis y la sostuviera lo más fuerte que pudiera. Y dolió. Como un rayo líquido quemando desde dentro. Mila arqueó la espalda, mordiéndose el labio hasta sangrar. Carl sostuvo su mano sin decir nada. Pero casi le era imposible mantenerla quieta. “Es muy fuerte” pensó mientras luchaba con ella por qué se calmará. Era lo único que podía ofrecer. El doctor apenas podía lidiar con la inyección en mano y haciendo todo esfuerzo humano por insertar la aguja en la herida mientras la mujer se movía violentamente retorciéndose de dolor. El médico aún no había terminado su labor, esperó unos minutos hasta que la inyección o el dolor la dejaran fuera de sí, entre jadeos esperó paciente que Mila perdiera la consciencia con la esperanza de continuar con su trabajo. En cuanto vio que se quedaba inconsciente aprovechó y cosió la herida. Ya no habría más problemas si el tratamiento funcionaba, terminó de vendarla con precisión. Luego se apartó, tomando apuntes en su libreta. Pero sus ojos se quedaron fijos en Mila. Había algo extraño… no solo en su herida, sino en su resistencia. “¿Cómo alguien herido tiene tanta fuerza?” se cuestionó en su mente, sin embargo, por más que meditaba la respuesta era un misterio sin respuesta. Algo en ella no encajaba con lo normal. Más aun, cuando notó el cansancio de Carl luego de haber lidiado con ella. Las manos del hombre temblaban mientras este intentaba recuperar su fuerza apretando las manos y estirándolas. Ninguno de los dos entendía nada acerca de la mujer en cama, por otro lado en un pequeño instante ambos dirigieron una miradilla de reojo a Simón quien no había reaccionado en absoluto con aquel jaleo, tan solo en ese momento que se acercó y volvió a posar su mano rozando el sudor hasta retirar una pequeña lagrima que había soltado inconsciente la paciente. El doctor no le llamaba la atención aquella relación que tenían, pero algo en su mente, empezó a surgir como una idea incómoda: "¿Qué eres realmente, Mila?”
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